Los jóvenes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico despliegan su buen hacer con la tragedia de Calderón en la despedida de Helena Pimenta como directora

Cada una de las incursiones en la obra magna de nuestra literatura es un recuerdo de su consistencia estructural, de su poética barroca y de esa profusión filosófica sobre las cuitas de la Edad Moderna; desde la duda cartesiana hasta el cuestionamiento del dios todopoderoso (podemos recordar la fantástica propuesta de Carles Alfaro hace un par de temporadas). Vuelve Helena Pimenta con la obra que tanto éxito le dio cuando puso a Segismundo en la piel de Blanca Portillo. Ahora se despide de la Compañía Nacional de Teatro Clásico ―con honores―. Que retome la versión de Juan Mayorga (muy ajustada en los tiempos para lograr un brío enérgico y satisfactorio) con los jóvenes de la Compañía, es una apuesta firme por adentrarse en vericuetos complejos. La función, desde luego, es muy atractiva visualmente, y es debido al espacio escénico que Mónica Teijeiro ha imaginado. Porque la sala Tirso de Molina, en la quinta planta del Teatro de la Comedia, está resultando en estos pocos años que lleva activa como un lugar bien versátil; y así se da muestra de ello en este montaje. Se aprovechan al máximo las alturas: Rosaura corretea en su huida por las pasarelas que permiten colocar los focos a los técnicos, Segismundo aparecerá por un recoveco central y el elenco al completo se adentrará por cualquier esquina sobredimensionando las perspectivas. El conjunto es sencillo, pues los elementos con los que se juega son mínimos: apenas un piano y una cortina de láminas traslúcidas en el fondo. Pero es que entran en acción otros recursos, como la iluminación tan precisa de Juan Gómez Cornejo para delimitar la celda de nuestro protagonista. Uno de los hándicaps con los que se tiene que lidiar en estas iniciativas es el de la edad. Los actores, en general, resuelven con soltura y seguridad sus intervenciones, se les ve muy unidos y concentrados; pero hemos de reconocer que algunos personajes no encuentran la sintonía pertinente. Así descubrimos que tanto el rey Basilio como el ayo Clotaldo, encarnados por dos actores que, si bien se entregan con energía, lo cierto es que a falta de caracterización choca ver que no son ancianos. Creo que, igual que se debe valorar muy positivamente la propuesta escenografía, también es muy oportuno recalcar la interpretación de Alejandro Pau. Su Segismundo es arrebatador y, a la vez, contenido en su pasmo. Nos traslada excelentemente su desconcierto y mide con precisión la cadencia de los versos más famosos, que tanto resuenan en el imaginario colectivo y que, precisamente por ello, resultan extremadamente difíciles a la hora de expresar profundidad dramatúrgica fuera de estereotipos o procedimientos manidos. También Irene Serrano en su Rosaura está excelente, con todos esos recovecos y equívocos con su apariencia de muchacho y su relación con su padre. Por otra parte, Mariano Estudillo, hace de Clarín un ejemplo de cinismo entre risible y penoso en el trance de la guerra civil. Este aporta unos toques de humor que en esta función son potenciados y aumentados por las participaciones musicales comandadas por Pau Quero. Un aspecto modernizador que chirría un poco y que nos saca de la tragedia hacia la que nos dirigimos. La vida es sueño no para de insinuarnos exégesis y de trasladarnos ecos sobre el libre albedrío y sobre la firmeza tanto de nuestro raciocinio como de nuestro propio ser. Las supersticiones continúan entre nosotros, no siempre enmascaradas, y la confianza en fuerzas inconmensurables que marquen el destino permanecen en todos aquellos que hallan justificación cósmica a cada uno de los acontecimientos que ocurren en nuestra sociedad global. Segismundo supera la prueba de fuego, escapa de la caverna para observar estupefacto (y estupefaciente) la realidad que le ha sido usurpada; y aunque puede comprobar con sus sentidos y cerebro que ahí está la verdad física a la que se puede asir, aún duda. El sueño es el constante titubeo, el grado de conciencia que todos los días llega, no siempre por la noche, que trae imaginación, surrealismo y extrañeza. También el sueño es la realidad. Calderón de la Barca, en pleno Barroco, cuando se volvió de nuevo al oscurantismo y al asidero tenebroso de la religión más ferviente y agónica, en medio de la crisis, de los brotes de peste, de las hambrunas que los Austrias y sus validos ni osaban zanjar, toma el camino más «científico», galileano, demostrando que los astros están equivocados.
Autor: Calderón de la Barca
Versión: Juan Mayorga
Dirección: Helena Pimenta
Reparto: Iñigo Álvarez de Lara, Mariano Estudillo, Anna Maruny, Alejandro Pau, Aisa Pérez, Pau Quero, Alba Recondo, Víctor Sáinz, Irene Serrano, Fernando Trujillo, Juan de Vera y José Luis Verguizas
Escenografía y vestuario: Mónica Teijeiro
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Coreografía: Nuria Castejón
Espacio sonoro: Eduardo Vasco
Asesor de verso: Vicente Fuentes
Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico
Teatro de la Comedia (Madrid)
Hasta el 20 de octubre de 2019
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “La vida es sueño”