El cuaderno de Pitágoras

Carolina África aprovecha su experiencia como voluntaria en un centro penitenciario para configurar un panorama metateatral sobre los reclusos

El cuaderno de Pitágoras - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Retirar la sordidez de la cárcel y aproximarse a esos presos y quedarse con el destello de esperanza a pesar de todo. Este acercamiento posee el peligro de edulcorar un hábitat de reclusión y de disciplinamiento, también de castigo moral y social. Y aunque se ofrecen unas pizcas de crítica, el asunto va más en mirar hacia adelante, y en pasar un bache. Y en este sentido, hay que celebrar que Carolina África, aprovechando su experiencia personal con un grupo de presos, haya decidido darles protagonismo con buenas dosis de compasión; pero también de madurez pragmática. Además, hay que dejar constancia de las grandes dificultades con las que se ha encontrado en estos meses para sacar adelante este proyecto mientras ómicron hacía de las suyas. De hecho, la dramaturga ha tenido que realizar varios cambios para que el show pueda continuar (véase, últimamente, repartir los papeles de Emmanuel Cea entre otros componentes del elenco). Dicho esto, encontramos, en términos generales, un desparrame de subtramas que se van difuminando en mayor o en menor grado. La autora ha querido conjugar la visión coral y, además, la perspectiva más cercana, detallándonos la vida de un matrimonio encarcelado por distintos motivos y diferentes circunstancias. Aunar esas dos líneas con la excusa central de organizar una obra de teatro dentro del centro penitenciario con la colaboración de voluntarios de las artes escénicas, implica hilar muy fino para que las piezas propicien un equilibrio. No obstante, he de afirmar que se puede hallar una tendencia a mantener el fresco; sin entrar en profundidades más trascendentales. Y en este punto, el texto posee fallas que generan algunos resultados poco afortunados, como vamos a ver. Si nos centramos en el mejor personaje de todos, el Furia, interpretado por Manolo Caro con un temple calibrado al milímetro, con sus chispazos de ira y su lenguaje de germanías; pero, sobre todo, con un manejo del silencio magnífico; pues uno ansía saber cómo integrará en su vida esas nuevas enseñanzas que ha aprendido por su cuenta sobre los orficopitagóricos. También, hasta qué punto él es el escritor de todo lo que vemos, pues se da cierta confusión en el ensamblaje según nos aproximamos al final. Desde luego, la tergiversación de bitácora y Pitágoras produce todo un desarrollo existencial muy bien elaborado y muy fértil, aunque quede interrumpido y nos tengamos que tragar lo inverosímil que supone que un estudiante de bachillerato no conozca el famoso teorema. Este estudiante es el hijo, Pepe Sevilla, un verdadero fiera, un actor a seguir de cerca, que ya demostró su desparpajo en Fiesta de farsantes. Es otro carácter que se redondea de manera coherente y que resulta muy atractivo, puesto que ejemplifica perfectamente al típico chaval nacido en la cárcel, separado de su madre a los tres años y con todos los resquemores lógicos hacia su padre. La progenitora es Paqui, una Nuria Mencía que creo que realiza su mejor actuación hasta la fecha, y esto mucho decir de una actriz intachable. Es otro gran personaje, con grandes vaivenes emocionales, y con una madurez creciente que la termina por convertir en una mujer más responsable que nadie. Esta familia me parece el gran centro de atención; porque es la que nos permite ahondar en ellos. Tengamos en cuenta que él ha matado a un guardia civil y sus remordimientos son imparables; mientras que ella viene del mundo de la droga. En otro orden se mueve la trama metateatral. Helena Lanza, muy ágil y afable, es el álter ego de la autora. En ella observamos un procedimiento que me parece reiterativo, el soliloquio, que también utiliza el Furia. Esta forma de expresarse es demasiado explicativa e innecesaria; porque el espectador acaba teniendo demasiado información en lugar de representación. Ella hace de Macarena y es la que deriva el montaje hacia la comedia, propiciando ejercicios teatrales muy divertidos. Este ámbito pienso que no se enhebra hasta sus últimas consecuencias. Esto lo vemos, por ejemplo, con la escena del metro, que me parece prescindible, pues ya se nos ha hecho ver que un recluso de larga duración se convierte en un «inútil» al salir a la calle. Sin embargo, cuando parecía que se nos iba a meter de lleno con la representación teatral de los presos delante de sus familias, el tema se queda un tanto inconcluso. Por otra parte, en ese desparrame del que hablaba, podríamos considerar que existe una subtrama más entrañable que eficaz dramatúrgicamente, y que alarga la función demasiado. Me refiero al viaje a Torremolinos entre algunas mujeres que han pasado por la cárcel, entre ellos, Paqui y su hijo (todavía pequeño, en ese salto temporal al pasado). Es el momento de conocer la dura historia que ha sufrido y escondido Angélica, una venezolana. Gledys Ibarra pone todo su encanto a funcionar, muy salsera y, a la vez, dura. Es un buen contraste. Luego tenemos a unos intérpretes que dan base a todo el movimiento escénico que ha organizado con gran afinación Elena López Nieto —valoremos su labor, porque nos desplazamos entre tiempos y lugares con muchos cuadros—. Victoria Teijeiro está al máximo saltando entre papeles, tanto masculinos como femeninos, con gestualidades irrisorias y con una disposición extraordinaria. Otro tanto se puede aseverar de Jorge Mayor, pura intendencia. Está para lo que le echen sin desfallecer, y es capaz de abordar registros antagónicos con acentos y corporalidades muy medidos. A ellos se suma Ascen López, quien aporta el lado amable, pero también crítico. Pura bondad. No se puede negar que la obra está dirigida con primor tanto en las composiciones, como en el trabajo actoral, cuando estos tienen que aprovechar a tope la escenografía de Ikerne Giménez, quien ha sabido explotar el reducido espacio con varias alturas y alguna estructura versátil. Además, el uso de la videoescena está integrado con gran ajuste. Desde luego, el público disfruta y se siente compelido con esos relatos. Aceptemos que tiene algo de fabulístico y hasta de moralizador, y que, por eso, nuevamente, su dramaturga apela, como ocurre con todas sus obras, a la empatía y a la esperanza.

El cuaderno de Pitágoras

Texto y dirección: Carolina África

Reparto: Manolo Caro, Emmanuel Cea, Gledys Ibarra, Helena Lanza, Ascen López, Jorge Mayor, Nuria Mencía, Pepe Sevilla y Victoria Teijeiro

Escenografía: Ikerne Giménez

Iluminación: Sergio Torres (AAI)

Espacio sonoro: Nacho Bilbao y Pilar Calvo

Movimiento escénico: Elena López Nieto

Videoescena: Davitxun (AAI) y Néstor L. Arauzo

Ayudante de dirección: Juanma Romero

Ayudante de iluminación: Gustavo Segovia

Ayudante de vestuario: Tania Tajadura

Alumnas en prácticas: Lucía Mira-Marceli (URJC) y Ana Torres (ESAD de Castilla)

Fotografía: Luz Soria

Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero

Diseño de cartel: Equipo SOPA

Realizaciones: Mambo Decorados (Escenografía), Sfumato Pintura escénica SL (Acabados), Taller Sol Curiel (Taller de arreglos y confección) y María Calderón (Taller de tinte y ambientación)

Producción: Centro Dramático Nacional

Texto creado en el VII Laboratorio de Escritura Teatral de Fundación SGAE 2018-2019

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 20 de febrero de 2022

Calificación: ♦♦♦

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