Laila Ripoll y Mariano Llorente nos trasladan al Desastre de Annual a través de un espectáculo de variedades como hilo conductor, que satiriza lo militar
El Centro Dramático Nacional está dando buena cuenta de la conmemoración del Desastre de Annual (1921) a través de dos obras de carácter humorístico. Primero fue Alfonso el Africano, y ahora toca Rif (de piojos y gas mostaza).
Laila Ripoll y Mariano Llorente vuelven a recurrir al café-cantante —como, de alguna manera, hicieron en El triángulo azul—, para edulcorar las angustias de la guerra en África y, también, para emitir una crítica socarrona sobre los consabidos vicios españoles. Este procedimiento vodevilesco arrumba en exceso la recreación histórica, pues esta queda expuesta con una serie de películas a modo de noticiarios que, a su vez, son explicados reiterativamente por parte del elenco.Por otro largo, Mariano Marín se ha encargado de una música que les permite retratar una época, con sus pasodobles, sus marchas militares, algún foxtrot y otras canciones escoradas al esperpento. A ello ayuda, desde luego, el vestuario tan exótico que ha ideado Almudena Rodríguez Huertas.
Así que, como digo, este planteamiento constriñe la representación en sí, aquella que verdaderamente nos debería atrapar con su intrahistoria. Y ello es debido a que el hilo conductor es endeble en el drama. Mateo Rubistein, encarnándose en Antonio, un muchacho analfabeto procedente del campo andaluz, llega a Melilla con su lógica ignorancia. El intérprete halla el tono al plasmar su ingenuidad; pero no se le da todo el oxígeno que requeriría para profundizar en el horror al que va a asistir. Esto lo comprobamos con el empeño didactista que trufa la función.
Las explicaciones buscan evidenciar una crueldad que se omite en gran medida y, también, teorizar sobre el entrenamiento moral y político al que se estaban sometiendo los militares que más adelante comandarían el golpe de estado en 1936. Una perspectiva a tener en cuenta; aunque reduce la importancia de otros acontecimientos de la historia de España. Así que vemos pasear delante de nuestros ojos las caricaturas de Franco, con un Carlos Jiménez-Alfaro afeminado, o de Alfonso XIII, interpretado por Jorge Varandela. Este actor brilla con el papel de Harold Lloyd (en realidad, un soldado más), pues logra representar esa visión espectral y evasiva que generaba el cine en todas aquellas gentes del mundo rural, como nuestro antihéroe.
Esta es una de las mejores ideas del montaje, pues compensa el humor más descarnado de las cupletistas y sus rufianes. La sordidez prostibularia de las bailarinas con sus canciones picantonas, al modo de La Chelito, se aúnan con la soberbia testicular de algunos generales. En el revoltijo grotesco se abrazan Arantxa Aranguren —más consistente y entrañable cuando se mete en la piel de la cantinera— y Sara Sánchez, ágil en sus bailes sicalílpticos, con la zafiedad, un Mariano Llorente metamorfoseado con excelsitud en el general Silvestre, para patentizar su inmensidad escrotal y resarcirnos del Desastre del 98. Igualmente, Juanjo Cucalón, como oficial corrupto, repleto de ironía, es capaz de vender armas al enemigo.
La atmósfera de desencanto y de patetismo se alcanzan fundamentalmente con algunas escenas, donde se traslada al respetable la angustia, como observamos en los efectos del gas mostaza; pero, sobre todo, por una escenografía de Antonio Martín Burgos que nos mete de lleno en el desierto y que es coloreada con la iluminación macilenta de Luis Perdiguero. Uno encuentra que el contexto se escapa, que algunos personajes se difuminan (como el de Abd el-Krim) y que, por tanto, el espectador debe atar unos cabos demasiado sueltos como para cuestionar el colonialismo español y otros entuertos.
Texto: Laila Ripoll y Mariano Llorente
Dirección: Laila Ripoll
Reparto: Arantxa Aranguren, Néstor Ballesteros, Juanjo Cucalón, Ibrahim Ibnou Goush, Carlos Jiménez-Alfaro, Mariano Llorente, Mateo Rubistein, Sara Sánchez y Jorge Varandela
Escenografía: Arturo Martín Burgos
Iluminación: Luis Perdiguero
Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Música y espacio sonoro: Mariano Marín
Videoescena: Álvaro Luna
Ayudante de dirección: Héctor del Saz
Ayudante de escenografía: Laura Ordás
Ayudante de iluminación: Marta Martí
Ayudante de vestuario: Mélida Molina
Ayudante de vídeo: Elvira Ruiz Zurita
Fotografía: Luz Soria
Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel: Equipo SOPA
Realizaciones: Scnik (Escenografía), Sastrería Cornejo (Vestuario) e Hijos de Jesús Mateos (Utilería)
Coproducción: Centro Dramático Nacional, Micomicón y A Priori
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 30 de enero de 2022
Calificación: ♦♦
Crítica publicada originalmente en la revista cultural La Lectura de El Mundo.