Coraje de madre

Helena Pimenta lleva a las tablas del Teatro de La Abadía esta obra de George Tabori, en un espectáculo que nos destina a Auschwitz a través de una peculiar comicidad

Coraje de madre - FotoCuando leemos un título así, que, en otras veces se ha traducido como Mi madre Coraje, pensamos inevitablemente en el célebre drama de Brecht. Y aunque George Tabori, quien estrenó esta obra en 1979 en Múnich, viene de esa tradición del teatro épico alemán; también procedía del Hollywood de los años dorados. Dramaturgo y novelista, también había sido reportero y espía, y para esta ocasión, con su ansia por ofrecer un pensamiento acerca de lo ocurrido en el pasado alemán, tomó la grandiosa anécdota de su progenitora salvando la vida por un hecho de lo más azaroso.

Se solapa este montaje con el que tiene lugar en el Teatro Fernán Gómez, Mefisto for Ever (basada en la novela de Klaus Mann, el hijo de Thomas Mann, con quien Tabori confraternizó en Estados Unidos). Que no por explotado hasta la saciedad, el tema —el nazismo, antes y durante la guerra— deja de ofrecernos su horror como una permanente llamada de atención ante cualquier devaneo exagerado que podamos contemplar hoy en nuestra sociedad; pues las sociedades mejor avenidas y con más educación pueden emprender caminos tortuosos que llevan al desastre con tan solo acentuar la envidia, la ira macerada o la simple misantropía.

Lo que ha hecho Helena Pimenta ha sido sacarles el jugo a sus dos principales intérpretes; primero porque Isabel Ordaz es idónea para este papel, por sus propios modos de actuar. Es una mujer que sabe establecer una forma extraña de expresión, muy peculiar, consistente en aunar una especie de comicidad de locuela con una melancolía soterrada que va aflorando. Este carácter, que ya ha desplegado en otras representaciones (El beso, de hace un par de temporadas), sirve aquí para entregarnos a una señora enmascarada por esa personalidad entremezclada de fortaleza, de pragmatismo y hasta de algunas dosis de ingenuidad; puesto que cualquiera en esas circunstancias de los años cuarenta en Budapest siendo judía viviría en la constante inquietud.

Claro que el punto de vista que se adopta aquí propicia distintas capas de ficción que favorecen reconstruir el pasado para, de alguna manera, liberarse de las heridas a través del humor, de la paradoja y del esperpento. Por eso el propio Tabori, situándose como narrador y como hijo, desde Londres, en aquella época, en ese verano de 1944, va hilando el relato mientras su madre lo vivifica para nosotros y lo intenta rehacer con sus propios recuerdos. Porque dentro de lo macabro y de lo apabullante que resulta la situación, la historia posee cierta sencillez. Y esto es lo que, quizás, lleve al espectador a determinar que no se va más allá, que el hecho es otro episodio más de tantos que hemos conocido. Este, al menos, reduce la amargura más que otros.

Pere Ponce, en los primeros instantes, me parece algo embarullado, como si lanzara a borbotones sus elucubraciones iniciales acerca de cómo empezar la semblanza. Luego, su tono cobra otro cariz; ya que establece un delicioso diálogo con su madre, que está lleno de complicidad, y de repeticiones dicho por el otro, y de esa distancia que impone el humor judío, capaz de buscar la gracia o el choque en los momentos más penosos. Puesto que describir cómo ella viaja hacinada en unos de esos vagones de ganado que emplearon para trasladar a esas pobres gentes (4031 en esa ocasión) a Auschwitz, y cómo un hombre abusa sexualmente de ella es algo controvertido. Uno no sabe cómo tomarlo, si ella misma lo describe como un acto casi humilde, sorpresivo, como si la vida tuviera estas cosas y que, dadas las condiciones, tampoco era para tanto. Tiene su aquel, visto como se ve, muchos años después. En cualquier caso, hay que recalcar que la madre y el hijo, Ordaz y Ponce, van llevándonos en su toma y daca con clara sintonía, con una fluidez extraordinaria y con una observación del mundo que resulta ejemplar.

Sí que nuestra protagonista logra llegar al clímax dramático casi al final. El silencio se esparce por la sala, cuando se quita varias máscaras de supervivencia, con ese humor judío al que me he referido, con esa, incluso, leve socarronería. Para llegar a ese punto ha debido ser capturada por Klapa e Iglódi, unos policías guiñolescos, caracterizados aquí como una pareja de patéticos cómicos de la esfera del cine mudo o escapados de alguna viñeta, con ese bombín y con esos pantalones cortos que le ha calzado la diseñadora de vestuario Mónica Teijeiro, quien he realizado un trabajo muy preciso para potenciar lo militar y, a la vez, estos rasgos tendentes al slapstick. David Bueno y Xavi Frau se esmeran con el gesto manipulando un cachivache que vale de cepo. Porque esta pieza, además de ser acompañada por un piano, que ofrece candor a las escenas más acibaradas, contiene objetos que se emplean para ilustrar el itinerario de esta mujer (no se sube a un tranvía, lo sujeta en sus manos). Después, ya en el campo de concentración, es Sacha Tomé quien se mete en el rol de un joven oficial alemán para desarrollar un carácter avieso, de esos que pueden inclinar la balanza hacia un lado u otro por puro antojo. Su naturalidad consigue asustar en ese diálogo final: «…¿qué hay de difícil en resistirse a la tentación de matar?».

De esta manera, Coraje de madre se va transformando en una propuesta que te atrapa a través de una rara atmósfera de cotidianidad frente a ese gigante espejo que deforma la realidad, donde van apareciendo los monstruos. Mientras, nosotros nos mantenemos en la duda de sonreír o de atemorizarnos, a la espera de que la fortuna conceda su beneplácito.

Coraje de madre

Autor: George Tabori

Dirección: Helena Pimenta

Reparto: Isabel Ordaz, Pere Ponce, David Bueno, Xavi Frau y Sacha Tomé

Adjunto a la dirección: José Tomé

Traducción: Víctor-León Oller

Escenografía: José Tomé y Marcos Carazo

Vestuario: Mónica Teijeiro

Iluminación: Nicolás Fischtel

Espacio sonoro: Ignacio García

Asesora de movimiento: Nuria Castejón

Ayudante de dirección: Noé Denia

Producción: Teatro de La Abadía, Ur Teatro y Teatre Principal de Palma de Mallorca

Colabora: Centro Sefarad-Israel

Título original: My Mother’s Courage / Mutters Courage © de George Tabori. Gustav Kiepenheuer Bühnenvertriebs GmbH, Schweinfurtstrasse 60, 14195, Berlín. Todos los derechos reservados

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 19 de marzo de 2023

Calificación: ♦♦♦♦

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Noche de Reyes

Helena Pimenta y Álvaro Tato llevan al Matadero su visión taciturna de la comedia de Shakespeare

Noche de Reyes - José Alberto Puertas
Foto de José Alberto Puertas

En 2013, la compañía británica Propeller demostraba cómo se puede exprimir una comedia como Twelfth Night hasta el punto payasesco. Decía Harold Bloom que las versiones sobre esta obra descarrilaban si no tenían un ritmo rápido. Y este es uno de los grandes fallos de la mirada que han proyectado Álvaro Tato y Helena Pimenta. Y se da así porque se han tomado una serie de decisiones estéticas y éticas, que convierten esta propuesta en un espectáculo demasiado melancólico y limpio. Si la acción transcurre en Iliria, nosotros pensaremos que estamos en el canal de la Mancha, en Dover, por ejemplo, en los años de la Primera Guerra Mundial. El vestuario de José Tomé y Mónica Teijeiro así lo manifiesta con bombines y cascos militares; y su propia escenografía, un retablo naíf con oleaje al fondo, refuerza la idea. Sigue leyendo

Los Pazos de Ulloa

La adaptación de la novela de Emilia Pardo Bazán en el Teatro Fernán Gómez queda reducida a una trama costumbrista

Los Pazos de Ulloa - Foto de Pedro GatoPodemos encontrar todo tipo de excusas razonables para justificar esta versión tan convencionalista y hasta popular que se presenta en el Teatro Fernán Gómez. Y hablo de excusas, porque sabemos de los conocimientos y del buen hacer de Helena Pimenta a lo largo de su carrera. Pero lo que ha hecho Eduardo Galán con su adaptación es un claro ejemplo de cómo se encuentra el equilibrio entre el montaje desbordante y omniabarcador (que no dejara suelto ni un solo fleco) y la propuesta que «guste» a un público menos avezado o paciente entre el que se deben hallar también los bachilleres. ¿Se merecía esto el centenario del fallecimiento de Pardo Bazán? Pues a falta de otras iniciativas públicas, parece que hay que conformarse. Y aunque se insista en que esta es la primera vez que se sube a las tablas una versión de esta novela; tampoco creo que se deba desmerecer el Ulloa, de Irma Correa que hace unos meses dirigió José Luis Arellano. Sigue leyendo

La vida es sueño

Los jóvenes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico despliegan su buen hacer con la tragedia de Calderón en la despedida de Helena Pimenta como directora

Foto de Sergio Parra

Cada una de las incursiones en la obra magna de nuestra literatura es un recuerdo de su consistencia estructural, de su poética barroca y de esa profusión filosófica sobre las cuitas de la Edad Moderna; desde la duda cartesiana hasta el cuestionamiento del dios todopoderoso (podemos recordar la fantástica propuesta de Carles Alfaro hace un par de temporadas). Vuelve Helena Pimenta con la obra que tanto éxito le dio cuando puso a Segismundo en la piel de Blanca Portillo. Ahora se despide de la Compañía Nacional de Teatro Clásico ―con honores―. Que retome la versión de Juan Mayorga (muy ajustada en los tiempos para lograr un brío enérgico y satisfactorio) con los jóvenes de la Compañía, es una apuesta firme por adentrarse en vericuetos complejos. La función, desde luego, es muy atractiva visualmente, y es debido al espacio escénico que Mónica Teijeiro ha imaginado. Porque la sala Tirso de Molina, en la quinta planta del Teatro de la Comedia, está resultando en estos pocos años que lleva activa como un lugar bien versátil; y así se da muestra de ello en este montaje. Se aprovechan al máximo las alturas: Rosaura corretea en su huida por las pasarelas que permiten colocar los focos a los técnicos, Segismundo aparecerá por un recoveco central y el elenco al completo se adentrará por cualquier esquina sobredimensionando las perspectivas. El conjunto es sencillo, pues los elementos con los que se juega son mínimos: apenas un piano y una cortina de láminas traslúcidas en el fondo. Sigue leyendo

El banquete

Los espectadores ser reúnen en torno a unas mesas para brindar por el amor y la imaginación gracias a textos clásicos universales

La edición número diecinueve del Festival Clásicos en Alcalá se inaugura con esta propuesta de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que ya fue presentada la temporada anterior en el Teatro de la Comedia. Un montaje que ante todo nos gana por el ambiente que se propicia y que es fundamental para que nos adentremos en una colección de textos clásicos universales (fundamentalmente del XVI y del XVII) y que son bien conocidos. Para un grupo reducido de privilegiados espectadores, sentados en larguísimas mesas que, a su vez, se sitúan sobre el escenario del Teatro Salón Cervantes, acompañados de los seis anfitriones que se van a transformar en múltiples personajes que aparecerán y se difuminarán para mutarse en otros y en otros más. Seremos, por tanto, comensales a la vera de una copa de vino para brindar por la imaginación; pues esta es el rasgo definitorio del ser humano. Ya que el espectáculo está inspirado en la obra La especie fabuladora, de Nancy Huston. En la persuasión que supone sentarse junto a los intérpretes, que te susurren versos al oído, que se paseen con enjundia por encima de esos enormes tablones esquivando jarras y vasos, está un encanto que apenas decae en algunos momentos. Concretamente al actor Aleix Melé, le ha tocado la ingrata tarea de ser el «interruptor» oficial, el aguafiestas que rompe la magia de las declamaciones, para realizar un homenaje emotivo de las invenciones que se le ocurrían a su abuelo ―testigo de acontecimientos célebres sucedidos a miembros de la Generación del 27―. Sigue leyendo

El castigo sin venganza

Helena Pimenta dispone con una estética repleta de sobriedad esta cruenta tragedia del Lope maduro

Foto de Sergio Parra

Más allá de las grandes virtudes que atesora esta tragedia de madurez escrita por Lope de Vega allá por 1631, está la cuestión de crear un montaje modernizado en el que se pueda justificar el terrible final. En la propuesta de Helena Pimenta, con la aceptable versión de Álvaro Tato, quien ajusta atinadamente la función a la hora y cuarenta minutos, nos deleitamos con una estética austera. La escenografía de Mónica Teijeiro insiste en la oscuridad y en una negrura únicamente aliviada por la frescura de Casandra, cuando la iluminación de Juan Gómez Cornejo nos da un alivio. Detalle fantástico es el espejo que cuelga para mostrarnos eróticamente a los dos amantes yaciendo y cumpliendo el incesto. Nos recuerda, claro, a los espejos que aparecen en la mirada de Sanzol sobre Luces de bohemia, y que, vía esperpento, dialoga con ese famoso parlamento del Duque de Ferrara: «…que es la comedia un espejo / en que el necio, el sabio, el viejo, / el mozo, el fuerte, el gallardo, / el rey, el gobernador, / la doncella, la casada, / siendo al ejemplo escuchada / de la vida y del honor, / retrata nuestras costumbres, / o livianas o severas, / mezclando burlas y veras, / donaires y pesadumbres?». Sigue leyendo

Escena – Fin de temporada 2017-18

Un recuerdo de lo mejor que hemos podido admirar en los escenarios durante este curso

Nuevamente llega la hora de pegar un repaso a esta temporada que, como no podía ser de otra manera, ha dejado obras meritorias destinadas al recuerdo y otras, que nos servirán de contrapunto en su fallo. Me quedaré con las primeras y no haré más escarnio con las segundas; aunque ambas dialogan en el meollo de nuestra escena teatral contemporánea. Se sigue echando en falta menos complacencia con el poder y con los «nuevos» discursos políticamente correctos. El teatro actual, en general, o es pacato o es directamente de un populismo ―muy aplaudido, por cierto―, que daña a la inteligencia. Mostrar, por parte de aquellos que tienen pretensiones, aquello que tu público espera conceptualmente, es una traición a la controversia. De lo poquito que ha destacado en cuanto al cuestionamiento de carácter político ha sido Juegos para toda la familia de Sergio Martínez Vila que, a pesar de que no termina de redondearse, nos deja un poso de inquietud. Sigue leyendo

La dama duende

El Teatro de la Comedia acoge este enredo amoroso con una propuesta vivaz dirigida por Helena Pimenta

El último gran montaje que se recuerda por estos lares de La dama duende fue el que dirigió Miguel Narros y que se estrenó a los pocos días de su fallecimiento. Ahora es la Compañía Nacional de Teatro Clásico la que pone en marcha una versión a cargo de Álvaro Tato y bajo la dirección de Helena Pimenta que nos traslada no a ese 1629 en el que Calderón compuso esta comedia de capa y espada; sino al siglo XIX en pleno Madrid. El texto cumple con los paradigmas propios del enredo y con las prescripciones lopescas que tanto éxito habían traído a los corrales de comedias. La trama nos entrega a doña Ángela, una viuda burguesa, inteligente, juguetona y aburrida de esa existencia de luto permanente. Marta Poveda, tras su irónica condesa de Belflor en El perro del hortelano, adopta una pose ambigua en su rol de protagonista; por una parte parece que sencillamente quiere divertirse colándose en la habitación de un nuevo huésped y, por otro lado, da la impresión de que lo que verdaderamente desea es encontrar un amante que le permita escapar del amparo de sus hermanos y, también, dejar atrás los males de su viudez. Sigue leyendo

El perro del hortelano

Extraordinaria representación de la comedia lopesca a cargo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico

el-perro-del-hortelano-fotoHay que reconocer que en este país, desde que Pilar Miró se la jugó, pero de verdad, llevando El perro del hortelano al cine ─con verso y todo—; logrando un éxito que se extiende hasta nuestros días, esta comedia resulta ser, dentro de las populares de Lope, la mejor acogida por los bachilleres y por el público en general. La obra en cuestión es nombrada por doquier ─junto a otras─ como parte del acervo popular, ya se sabe: «Todos a una como en Fuenteovejuna» y «eres como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer». Además, por esos azares del destino, volvemos a tener delante a Fernando Conde, que, en su madurez, ha cambiado su papel de mercader griego en el film por el de conde Ludovico. Dicho esto, debemos aceptar que el texto del Fénix es todo un zarpazo de ingenios, repleto de discursos veloces, cargados como metralla para que ambos contendientes disparen tanto a discreción como con la máxima pericia. Por momentos, uno parece escuchar a Cyrano cuando en boca de Teodoro surge: «…ese tornasol mudable, / esa veleta, ese vidrio, / ese río junto al mar […] esa Diana, esa luna, / esa mujer, ese hechizo,…». Sigue leyendo