La vida es sueño

Los ingleses Declan Donnellan y Nick Ormerod ofrecen una visión desenfadada de este clásico, a través de una modernización que rebaja la hondura filosófica del dramaturgo español

La vida es sueño - Foto de Javier Naval
Foto de Javier Naval

Donnellan y Ormerod llegan con todo su bagaje modernizador de clásicos a emprenderla con nuestro Calderón, y creo que es un manierismo, un estilo repetido, que devalúa las cuitas barrocas. Sus dramaturgistas, en buena lid, corrompen la duda imperante en el autor español para trasladarnos hacia un mundo onírico que, en cierta forma, anhela la evasión ante la zozobra del devenir. Para ello nos sitúan en un contexto que podríamos hallar en los años cuarenta, durante el final de la Segunda Guerra Mundial, a caballo entre Europa y Estados Unidos. Puesto que la comicidad del vodevil se adentra de manera muy sorpresiva e inédita sobre las tablas, para producir un choque que es de lo más meritorio. Y esto lo podemos asumir, porque tenemos integrado en nosotros el drama, nos lo sabemos y, si mantenemos la mente abierta, podemos encontrar derivas por las que colarnos imaginariamente.

La musicalidad, el juego de puertas y de guiños payasescos propios del slapstick (incluido el lanzamiento por la ventana del lacayo) vienen remarcados una y otra vez, como una reiteración surrealista, por el tema «Cuánto le gusta», de Carmen Miranda. Esa atmósfera de diversión se conjuga con la parálisis y la estupefacción del máximo protagonista: Basilio. Sigue leyendo

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La gran Cenobia

Luis Sorolla y David Boceta envuelven a Calderón de la Barca en el contexto de la consabida imposición del relato con una tragedia poco representada

La gran Cenobia - Foto Sergio ParraApenas se ha representado esta tragedia histórica de Calderón de la Barca —una propuesta de la RESAD, donde participó David Boceta, y nada más que se sepa—, que la Compañía Nacional de Teatro Clásico, con esta hornada de jóvenes repescados de diferentes de distintas promociones —reconozcamos que la coyuntura hace de esta idea algo muy conveniente y con sentido—, pretende entroncar el tema romano que vertebra, de algún modo, la temporada (Antonio y Cleopatra, Numancia y Lo fingido verdadero). Sigue leyendo

Amar después de la muerte

La propuesta dirigida por Carlos Martínez-Abarca sobre la obra de Calderón pretende encontrar paralelos con nuestro presente

Amar después de la muerte - FotoYa debemos de estar acostumbrados a que los dramaturgistas biempensantes purifiquen su conciencia atormentada de blancos (probablemente heterosexuales) y judeocristianos —aunque sea por tradición—, y occidentales; ser, además, español supone una asfixia cerebral irreparable. Yo creo que España debería desaparecer, porque no existe nación en La Tierra que haya propiciado mayor daño a lo largo de su historia. Por eso a Carlos Martínez-Abarca le ha parecido que, en Amar después de la muerte, Calderón de la Barca, a pesar de escribir desde una perspectiva favorable y conmiserativa respecto de los moriscos, necesitaba traernos la cuestión hasta el presente para unirlo con la inmigración marroquí, con la islamofobia europea y todas esas controversias que provocan tanto dolor. Aspectos que también se insertan en el epílogo, puesto que debe quedar claro que de aquellos lodos estos barros y que el islam es una religión de paz y que las costumbres de los musulmanes son tan respetables como cualquier otra. Sigue leyendo

Casa con dos puertas…

Clásicos on the Road lleva a los años 20 esta comedia de Calderón en las tablas del Corral Cervantes

No falta nunca la comparación con La dama duende, cuando nos hemos de referir a esta comedia de Calderón de la Barca. Y es cierto que se rondan; pero Casa con dos puertas, mala es de guardar, sin ser tan sofisticada, deriva con más llaneza hacia una comicidad más desbaratada y que nos debe hacer disfrutar de principio a fin. Para ello, claramente, el dinamismo, la velocidad en las entradas y en las salidas, los gestos, a veces, hiperbólicos y los guiños que remarcan el equívoco, deben estar presentes con ahínco. Y todo ello es lo que, en mayor o menor medida, le ha faltado a la compañía Clásicos on the Road. En su descargo hay que reconocer que, a las ocho de la tarde de este calurosísimo final de julio, y bajo una carpa como la que han montado los de la Fiesta Corral Cervantes, el asunto se complica, y el sudor se hace enseguida pegajoso. Se presenta esta adaptación bajo la atmósfera de aquellos locos años veinte y con una aparente intención de ponerse al ritmo del swing; aunque simplemente vaya a quedar luego en un pequeño baile de charlestón en el prólogo y apenas unas notas de algunos temas archiconocidos de jazz. Desde luego, el final de fiesta al terminar el espectáculo, como mandan los cánones, exigiría un nuevo baile que no llega. Es una lástima que no se ahonde más en la cuestión musical y dancística, en el rollo enloquecido de aquella década, en la ruptura de las convenciones sociales y en la aceleración desaforada hacia el abismo. Entre los lastres técnicos que se detectan rápidamente está la iluminación; pues el juego de ocultamiento en las sombras no termina de funcionar; por la sencilla razón de que no llegamos a estar a oscuras. Y, por otra parte, un aspecto que me ha chirriado bastante y que pienso que es un error de concepto, tiene que ver con la escenografía. Es una obra que pide elementos para el escondrijo, ya sean unos biombos o unas cortinas para, precisamente, realizar el trasvase entre las dos conocidas puertas que tan difíciles son de guardar. Aquí se ha optado por situar tres láminas (representan una puerta, una ventana, una biblioteca,…), como los habituales roll-ups que tanto se emplean hoy en día para cualquier evento; aunque, eso sí, mucho más estilosos y acordes a la estética propuesta. El problema radica en su movilidad; es decir, que observar a los intérpretes (incluidas las féminas con los tacones) desplazar los pesados armatostes (el contrapeso para que no vuelen hace de las suyas) provoca torpeza y distorsión; le quita sencillez a los cambios de ambiente. Dichos lastres anulan la vistosidad de la función y restan atractivo. Se convierte en un montaje tan desnudo que hasta los más mínimos trucos propios del arte quedan a la vista de todos. Y sí, reconozcamos que la compañía cuenta con poco presupuesto y que las dificultades generales son muchas. Si bien, uno de los elementos que más destaca es el vestuario que ha diseñado Isabel Mata, y que se inspira en la susodicha década y que dota de elegancia a casi todos los personajes, ataviados con múltiples detalles y complementos, como los sombreros, los guantes o los exquisitos zapatos de ellas. Otro punto es el uniforme de marinero XL que viste Casimiro Aguza, que parece algo ridículo y poco verosímil. A partir de estas características, reconocemos un elenco que intenta llevar la declamación hacia un buen nivel, y lo consigue en las escenas de mayor reposo; a pesar de ello no logran provocar la carcajada en unos espectadores que están ávidos por alcanzar la resolución despampanante. La situación daría para asimilarla con el slapstick que tanto éxito tuvo en el cine durante aquellos años; máxime cuando se han logrado remarcar muy bien las diferencias de carácter entre los dos galanes. Desde luego, el argumento, tan lógico de las comedias de capa y de espada, contiene los consabidos equívocos que se desembrollan radicalmente en el desenlace. Nos situamos en Ocaña, Lisardo, interpretado con sensual apostura por Jairo Martínez del Hoyo, ansía conquistar en la calle a una mujer que se tapa con una estola de piel. Procede con una gustosa chulería, que le viene excelentemente al papel y que arrastra todo el espectáculo con solvencia. Ella es Marcela, que es encarnada por Iolanda Rubio con un manejo de la coyuntura algo timorato al inicio; pero con una mejor disposición hacia el último acto, pues sus decisiones serán definitorias para resolver el entuerto. Por otra parte, Lisardo se hospeda en casa de su amigo Félix, hermano de Marcela. Ambos tipos hablan de sus correrías, y ahí descubrimos a un Antonio Alcalde, responsable de esta ajustada versión, que ofrece un tono más pacato frente a su colega; lo que nos dispone hacia una cierta hipocresía coloreada de medias verdades y de conversaciones que se escuchan tras la cortina. Su profundo amor por Laura lo tiene trastocado; aunque ella anda un poco mosca por una tal Nise. Entre enfados y arreglos, contentos y vaciles, ella toma fuerza en la obra para llevarse a su terreno a su amado. Isabel Mata hace un trabajo firme y demuestra su arrojo sobre las tablas. Mientras se va produciendo el nudo ya en el segundo acto, los criados y las criadas salpimientan la función con estrafalarias interpretaciones que provocan las primeras risas del respetable. Así, realiza una buena intervención Enrique Meléndez, quien se mete tanto en el papel de Celia, como de Calabazas, al que acoge desde un acento venezolano muy vacilón. Por su parte, Casimiro Aguza hace de Silvia, criada en casa de Félix, y resulta algo grotesco y llamativo. También encarna a Fabio, el padre de Laura; pero creo que la juventud del actor torna inverosímil al personaje. Desde luego, la trama, levemente confusa con los temas entreverados del honor, los celos y la seducción, está destinada al entretenimiento y funcionaría desde el toma y daca continuado y ágil. Seguramente con más rodaje y unas condiciones más propicias, el público entre con otro cariz. No dudo que lo vayan a conseguir.

Casa con dos puertas…

Autor: Calderón de la Barca

Versión y dirección: Antonio Alcalde

Reparto: Iolanda Rubio, Jairo Martínez del Hoyo, Isabel Mata, Antonio Alcalde, Enrique Meléndez y Casimiro Aguza

Ayudante de dirección: Isabel Mata

Música: Eric Satie, Scott Joplin, James P. Johnson y Louis Armstrong

Coreografía charlestón: Iolanda Rubio

Diseño de iluminación: Aitana Herráiz

Diseño espacio escénico y vestuario: Isabel Mata

Construcción escenografía: Teodoro Mata y Antonio Arenas

Confección vestuario: Maribel Arenas

Diseño gráfico: Iolanda Rubio

Fotografía: Natalia M. Woyzechowsky

Producción: Clásicos on the Road

Corral Cervantes (Madrid)

Hasta el 1 de agosto de 2020

Calificación: ♦♦

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El gran mercado del mundo

Xavier Albertí tamiza la religión del auto sacramental calderoniano para hablarnos sobre los mercados actuales desde un cabaret

Foto de May Zircus

A veces, los cambios históricos no aceptan bien las modernizaciones de los clásicos o de esas piezas que en otro tiempo tuvieron una significancia. Un auto sacramental como El gran mercado del mundo ―dentro de su brevedad y de que tiene más de diez personajes, lo cual puede suponer un problema a la hora de llevarlo a escena― se presenta ante una sociedad en apariencia secularizada. Pretender que si se usurpa el contenido enteramente religioso va a quedar el mensaje acerca del mercado en el sentido moderno, y que con ello se puede hacer una crítica, por ejemplo, del capitalismo, es pergeñar un trastoque de mucho cuidado. Si además el pretendido mensaje tampoco es para tanto, ni mucho menos; lo que nos queda es el espectáculo. Esto puede estar muy bien para el entretenimiento del personal; pero ya no cumple su función, en este caso, eucarística. Xavier Albertí firma la versión que se presenta estos días en el Teatro de la Comedia y, a tenor de lo observado, parece que se puede realizar casi una parodia del auto y salir ileso; eso si nos fiamos en los aplausos. Poco más de una hora y cuarto para deconstruir la pieza y configurar un cabaret, una revista y hasta un piano-bar, como si estuviéramos en el Paralelo barcelonés de otra época. Y mucho apelotonamiento; porque el empeño de sacar a todo el elenco sobre las tablas, con el ventilador a todo trapo (molestia innecesaria), con el pianista a lo suyo y la Fama colgada para soltar el pregón, favorece el barullo. Sigue leyendo

La vida es sueño

Los jóvenes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico despliegan su buen hacer con la tragedia de Calderón en la despedida de Helena Pimenta como directora

Foto de Sergio Parra

Cada una de las incursiones en la obra magna de nuestra literatura es un recuerdo de su consistencia estructural, de su poética barroca y de esa profusión filosófica sobre las cuitas de la Edad Moderna; desde la duda cartesiana hasta el cuestionamiento del dios todopoderoso (podemos recordar la fantástica propuesta de Carles Alfaro hace un par de temporadas). Vuelve Helena Pimenta con la obra que tanto éxito le dio cuando puso a Segismundo en la piel de Blanca Portillo. Ahora se despide de la Compañía Nacional de Teatro Clásico ―con honores―. Que retome la versión de Juan Mayorga (muy ajustada en los tiempos para lograr un brío enérgico y satisfactorio) con los jóvenes de la Compañía, es una apuesta firme por adentrarse en vericuetos complejos. La función, desde luego, es muy atractiva visualmente, y es debido al espacio escénico que Mónica Teijeiro ha imaginado. Porque la sala Tirso de Molina, en la quinta planta del Teatro de la Comedia, está resultando en estos pocos años que lleva activa como un lugar bien versátil; y así se da muestra de ello en este montaje. Se aprovechan al máximo las alturas: Rosaura corretea en su huida por las pasarelas que permiten colocar los focos a los técnicos, Segismundo aparecerá por un recoveco central y el elenco al completo se adentrará por cualquier esquina sobredimensionando las perspectivas. El conjunto es sencillo, pues los elementos con los que se juega son mínimos: apenas un piano y una cortina de láminas traslúcidas en el fondo. Sigue leyendo

La hija del aire

La famosa tragedia de Calderón con la perspectiva de Mario Gas; entre la frialdad del elenco y la garra de Marta Poveda

Foto de Lau Ortega

De manera inconfundible es esta una de las comedias más célebres de Calderón. Vive en paralelo de su obra maestra, La vida es sueño; pues igual que ocurre con aquella, también el protagonista mora encerrado por los nefastos augurios que pesan sobre él. Semíramis posee una historia que se pierde en las leyendas de hace siglos y que nos la sitúan como la Sammuramat asiria. Sus reminiscencias se reparten por el Mediterráneo y el propio dramaturgo madrileño la emplea para crear una tragedia sobre la ambición de poder. Desde luego, lo interesante es descubrir si la versión de Benjamín Prado y la dirección de Mario Gas suman lo suficiente como para justificar el montaje más allá del valor que tiene como clásico. En cuanto al primero, nos ha entregado un texto que suena suavizado en los hipérbatos propios de la escritura barroca, y eso hace que el verso se nos muestre más claro al oído; aunque eso le quite cierta sentenciosidad. Por otra parte, al retirar a Chato (y a los músicos), ese bufón rústico que acompaña siempre a la futura reina, nos censura la réplica sarcástica. La sensación general es de frialdad en diferentes tramos de la extensa función. Esta percepción viene determinada por unos actores que han sido dirigidos hacia el estatismo. En muchos momentos parece que, una vez toman posición, su expresión no es acompañada por el cuerpo. Sigue leyendo

A secreto agravio, secreta venganza

Una adaptación sobre este drama de honor en el que se pretende enmendar la plana a Calderón de la Barca

Foto de J. Alberto Puertas

Ya nadie puede negar que vivimos una época en la que una corriente de moralismo pretende arreglar mágicamente los desafueros del pasado; aunque estos pertenezcan al mundo ficticio del arte y estén, desde nuestra perspectiva, más que juzgados. De esta forma, Pablo Bujalance y Pedro de Hofhuis han querido jugar al Ministerio de tiempo para enmendarle la plana no sé si a la historia o al propio Calderón. He de suponer que con la intención de que ningún espectador fuese a pensar que ellos apoyan, de alguna manera, la trama que se nos presenta. Lo que el dramaturgo del Siglo de Oro nos viene a contar no reviste una complejidad extraordinaria y esta adaptación aún se ha simplificado más. Nos situamos en Lisboa, don Lope de Almeida es un caballero que ha dedicado gran parte de su vida a guerrear y ha decidido casarse por poderes con una dama castellana. Ella es doña Leonor, una mujer que acepta el matrimonio; pero que mantiene todavía a un pretendiente llamado don Luis de Benavides, que cuenta con bastantes posibilidades de éxito dados los sentimientos despertados en su pretendida. Ante tal triángulo nos encontraremos con un ataque de celos del portugués y el consiguiente resarcimiento de su supuesta pérdida de honor a través de brutales asesinatos. Sigue leyendo

La dama duende

El Teatro de la Comedia acoge este enredo amoroso con una propuesta vivaz dirigida por Helena Pimenta

El último gran montaje que se recuerda por estos lares de La dama duende fue el que dirigió Miguel Narros y que se estrenó a los pocos días de su fallecimiento. Ahora es la Compañía Nacional de Teatro Clásico la que pone en marcha una versión a cargo de Álvaro Tato y bajo la dirección de Helena Pimenta que nos traslada no a ese 1629 en el que Calderón compuso esta comedia de capa y espada; sino al siglo XIX en pleno Madrid. El texto cumple con los paradigmas propios del enredo y con las prescripciones lopescas que tanto éxito habían traído a los corrales de comedias. La trama nos entrega a doña Ángela, una viuda burguesa, inteligente, juguetona y aburrida de esa existencia de luto permanente. Marta Poveda, tras su irónica condesa de Belflor en El perro del hortelano, adopta una pose ambigua en su rol de protagonista; por una parte parece que sencillamente quiere divertirse colándose en la habitación de un nuevo huésped y, por otro lado, da la impresión de que lo que verdaderamente desea es encontrar un amante que le permita escapar del amparo de sus hermanos y, también, dejar atrás los males de su viudez. Sigue leyendo