T de Teatre se sube a las tablas para interpretar un texto fallido de Denise Despeyroux sobre el reencuentro de unas viejas amigas
Denise Despeyroux lleva muchos años escribiendo obras teatrales caracterizadas en su mayoría por la inclusión de la extrañeza humorística a través de las seudociencias, el esoterismo y el misterio. Siempre ha tomado con distancia estas prácticas, aportando un sentido satírico; aunque uno ya tiende a pensar que alguna confianza debe tener en ellas. Sin ir más lejos, hace pocos meses presentó La omisión del si bemol 3, donde se mofaba del famoso efecto Mozart. Lo que resulta decepcionante en Canción para volver a casa es que estructuralmente el texto sea tan endeble, que lo cómico apenas se fomente o se ambiente con adecuación y que el destino de la propia pieza y de los personajes sea tan increíble como ineficaz. ¿Qué ha pasado? Yo qué sé.
Llama la atención que la función se demore tanto en entrar en harina con una descripción somera de las protagonistas que, lógicamente, por falta de representación, cae rápidamente en nuestro olvido. Así, Carme Pla, que hace de Valentina, toma la palabra para recurrir a ese anticuado procedimiento (como si fuera una película del neorrealismo italiano o español) por el cual se nos revela quién es Renata, una mujer que ha llegado a la casa familiar de un pequeño pueblo catalán. Su madre murió hace ocho años; pero no ha interiorizado el duelo aún. A continuación, se actúa de igual manera (son parrafadas) con Greta, una pintora que ha resuelto adoptar un hurón, hecho este bastante anecdótico a la postre. Por si no fuera poco, nos queda Rita. Una mujer con depresión que está estudiando para mosso d´escuadra. Que estos tres personajes no tienen desarrollo suficiente se comprueba en que sus pretensiones personales no afloran casi nada en el resto de la función. La primera, que es interpretada por Marta Pérez con su habitual naturalidad, resulta ser quien vuelve a reunir a sus antiguas compañeras del grupo de teatro (sí, otra vez papeles sobre intérpretes; aunque esta vez no es autoficción) después de muchos años sin verse. Tuvieron cierto éxito interpretando la obra de un tal Macolm Logan, un dramaturgo escocés.
Por otra parte, la propia Carme Pla, que hasta ese momento ha realizado labores de narradora, ahora ya pasa a ser Valentina, un carácter más incompleto todavía que el resto, pues apenas hace de ayudante de un hipnotista (perdón, «arquitecto motivacional») que ha terminado en la cárcel. Este ahora se hace llamar Jonás (y nos hace tragar todo el relato bíblico para que comprendamos su simbología, que aquí tampoco se lleva hasta el fondo). Este es acogido por Albert Ribalta, quien deambula con una pesadumbre consistente, aunque luego le toque apelar a los gestos que fuerzan la hipnosis sin concierto y como impelido por el azar. Cómo se unen estos hilos tan frágiles —quizás la autora se ha confiado en exceso a la elipsis— es más propio de esas anagnórisis de las novelas bizantinas. Porque se procede con una serie de equívocos, no lo suficientemente graciosos, que precipitan un final inverosímil y chocantemente mortecino. Resulta que las chicas creen haber encontrado a su querido dramaturgo de antaño en el hipnotista, quien finge serlo, por aquello de que necesita pasar desapercibido, ya que una de sus pacientes (una muchacha de veintitrés años) se ha suicidado dejándole un poema dedicado.
Los diálogos anodinos trufan el montaje, como el que transcurre en la taberna de Pepe, que desembocan en un absurdo que solo sería aceptable si la propuesta definitivamente desbordara humorísticamente. Verlas acuciadas por la ilógica creyendo que, porque sí, el tal dramaturgo escocés, quien ha decidido retirarse del mundo del para vivir en el campo, va a acabar en el pueblo donde están ellas («Tiene que haber venido a este pueblo… ¿No veis que aquí ensayamos su primera obra? Tiene todo el sentido»). Insisto, la función no va con el tono de Mihura. Únicamente percibo unas escenas que alargan la estrafalaria reunión entre un tipo que responde macarrónicamente en distintos idiomas y un grupo de ex actrices que se ven sometidas al sueño instantáneo para acallarlas (ni siquiera se utiliza la hipnosis para propiciar algún relato con más enjundia).
Metamos un poco la lupa. Dice Greta: «Tengo una hija, ya está, ya lo he dicho, tenía que decirlo…». Esto, esputado así, de golpe, a poco de terminar el espectáculo. ¿Cómo podemos justificar este derrotero tan abrupto? Seguimos. Greta: «Se metió en una secta». Justo tiene un cuadro ahí que ha estado pintando y es la susodicha. ¡Oh, sorpresa! Imagínense lo que viene después de la otra parte. Hachazo para el respetable. Y canción (para volver a casa) lacrimógena. ¿Cómo se quedan ustedes con esto?
Claro que T de Teatre son gente muy solvente y que ha demostrado su buen hacer en multitud de ocasiones, baste recordar las últimas: E.V.A. o Premios y castigos. Pero en esta ocasión el texto, ante todo, no parece que tenga bastante calidad o que exprese algo medianamente firme en lo que apoyarnos.
Texto y dirección: Denise Despeyroux
Reparto: Mamen Duch, Marta Pérez, Carme Pla, Albert Ribalta y Àgata Roca
Escenografía: Alejandro Andújar
Vestuario: Mamen Duch
Iluminación: Rubèn Taltavull y Jordi Thomàs
Música original: Pablo Despeyroux
Voz canción: Charo Tris
Sonido: Roger Ábalos
Ayudante de dirección: Carles Armengol
Ayudante de escenografía: Sergi Corbera
Fotografía: Kiku Piñol, Noemí Elias y Marçal Vaquer
Vídeo: Mar Orfila
Producción: T de Teatre, con la colaboración de Grec 2019 Festival de Barcelona y el apoyo de Institut Català de les Empreses Culturals (Generalitat de Catalunya)
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 29 de mayo de 2022
Calificación: ♦
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en: