400 días sin luz

Vanessa Espín ha escrito un drama que refleja, a través de distintas vivencias, cómo transcurre la existencia sin luz durante dos años en el asentamiento de la Cañada Real Galiana

400 días sin luz - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Antes de meterme en harina, me pregunto: ¿saldrá el espectador con una idea más o menos clara de cómo se vive en la Cañada Real? Respondo que en el Teatro Valle-Inclán no se vivencia la atmósfera degradada de aquel lugar único en Europa. El texto de Vanessa Espín es una fantasía, una fábula, hecha de realismo mágico, que sortea en exceso no solo las distintas problemáticas que cualquiera se puede encontrar en un barrio con los servicios básicos limitados; sino que se obvian otros conflictos de más calado, como la droga, o la masificación de algunas zonas. En 400 días sin luz no hay absentismo ni fracaso escolares. Sí, por el contrario, tenemos a unas honrosas mujeres luchando por sus derechos, a una muchacha que saca sobresalientes y quiere ser médica, a una joven rumana que cuida de su abuelo postizo y otros seres que sacan lo mejor del ser humano. No seré yo quien dude de estos personajes; porque, de hecho, algunos son enteramente reales, pero no vaya a ser que los espectadores se marchen a casa pensando que la disyuntiva es únicamente eléctrica. Sigue leyendo

Madre de azúcar

Clàudia Cedó nos lanza de cabeza al debate sobre la maternidad en mujeres con diversidad funcional en un espectáculo sobredimensionado

Madre de azúcar - May Zircus
Foto de May Zircus

El CDN sigue embarcado en la propulsión de proyectos que indagan sobre cuestiones morales de gran calado en nuestra sociedad. Si el año pasado Lengua madre ponía sobre la mesa distintas formas de comprender la maternidad a través de un teatro tan directo como amateur; y Supernormales abordaba la sexualidad de las personas con diversidad funcional; podríamos tomar Madre de azúcar como una síntesis de esas dos. Cloe, la protagonista de esta historia, interpretada por Andrea Álvarez, una mujer que frisa los treinta años y que tiene un «retraso mental moderado del 65%», quiere ser madre (soltera). El asunto merece la pena repensarlo, por supuesto; sobre todo, desde un punto de vista moral. La lástima es que Clàudia Cedó, de quien ya hemos degustado las interesantes Como una perra en un descampado y Calígula murió. Yo no, ha creado un espectáculo que se corrompe en dos aspectos clave. Por una parte, estructuralmente está sobredimensionado. El argumento no da para que se extienda dos horas y cuarto. Se dan repeticiones innecesarias, escenas de transición que sobran, exceso de explicaciones de cara al público, cuando luego podemos entender perfectamente de qué se trata (véase, por ejemplo, la especificación del uso del Implanon, el sistema anticonceptivo que emplean algunas mujeres con diversidad funcional). Resulta paradójico que se tome tanto tiempo en que todo quede claro y se caiga, después, en la redundancia que lía el asunto. Porque, ahí vamos, el segundo aspecto que trastoca el montaje es el contenido. Parece pertinente recalcar las preguntas que nos lanza la autora, que parten de su experiencia individual: «¿Qué da derecho a una parte de la sociedad a adueñarse de los cuerpos de las mujeres con diversidad funcional? ¿Todas las personas con discapacidad están incapacitadas para afrontar una maternidad? ¿Cuál es la capacidad que nos convierte en buena madre o buen padre? ¿Todas las personas que tienen hijos la tienen?». Partamos de lo inverosímil que resulta escuchar el discurso tan armado de la heroína, de quien apenas se nos deja observar cuáles son sus límites, aquellos que la llevan a vivir en un piso tutelado, una vez se «ha desprendido» de los grilletes de su progenitora. Tan solo contemplamos un comportamiento insensato propio de una adolescente buscándose un semental cualquiera a través de Tinder. Dicho esto, Andrea Álvarez encuentra un punto de solvencia magnífico y nos persuade con su furia y con su tozudez. Y creo que es el personaje que está verdaderamente logrado y que los demás orbitan excesivamente a su servicio hasta el punto de desbarrar. Puesto que sí, asistimos al debate con insistencia, incluso hasta sondear respuestas que nos dejan patidifuso, como que se acepte una «asistenta de maternidad» en un entorno tan precario, en el que se deben repartir los recursos. Me parece que el hecho de que algunos intervinientes, en el desenlace, pierdan su aquilatada sensatez busca entregarnos un final dulce para que el respetable se vaya ilusionado. Esto lo observamos en la mamá, que Teresa Urroz acoge con los tics propios del impulso sobreprotector; pero, también, en el director de la asociación que ayuda a estas personas con necesidades, y que es ginecólogo. Un tipo experimentado que Iván Benet interpreta con vigorosidad y valor argumentativo; para después rendirse a una especie de sensiblería incomprensible. Al menos estos dos personajes dan réplica y nos permiten mantener la atención en las disputas sin caer, inicialmente, en el buenismo. Son los malos de la película, los que niegan los derechos fundamentales a esta mujer, los inhumanos. Luego, Maria Rodriguez, una de las tutoras del piso, incurre en esa pendiente resbaladiza —lo hace con creíble potencia—, por la cual empatiza con el sufrimiento de su tutelada, y se convence de que, para ser justos con Andrea, se debe hacer todo lo posible para que cumpla con su deseo. Por otra parte, los compañeros de nuestra protagonista repercuten con humor en la ambientación de esta dramedia. Destaca actoralmente Marc Buxaderas, quien, desde su silla de ruedas, muestra sus enfados con una ironía envidiable. Por su parte, Judit Pardás demuestra su gracia en distintos momentos, no obstante, pienso que se le ha dado demasiado texto para el papel secundario que representa. No así a Mercè Méndez que está muy vivaracha.

Madre de azúcar es un espectáculo vistoso, con una escenografía de Laura Clos que nos permite adentrarnos con realismo dentro de ese hogar tan peculiar. Además, se habilitan diferentes espacios destinados también a la imaginación del público. Quizás, más allá de la propuesta conceptual, habrá que aceptar que el destinatario también ha de ser un espectador con diversidad funcional y que ello conlleva, evidentemente, ciertas licencias o procedimientos para que la historia sea comprensible para el mayor número de espectadores. En cualquier caso, me pregunto: ¿quién busca más satisfacer sus deseos: la chica que tiene un deseo de ser madre o aquellos que anhelan limpiar su atormentada conciencia bienhechora porque deben poner límites a aquellos que los necesitan? Un bebé, que crecerá, es, a la postre, a quien se le deben garantizar sus derechos básicos.

Madre de azúcar

Texto, dirección y dramaturgia: Clàudia Cedó

Traducción: Matilde Castillo

Reparto: Andrea Álvarez, Ivan Benet, Marc Buxaderas, Mercè Méndez, Judit Pardás, Maria Rodríguez y Teresa Urroz

Escenografía: Laura Clos «Closca»

Iluminación: Luís Martí

Vestuario: Bernat Grau

Sonido y música: Lluís Robirola

Vídeo: Clàudia Barberà

Ayudante de dirección: Berta Camps

Ayudante de vestuario: Assen Planas

Asesoramiento vocal y logopedia: Nora Baulida

Asesoramiento cuerpo: Vanessa Segura

Acompañamiento asistencial y regiduría adaptada: Carla Balaguer, Anna del Barrio y Julià Palacios

Fotografía: May Zircus (TNC)

Producción ejecutiva: Marta Iglesias, Anna del Barrio y Roser Soler

Distribución: Roser Soler (Mare de sucre) Caterina Muñoz (Madre de azúcar)

Producción: Teatre Nacional de Catalunya y Escenaris Especials con el soporte de Ajuntament de Banyoles, Diputació de Girona, Fundació Josep Botet, Fundació Support (Girona) y Fundació Obra Social La Caixa

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 9 de octubre de 2022

Calificación: ♦♦

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Canción para volver a casa

T de Teatre se sube a las tablas para interpretar un texto fallido de Denise Despeyroux sobre el reencuentro de unas viejas amigas

Canción para volver a casaDenise Despeyroux lleva muchos años escribiendo obras teatrales caracterizadas en su mayoría por la inclusión de la extrañeza humorística a través de las seudociencias, el esoterismo y el misterio. Siempre ha tomado con distancia estas prácticas, aportando un sentido satírico; aunque uno ya tiende a pensar que alguna confianza debe tener en ellas. Sin ir más lejos, hace pocos meses presentó La omisión del si bemol 3, donde se mofaba del famoso efecto Mozart. Lo que resulta decepcionante en Canción para volver a casa es que estructuralmente el texto sea tan endeble, que lo cómico apenas se fomente o se ambiente con adecuación y que el destino de la propia pieza y de los personajes sea tan increíble como ineficaz. ¿Qué ha pasado? Yo qué sé. Sigue leyendo

Los farsantes

Pablo Remón vuelve a la autoficción para recrear el mundo del cine y del teatro, con sus éxitos y con su precariedad laboral. Un montaje muy largo con un elenco muy resolutivo en las escenas más cómicas

Los farsantes - Luz Soria
Foto de Luz Soria

Después de haber visto todas (creo) la obras que se han representado de Pablo Remón, pienso que Los farsantes resulta anodina, larga y sin fundamento. Después de El tratamiento (2018) que, en esencia, iba de lo mismo; pues uno esperaba que alguien que ha hecho maravillas, como Doña Rosita, anotada, subiera algún escalón más. Pero no, seguimos con la autoficción, el consabido metateatro y las sempiternas quejas del sector artístico. España entera quiere ser actriz. Sigue leyendo

Supernormales

La asistencia sexual para personas con diversidad funcional salta a escena. La dramaturga Esther F. Carrodeguas firma un texto con lenguaje desbravado y sin concesiones, donde todos los prejuicios son cuestionados por los propios interesados

Supernormales - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

La referencia más popular que se manejaba hasta la actualidad sobre los asistentes sexuales era la película Las sesiones (2012), con Helen Hunt. Igualmente, tuvo repercusión en Cataluña el documental Jo també vull sexe! (Yo también quiero sexo!); y ahora es la dramaturga gallega Esther F. Carrodeguas quien aborda el asunto con una comedia enloquecida, mal hablada y controvertida. Una obra en la que participan diferentes intérpretes que se encuentran bajo ese marchamo tan difuso como eufemístico de la diversidad funcional. Sigue leyendo

Lengua madre

La dramaturga argentina Lola Arias construye un reportaje sobre distintas formas de alcanzar la maternidad a partir de los testimonios de sus auténticos protagonistas

Lengua madre - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Todo está bien. El conflicto está fuera porque el heteropatriarcado indeleble permea nuestra realidad de forma indemostrable, pero es avieso y nos normaliza que es una barbaridad. Eso es el mal, el resto es una variedad de posibilidades repletas de bondad. Creo que la frase de Paloma Calle en una entrevista reciente expresa con muchísima claridad de qué va el rollo que se han montado aquí: «Me gusta ser queer, una invertida…, como quieras llamarme. Pero no me digas ‘normal’, me resulta superofensivo». Jo, tía, cómo mola, diríamos, si fuéramos adolescentes. En fin, sociedad de consumo pura y dura aplicada a todas las esferas de la vida. Neoliberalismo de primera categoría y la creencia narcisista y ególatra de que eres especial. Desde luego, hay que reforzar mucho la «normalidad» para que algunos puedan salirse por la tangente con un poquito de esfuerzo. Sigue leyendo

El cuaderno de Pitágoras

Carolina África aprovecha su experiencia como voluntaria en un centro penitenciario para configurar un panorama metateatral sobre los reclusos

El cuaderno de Pitágoras - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Retirar la sordidez de la cárcel y aproximarse a esos presos y quedarse con el destello de esperanza a pesar de todo. Este acercamiento posee el peligro de edulcorar un hábitat de reclusión y de disciplinamiento, también de castigo moral y social. Y aunque se ofrecen unas pizcas de crítica, el asunto va más en mirar hacia adelante, y en pasar un bache. Y en este sentido, hay que celebrar que Carolina África, aprovechando su experiencia personal con un grupo de presos, haya decidido darles protagonismo con buenas dosis de compasión; pero también de madurez pragmática. Sigue leyendo

Rif (de piojos y gas mostaza)

Laila Ripoll y Mariano Llorente nos trasladan al Desastre de Annual a través de un espectáculo de variedades como hilo conductor, que satiriza lo militar

Rif (de piojos y gas mostaza) - Foto de Luz SoriaEl Centro Dramático Nacional está dando buena cuenta de la conmemoración del Desastre de Annual (1921) a través de dos obras de carácter humorístico. Primero fue Alfonso el Africano, y ahora toca Rif (de piojos y gas mostaza).

Laila Ripoll y Mariano Llorente vuelven a recurrir al café-cantante —como, de alguna manera, hicieron en El triángulo azul—, para edulcorar las angustias de la guerra en África y, también, para emitir una crítica socarrona sobre los consabidos vicios españoles. Este procedimiento vodevilesco arrumba en exceso la recreación histórica, pues esta queda expuesta con una serie de películas a modo de noticiarios que, a su vez, son explicados reiterativamente por parte del elenco. Sigue leyendo

Los últimos Gondra

Borja Ortiz de Gondra cierra su trilogía familiar con una pieza elocuente y sensible que ofrece una mirada esperanzadora sobre el futuro

Los últimos Gondra - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Ahora que se cierra la trilogía de Los Gondra, no puedo dejar de pensar en la serie alemana de Edgar Reitz, Heimat (que quiere decir ‘patria’; pero no piensen en Aramburu, o sí), que fue altamente defendida por Stanley Kubrick; y que tiene ciertos aspectos estéticos y otros tantos narrativos (cambien a los nazis por los etarras) que nos entregan grandes concomitancias con la saga que nos incumbe. Si Borja Ortiz de Gondra no la ha visto, debería hacerlo. Si con Los otros Gondra la decepción cundió —desde mi punto de vista—, fue porque tenía aire de transición y se recargaba la autoficción más narcisista. Felizmente, esta última parte se reconduce de manera exquisita para dialogar metateatralmente más con la primera pieza, Los Gondra (una historia vasca). Sigue leyendo