Señora de rojo sobre fondo gris

José Sacristán destila su esencia para adaptar la novela de Miguel Delibes, donde se relata el fallecimiento de su esposa

Que José Sámano haya estado detrás de la adaptación de Cinco horas con Mario y ahora de Señora de rojo sobre fondo gris parece una cuestión de lógica; pues son dos textos de Miguel Delibes que se miran fijamente y que suponen un díptico donde dos mujeres tan distintas como idénticas se observan desde perspectivas casi antagónicas. En la obra que nos compete, el panegírico, próximo al patetismo, nos produce verdadero estupor cuando se describe su enfermedad. Ahora que se estila tanto en literatura la autoficción, lo cierto es que el novelista vallisoletano se desnudó emocionalmente cuando publicó en 1991 su novela. Su esposa, con la que se había casado en 1946, había fallecido a los 48 años en 1974. Tamaña catástrofe lo sumió en el más oscuro silencio y la horrible experiencia le sirvió de materia para realizar esta confesión tan íntima que ahora interpreta José Sacristán en los escenarios. Primeramente, hay que reconocer que la versión, firmada, aparte de Sámano, por el propio actor y por Inés Camiña, posee la gran virtud de reordenar ciertos pasajes para propiciar un vaivén más pronunciado que en la novela, también más digerible. Porque en esta, el álter ego del autor es un pintor (exitoso) que le va a contar a su hija ―se encuentra encarcelada por el conocido como Proceso 1001― que su madre, Ana, está enferma y, aprovechando la coyuntura, nos va a hilar la prosopografía con la etopeya; es decir, a describir a su esposa como una especie de sílfide que ni embarazada engordaba y a consignar un carácter enérgico, predispuesto al encantamiento de todo aquel que se le acercara. Una mujer extraordinaria a todas luces y que uno, aunque sea un tópico, se la imagina como el soporte inevitable y necesario del artista. Los cuerpos enfermos de ella y de Franco en paradójica lucha por sobrevivir, cuando tan necesaria fue la muerte de uno para lograr la ansiada amnistía de presos políticos; como la recuperación de la otra para abrazarse en libertad con sus vástagos, se establece como un decorado de una época tan ilusionante como difusa. Quizás el texto no termine de ser tan político y reivindicativo como hubiera exigido dadas las circunstancias; aunque, desde luego, se dan pinceladas del contexto que se vivió durante los estertores del régimen. El José Sacristán que se nos planta en las tablas es el intérprete destilado, genuino, diría que hasta «sobrado» en el sosiego engañoso de controlar la situación para suspender la acuosidad de sus ojos tristes. Monologa con la memoria incandescente, recordando aquí y allá, sobrepasando cualquier cronología fiable, retratando a la esposa fallecida como ídolo que vivirá en él para siempre más allá de la carne. Si atrás se proyecta el susodicho cuadro pintado en verdad por Eduardo García Benito, es para redundar en una especie de fantasmagoría que sobrevuela por ese estudio destartalado. Precisamente, ese espacio, diseñado por Arturo Martín Burgos, de aire ceniciento, con lienzos grisáceos y sillones polvorientos y estanterías donde se aloja el whisky (es el contraste pertinente a los intereses tan acuciantes por la decoración que mostraba Ana). Hay que destacar la iluminación de Manuel Fuster, ya que es propicia a la hora de generar escorzos, profundizar en el expresionismo de ciertas semblanzas y para acompañar el paso taciturno del protagonista recalcando las tonalidades de la melancolía y de la tristeza. Es una función que resulta ―al igual que la novela―, algo excesiva en el detallismo médico ―Delibes, remarca esa terminología «abyecta», como un hipocondriaco que se esfuerza denodadamente por no caer en el tremendismo. Porque parece un autoensañamiento que poco a poco va alejándose de la humanidad reconciliadora de todos esos esbozos entre la pintura, los éxitos, las exposiciones en el extranjero, los hijos y hasta los celos artísticos para subsumirse en ese terrible vocabulario patológico, en el diálogo imaginado con esos doctores que tantas esperanzas le dan. Señora sobre fondo gris es un golpe de realidad desde la denostada posición del hombre (suele haber menos viudos y parece que estos son incapaces de hacerse cargo de la dolorosa situación, ya sea sentimentalmente o ya sea desde el prosaísmo hogareño) que nos vuelve a imponer el memento mori y que está llena de veracidad amorosa.

Señora de rojo sobre fondo gris

Autor: Miguel Delibes

Adaptación: José Sámano, José Sacristán e Inés Camiña

Dirección: José Sámano

Reparto: José Sacristán

Diseño de escenografía: Arturo Martín Burgos

Diseño de iluminación: Manuel Fuster

Diseño de vestuario: Almudena Rodríguez Huerta

Directora de producción: Nur Levi

Director técnico: Manuel Fuster

Técnico de iluminación/sonido: Manuel Fuster y Jesús Díaz Cortés

Gerente compañía / Sastra: Nerea Berdonces

Maquinista / Regidor: Juan José Andreu

Ayudante de producción: Pilar López “Pipi”

Secretaria de producción: Pilar Velasco

Coordinadora de producción: Cristina Lobeto

Administración: Eli Zapata

Voz de Ana: Mercedes Sampietro

Autor cuadro: Eduardo García Benito

Ayudante de dirección: Inés Camiña

Sonido: Mariano García

Producido por: José Sámano

Una producción de: Sabre Producciones, Pentación Espectáculos, TalyCual y AGM

Teatro Bellas Artes (Madrid)

Hasta el 17 de noviembre de 2019

Calificación: ♦♦♦

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