Los Teatros del Canal acogen el divertido e ingenioso montaje basado en la obra de María de Zayas
Si decidimos no hacer caso a la teoría de la catedrática Rosa Navarro Durán, según la cual, María de Zayas y Sotomayor fue uno de los heterónimos de Alonso Castillo Solórzano; entonces creeremos que nació en Madrid en 1590 y que murió en la misma ciudad en 1647. Muy poco sabemos de su vida y casi todo tiene que ver con interpretaciones extraídas de sus propias obras, y que la sitúan como una protofeminista. Apenas atesoramos un par de colecciones de relatos: Novelas amorosas y ejemplares (1637) y Desengaños amorosos (1647). Sobre estos últimos, Nando López ha construido una obra teatral que pone en juego motivos, tramas y disputas de una manera tanto ingeniosa, pues ha sabido mezclar lo cómico con lo dramático, como sugerente; ya que muchas de las ideas de la autora quedan perfectamente expresadas en la obra. Si nos ponemos más pejigueros, podríamos achacarle cierta propensión pedagógica a remarcar las proclamas de vindicación femenina; y que su personaje de Octavio es tontorrón de más, por lo que se cae en el tópico del Apolo corto de luces. La incuestionable inteligencia de una mujer brilla ante mentes de su talla; aquí lo han tenido bastante fácil. Pero es que, claro, también se busca llegar a un amplio público, tanto de edad como de exigencia, y el entretenimiento debe estar garantizado. Y lo está; aunque se alargue el asunto, quizás, un poco más de lo necesario, y alguno de los embrollos no quede suficientemente bien representado, como es el caso que compete a los dos varones que, entre elipsis, suspicacias y analepsis, no terminamos de comprender en profundidad de qué escapan. Afirmemos tajantemente que la excelente dirección de Ainhoa Amestoy propicia un ritmo muy vivo y atrayente, pues logra que las transiciones entre escenas fluyan y que se aproveche cada esquina de la sencilla escenografía de Elisa Sanz (apenas unos bancos polivalentes con cojines, unas largas cortinas blancas y, principalmente, un tapiz que demarca los límites). También es suyo el vestuario, que destaca, esencialmente en las féminas, con mezclas de elementos tanto barrocos, como mangas abullonadas, como por complementos y vestimentas contemporáneos, en una mezcla que no desentona, al contrario, favorece la sensualidad. Además, la iluminación de Marta Graña permite crear otros espacios alternativos, que se diferencian muy bien, como los recovecos oscuros de las callejuelas sevillanas. Por allí se encuentran Manuel y Octavio. El primero huye de un lance del que más tarde se nos dará cuenta. Este es encarnado por Ernesto Arias, con su habitual apostura y buena vocalización, un burgués con cierto aire sentencioso y taciturno, culto e inteligente, esquivo en cuanto a sus deseos, y temeroso de que descubran a su amigo; pues este, al defenderlo, ha tenido que sacar la espada. Desde ese momento, protector y protegido serán uña y carne. Por su parte, Manuel Moya se lleva gran parte de la atención del respetable, pues aúna en sí al gracioso y al galán. Tan apuesto como corto de entendederas, burdo en las distancias cortas con las mujeres y poco hábil con el verso. El actor hiperboliza su actuación y consigue ablandar los críticos mensajes de las féminas contra los hombres; pues no termina de rebatirlos con sabiduría, sino con gracia. A este, además, lo están «sometiendo» a un «vía crucis» que le permitirá alcanzar su ansiado amor. Nise es quien ha ideado esa yincana anual, para que el joven Octavio demuestre que es sincero su sentimiento. Esta dama es interpretada por Silvia de Pé —a quien hemos disfrutado recientemente en El caballero incierto—. Vuelve a demostrar su soltura y esa capacidad para el verbo rápido y fácil. Su tono y sus firmes prejuicios sobre los hombres disponen las piezas de los embates. El marco dramatúrgico, que hace referencia al Decamerón de Boccaccio, establece el entretenimiento con el que van a pasar las horas que se vean encerrados allí las dos parejas. Nos encontramos en un palacete a las afueras de Sevilla propiedad de Nise. Se ha decretado una cuarentena por peste y nadie puede salir en los próximos días. Justamente, por sorpresa, había llegado ese mismo día la bella Beatriz, una amiga de la anfitriona, que está huyendo del confuso asesinato de su marido y otras dos personas. Su miedo a ser acusada de haber ejecutado el daño, la ha obligado a escapar. Lidia Navarro perfila su personaje gusto y erotismo, con la ambivalencia de quien se postula escurridiza y distanciada de cualquier flirteo; pero con una apertura de mente (y de cuerpo), cuando Octavio da en el clavo con sus gustos, entre ellos, cantar. Los cuatro, ciertamente, logran que los diálogos resulten dinámicos y chispeantes. Han decidido contarse unos cuentos, y aunque el asunto queda inconcluso, se aprovecha para relatar con misterio los motivos que les han llevado a las distintas situaciones angustiosas. Ni que decir tiene, que su oveja acaba con su pareja; aunque observaremos una deriva muy original si pensamos en la época, y así lo reflejó María de Zayas con alguna sugerencia, como es el guiño homosexual; pues Manuel urde un engaño para encontrarse carnalmente con su amigo. Es importante destacar la presencia del músico David Velasco, quien hace sonar su viola, con permanente detallismo para crear tanto ambientación de tensión y de suspense, como para acompañar los distintos encuentros amorosos. Es un elemento dramatúrgico que ayuda a la consistencia del espectáculo. Hemos de aceptar que esta propuesta busca más la esencia, si es que eso es posible, de una narrativa con ánimo realista y ejemplificador, a la manera de Cervantes; pero que es un montaje bastante independiente de los propios Desengaños (Zayas no quería llamarlos novelas). Para nuestro presente, las interpretaciones inequívocamente feministas (exageradas, si aplicamos los criterios actuales) no faltarán; cuando lo que podemos deducir es una clásica lucha de sexos, cargadas de estereotipos y que muestran el saber estar, eso sí, de las mujeres del estamento superior. O acaso vamos a dudar de las habilidades dialécticas de aquellas señoras de la Europa barroca. Divertimento e ingenio, y de ahí podemos rascar lo que queramos.
Texto: Nando López (a partir de las novelas de María de Zayas y Sotomayor)
Dirección: Ainhoa Amestoy
Intérpretes: Ernesto Arias, Manuel Moya, Lidia Navarro, Silvia de Pé y David Velasco
Dirección técnica: Antonio Rincón
Vestuario y escenografía: Elisa Sanz
Música y espacio sonoro: David Velasco (con arreglos sobre obras de John Playford, Gaspar Sanz, Claudio Monteverdi y anónimos sefardíes)
Iluminación: Marta Graña
Ayudante de dirección y producción: Raquel Berini
Auxiliar técnico: Marco O. Brik
Realización de decorados: Mambo Decorados
Realización de vestuario: Taller Fua Fua
Fotografía: Marcos de Mazo y Carmen Ballvé
Diseño cartel: Marta Ruifernández
Producción: Ainhoa Amestoy y Alejandro de Juanes (Estival Producciones)
Distribución: Zeena Gestión de Artes Escénicas
Con el apoyo de: Estival, CAM, Almagro, Ayuntamiento Alalpardo, MB Distribución, Decoral, Suñer
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 28 de febrero de 2021
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “Desengaños amorosos”