La dramaturga argentina Lola Arias construye un reportaje sobre distintas formas de alcanzar la maternidad a partir de los testimonios de sus auténticos protagonistas

Todo está bien. El conflicto está fuera porque el heteropatriarcado indeleble permea nuestra realidad de forma indemostrable, pero es avieso y nos normaliza que es una barbaridad. Eso es el mal, el resto es una variedad de posibilidades repletas de bondad. Creo que la frase de Paloma Calle en una entrevista reciente expresa con muchísima claridad de qué va el rollo que se han montado aquí: «Me gusta ser queer, una invertida…, como quieras llamarme. Pero no me digas ‘normal’, me resulta superofensivo». Jo, tía, cómo mola, diríamos, si fuéramos adolescentes. En fin, sociedad de consumo pura y dura aplicada a todas las esferas de la vida. Neoliberalismo de primera categoría y la creencia narcisista y ególatra de que eres especial. Desde luego, hay que reforzar mucho la «normalidad» para que algunos puedan salirse por la tangente con un poquito de esfuerzo.
A esto ha venido la dramaturgista Lola Arias, a mostrarnos una antología de maternidades que bajo ningún caso puedan ser consideradas corrientes, conservadoras o habituales, por mucho que estas tengan unas dificultades gigantescas para llevarlas a cabo. Aquí no hay niños enfermos, ni familias con cinco hijos, etcétera. Puesto que aquí se habla mucho de la concepción (también mucho de la contra concepción), el embarazo y el parto (o de «proveerse» de unos bebés), no del después. Además, en gran medida, porque hay que sacar de escena a los hombres heterosexuales, que siempre se escaquean del embarazo (o casi, diríamos hoy) o de los cuidados de la descendencia. Las cosas son así, que nadie lo niegue.
Lengua madre es una función esencialmente amateur. Sí que participa alguna actriz, como Eva Higueras, y otras que, en alguna medida, tienen relación con las artes escénicas; pero la factura es penosa. Se les hace cantar a coro, cuando no son cantantes. Se les montan varias coreografías, cuando no son bailarines (la mayoría). Un desastre. Los textos se marchan, las dudas quebrantan cualquier atisbo de consistencia. Y todo porque la creadora ha querido rizar el rizo de la hiperrealidad (a quién le importará esto en un teatro) sacando no personajes, sino a las auténticas personas con sus historias personales. Es decir, como el encuentro de alguna asociación de madres peculiares.
Como suele ocurrir, se cargan mucho las tintas hablando del pasado, con la educación religiosa, con los miedos sexuales, con la prohibición del aborto, con los matrimonios casi forzosos y otras atrocidades; para derivar de ello un pasado que aún no hemos superado del todo (o muy poco, defienden algunas). Sin valorar suficientemente los enormísimos avances que se han dado. Claro, para el «qué hay de lo mío» nunca vale totalmente. No obstante, el mayor inconveniente de este espectáculo es la carencia de dialéctica, de enfrentamiento, de análisis de las problemáticas subsiguientes más allá de eso que denominan heteronormatividad, como si esta fuera homogénea. Es decir, lo más absurdo es que los propios planteamientos de estas nueve historias son en sí, en el plano político, en el plano de la convivencia, controvertidas entre ellas. O no esperará Arias que al plantear los relatos como cajones estanco quedan solventados los choques. Es, por supuesto, la perspectiva de la izquierda chachi y amorosa dándole un abrazo a todo el mundo como si los principios se hubieran disuelto. El máximo ejemplo de esto lo hemos visto, cuando el feminismo más veterano ha comprendido que le metían un gol con la aceptación de los trans y su libérrima autodeterminación de género. Miento, sí que hay una tímida discusión contra Pedro Fuentes, un médico, devenido homosexual, que «ha tenido» un hijo por gestación subrogada (ya saben, la mercantilización). No se va mucho más allá, como pasa con Laura Ordás que ha decido no ser madre. De otro cariz es el discurso de Rubén Castro, muy conocido desde que salió en la prensa embarazado. Una «persona transmasculina no binaria y bisexual» (nada que objetar. Solo faltaba) que ha decido que como el Pisuerga pasa por Valladolid va a llevar la crianza de su peque sin género asignado. Así lo hace también Candela Sanz que tiene «une hije» y no sé cuántos «adres». Solo espero que los pediatras hayan creado una tabla de percentiles para la estatura adecuada para esta nueva estirpe de seres humanos. Ahora, esperemos que el experimento no conlleve ningún mal trato sicológico. Todo bien, insisto. Igual que los abortos de Susana Cintado, nuestra fontanera, feminista y okupa. Aunque cuesta pensar que a los anarquistas les moleste la libertad de expresión que ejercen algunos grupos de ultracatólicos a las puertas de las clínicas. Después la escritora Silvia Nanclares nos habla del coste que tienen algunos de los procesos de reproducción asistida por los que ha pasado. Todo es muy caro. Mientras que Besha Wear, nacida en la República Democrática del Congo acomete su cuestión desde las evidentes dificultades materiales de una mujer emigrante.
Ciertamente cada historia daría para una obra de teatro si se discurriera por los vericuetos lógicos de las contradicciones que acontecen con otras muchas visiones que difícilmente se pueden encerrar bajo el marchamo de la normalidad. Quieran o no, todo es más complejo en el espacio compartido de nuestra sociedad; por eso se requiere debate y tiempo, leyes y acuerdos; y, también, incluso, asumir que algunas prácticas, ya sean antiguas o novedosas, puede que no deban darse, si hablamos de maternidad, educación, cuidado y tutelaje de menores. Así se refleja en el valioso libro de Pablo de Lora, El laberinto del género. Sexo, identidad y feminismo, que resulta muy válido para comprender mejor esta propuesta y en el que, incluso, aparece alguno de los protagonistas (protagonistes).
Sí que es conveniente destacar la escenografía de Mariana Tirantte, un gigantesco gabinete de objetos curiosos destinados a documentar estas confluencias antropológicas. Su magnitud (añádase la gran pantalla en la parte superior) y la iluminación de Matias Iaccarino producen un gran atractivo; porque los individuos se ven envueltos en un ambiente de metafórico almacenaje de lo extravagante. Todo ello vale para que Lola Arias se enmascare precisamente en el documento fiel, para crear su dramaturgia. Aunque, al final, se nos desvelan los anhelos ocultos para el futuro. Algo así como una utopía ecofeminista donde las mujeres puedan tener libremente a sus hijos sin la intervención de ningún hombre. Los chinos están ello. Si lo pensamos bien: ¿qué podría fallar en esa maravillosa, respetuosa y pacífica ensoñación?
Texto y dirección: Lola Arias
Reparto: Paloma Calle, Rubén Castro, Susana Cintado, Pedro Fuentes, Eva Higueras, Silvia Nanclares, Laura Ordás, Candela Sanz y Besha Wear
Escenografía y vestuario: Mariana Tirantte
Iluminación y vídeo: Matias Iaccarino
Ayudante de iluminación: Facundo David
Foquista: Mercedes Incorvaia
Música: Meike Clarelli y Davide Fasulo
Dirección de coro: Meike Clarelli
Coreografía: Luciana Acuña
Ayudante de dirección: Rakel Camacho
Ayudante de escenografía y vestuario: Paula Castellano
Ayudante de vídeo: Miranda Barron
Asistente de dirección de coro: Ruth Rubio
Dramaturgia y producción: Lola Arias Company y Laura Cecilia Nicolas
Fotografía y cámara: Matías Iaccarino y Alejo Moguillansky
Fotografía analógica: Denis Grahna
Fotografía: Luz Soria
Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel: Equipo SOPA
Coproducción: Centro Dramático Nacional y Teatre Lliure
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 10 de abril de 2022
Calificación: ♦
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Por supuesto era un hombre quien tenía que hacer una crítica de esta obra, tan necesaria hoy en día.
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¿Cómo sabes que soy un hombre? Lo que sí te aseguro es que soy padre.
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