La gran Cenobia

Luis Sorolla y David Boceta envuelven a Calderón de la Barca en el contexto de la consabida imposición del relato con una tragedia poco representada

La gran Cenobia - Foto Sergio ParraApenas se ha representado esta tragedia histórica de Calderón de la Barca —una propuesta de la RESAD, donde participó David Boceta, y nada más que se sepa—, que la Compañía Nacional de Teatro Clásico, con esta hornada de jóvenes repescados de diferentes de distintas promociones —reconozcamos que la coyuntura hace de esta idea algo muy conveniente y con sentido—, pretende entroncar el tema romano que vertebra, de algún modo, la temporada (Antonio y Cleopatra, Numancia y Lo fingido verdadero). Sigue leyendo

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Sueño de una noche de verano

La nueva adaptación de esta curiosa comedia de Shakespeare entretiene mucho con su aire juvenil

Foto de Sergio Parra

Los aficionados al teatro pueden recordar las últimas adaptaciones que se han podido ver por estos lares: aquella coreana de corte animista y la que dirigió Darío Facal en el Matadero. Quien le mete ahora mano, y mucha, es Carolina África; y hemos de reconocer que ha logrado dejarla no solo en lo esencial, sino con una frescura en el lenguaje que, si bien la aproxima al entorno juvenil; también propicia el dinamismo. Está, además, trufada de ironías, de guiños al presente y al respetable. Resulta bastante desenfadada, incluso entrañablemente dickensiana (sobre todo, al principio, con la entonación del «All I Have to Do is Dream», de The Everly Brothers). A todo ello le pone un ritmo idóneo y atractivo la dirección de Bárbara Lluch. Así que, desde el inicio, nos adentramos en la ensoñación, sabiendo que esta obra de Shakespeare es, como poco, sui géneris. Es más, ¿es una pieza unitaria o es un entreverado de cuentos sin un desarrollo enteramente consistente? Porque ninguna de las tramas profundiza en demasía, y valen más como ejemplos del amor que se imbuye de la magia y de sus contradicciones. Por eso identificamos las influencias de la materia de Bretaña o de Apuleyo o de Ovidio o de la mitología celta. Y si queremos quedarnos con alguna pareja de enamorados, ¿con cuál nos quedamos? Pues con ninguna, porque los dos personajes más atractivos son Puck y Bottom. Ellos son los que mueven el cotarro, los que divierten con sus travesuras o con sus ingenuidades. Y el contraste entre ellos es excepcional. Sigue leyendo

La señora y la criada

Un Calderón apenas conocido en una propuesta escénica de aire italiano que Miguel del Arco promueve con gran desenfado y dinamismo

Foto de Sergio Parra

Llevar una comedia palatina, ingeniosa y tópica a partes iguales, intrascendente en cuanto que todo propende al tradicional desenlace feliz; pero, a la vez, evidenciadora de luchas políticas y amorosas bien sustanciales; de esta forma tan vivaz, demuestra un enorme mérito por parte de todo el grupo y, principalmente, de Miguel del Arco. El director ha demostrado con creces su capacidad para aunar espectacularmente elementos diversos de la cultura y de la dramaturgia para sintetizarlos en montajes llamativos. La versión de Julio Escalada respeta mucho el lenguaje calderoniano (con dobles sentidos altamente jocosos) e interviene el texto reelaborando mínimamente algunas caracterizaciones que, después, Del Arco remata con una acentuación de los gestos, de las carnalidades y de las exageradas intemperancias de varios personajes. Ahora, lo que auténticamente nos entretiene y nos produce atracción es exactamente la criada, Gileta. Sigue leyendo

La vida es sueño

Los jóvenes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico despliegan su buen hacer con la tragedia de Calderón en la despedida de Helena Pimenta como directora

Foto de Sergio Parra

Cada una de las incursiones en la obra magna de nuestra literatura es un recuerdo de su consistencia estructural, de su poética barroca y de esa profusión filosófica sobre las cuitas de la Edad Moderna; desde la duda cartesiana hasta el cuestionamiento del dios todopoderoso (podemos recordar la fantástica propuesta de Carles Alfaro hace un par de temporadas). Vuelve Helena Pimenta con la obra que tanto éxito le dio cuando puso a Segismundo en la piel de Blanca Portillo. Ahora se despide de la Compañía Nacional de Teatro Clásico ―con honores―. Que retome la versión de Juan Mayorga (muy ajustada en los tiempos para lograr un brío enérgico y satisfactorio) con los jóvenes de la Compañía, es una apuesta firme por adentrarse en vericuetos complejos. La función, desde luego, es muy atractiva visualmente, y es debido al espacio escénico que Mónica Teijeiro ha imaginado. Porque la sala Tirso de Molina, en la quinta planta del Teatro de la Comedia, está resultando en estos pocos años que lleva activa como un lugar bien versátil; y así se da muestra de ello en este montaje. Se aprovechan al máximo las alturas: Rosaura corretea en su huida por las pasarelas que permiten colocar los focos a los técnicos, Segismundo aparecerá por un recoveco central y el elenco al completo se adentrará por cualquier esquina sobredimensionando las perspectivas. El conjunto es sencillo, pues los elementos con los que se juega son mínimos: apenas un piano y una cortina de láminas traslúcidas en el fondo. Sigue leyendo

El desdén con el desdén

La obra de Agustín Moreto se traslada a los años 60 para recrear el mito de Diana en un espectáculo de diálogos estratégicos

Lo que se lleva haciendo con la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico es sencillamente fenomenal, porque aúna en su haber una buena cantidad de virtudes. Primero el buen hacer, después la frescura de las modernizaciones (sin muchos excesos), un didactismo en el mejor sentido (esto conecta verdaderamente con los adolescentes y nuevos públicos) y, además, un respeto y homenaje a nuestras mejores plumas. Baste recordar, por ejemplo, La villana de Getafe, Pedro de Urdemalas, La dama boba o Los empeños de una casa; para darnos cuenta de que El desdén con el desdén suma un nuevo acierto. Desde luego, la versión de Carolina África no chirría en ningún momento y el verso vuela de principio a fin en ese nuevo contexto de los años 60 del siglo pasado. Y la dirección de Iñaki Rikarte parece inmejorable; puesto que explota al máximo una obra que, desde mi punto de vista, a nuestros ojos actuales, puede resultar un poco cargante al final por falta de subtramas. Eso no quita para sea enormemente divertida y entretenida para los espectadores en general. El argumento es una batalla psicológica donde la estrategia se debe imponer absolutamente a los deseos irrefrenables. Ir de farol hasta el extremo de arriesgarse a perder todo en el último segundo por vencer. Sigue leyendo

La Estrella de Sevilla

Una obra histórica del Siglo de Oro, con Sancho IV de protagonista, envuelta en una sugerente escenografía

LaEstrelladeSevillaLo primero que cabe afirmar sobre La Estrella de Sevilla es que, según los argumentos del profesor Rodríguez López-Vázquez, si de alguien es esta obra, es de Andrés de Claramonte; un autor, desde luego, mucho menos célebre que su coetáneo Lope de Vega. Después hay que continuar declarando que, a pesar de que el argumento no ofrezca mucha originalidad respecto a otras obras sobre reyes despóticos, sí que resulta interesante, tanto por la estructura, tan bien equilibrada, como por la creación de personajes que se deben redondear con el paso del tiempo. Pero si por algo merece la pena el espectáculo que han pergeñado Alfonso Zurro y su equipo, es por su gusto escénico. El trabajo de Curt Allen con el vestuario, tan anacrónico y a la vez adecuado para el diseño de la escenografía, con apenas unas varas enormes que se van clavando en el suelo luminoso, según las necesidades de la acción, creando espacios invisibles, compone una Sevilla imaginaria que recibe la luz simbólica y rotunda que ha preparado Florencio Ortiz. Luego, apenas unos elementos muy bien seleccionados como un trono ligeramente esbozado. Además, se le suma una música que encaja exquisitamente. En verdad que la estética de esta obra es admirable. Sigue leyendo