Como una perra en un descampado

Clàudia Cedó nos entrega un texto teatral sobre su propia experiencia en su embarazo desgraciadamente fallido

Foto de Kiku Piñol

La medicina y la higiene han avanzado tanto que ya nos hemos olvidado de todos esos niños que hasta hace bien poco se morían al nacer (y sus madres, a veces, también). Que aquello fuera habitual y ahora altamente excepcional ―según afirman las estadísticas―, destina a los futuros padres a tensiones indecibles; pues vivimos bajo una atmósfera de inmortalidad. Nos han sobrevenido miedos antes inexistentes, pues la vida te exponía a situaciones en apariencia inevitables. Clàudia Cedó ha decidido convertir en drama su experiencia personal (sobre un tema parecido se lanzó Gemma Brió con su exitoso Liberto), ese momento en el que se llega a un punto de no retorno, a esos cinco meses de embarazo en los que el líquido amniótico ha desparecido y continuar con el proceso supone un altor riesgo para el bebé. ¿Qué hacer? Este hecho trascendental, duro y moralmente controvertido es explotado con maestría para destinarnos al instante de la agonía. O, al menos, así parece en los primeros compases del espectáculo; porque después, una trama paralela poco fructífera y la falta de hondura en la indagación de la pareja, desinflan el montaje. Primeramente, es conveniente destacar la escenografía de Max Glaenzel, un descampado que inunda toda la tarima de la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán, con el público pisando esa arena sucia ahíta de cachivaches (un capó destartalado, ruedas abandonadas, cajas descompuestas y aparatos estropeados). Estar metidos tan adentro en el espectáculo nos aproxima a ese mundo onírico y tenebroso al que se nos anima a participar. Y es que Julia, una Vicky Luengo que, como lleva demostrando estas últimas temporadas, está repleta de energía, de firmeza y de matices en sus expresiones contradictorias; lleva junto a sí a otra Julia, como si fuera su doppelgänger que permanentemente dialoga con ella en su intimidad, con sus pavores, con sus nervios. Esa otra Julia ―Maria Rodríguez está totalmente acertada en su entrega (ambas actrices se intercambian los papeles en cada función). Cuerpo a cuerpo, en ecos, en paralelos, en diálogos paradójicos sobre sí misma, una pepitagrilla aconsejando sobre el devenir, alcanzamos ese espacio pesadillesco. El descampado es el inhóspito recoveco recurrente donde un perro negro, como el ruido horrendo que nubla la razón y da miedo y te paraliza. Ladra. Ladra cuando aparece de improviso. La iluminación de Kiko Planas adopta ese tono amarillento, parduzco, que nos lleva a la penumbra. Ese ambiente que vuelve cada poco en la función nos sirve para percutir en la zozobra que en verdad está padeciendo esta joven que un día, tras unos dolores, tras una revisión, conoció de parte de su ginecóloga, que su embarazo no marchaba adecuadamente. Alargar la cuestión y conseguir trazar una obra de teatro se consigue, como ya se ha dicho, en parte; precisamente en lo tiene de emocional, de instintivo. Pero hasta qué punto Julia es una chica interesante que nos lleve por otros derroteros más allá de los comunes de alguien común. O sea, su historia personal no se expone de una manera que nos persuada suficientemente (se dice que es maestra). Si nos fijamos en esas breves escenas, donde se remite al instante, casi azaroso, en el que se decidió que tendrían un hijo; allá, en un viaje por Estados Unidos, tampoco dejan gran poso. Ahí tenemos a su novio, Pau, un David Menéndez correcto y arrastrado por las circunstancias, sin más. Un técnico de luces que trabaja en el mundo teatral. Queda extraño cómo se ha querido aprovechar esta coyuntura para presentarnos una rama alternativa de la historia, una especie de paralelo ficcional, artístico, que, claramente, no termina de empastar o de suponer una reverberación fértil. Y es que Xavi Ricart, además de interpretar al padre de la afectada, también hace de director que está preparando una obra y que, al mismo tiempo, va a intentar ligarse a la actriz protagonista, en este caso, Anna Barrachina. Poco recorrido por ahí, desligado de la sustancia principal. Ambos actores, en la multiplicación de sus intervenciones, van aportando sus pinceladas con sensatez en ese dinamismo con el que Sergi Belbel se ha lucido. La incertidumbre de no saber por dónde va a transcurrir el argumento mantiene nuestra atención. Asimismo, algunas motas de humor rebajan la tensión. Por ejemplo, Queralt Casasayas, quien principalmente se caracteriza de hermana, resulta graciosa en el rol de enfermera novata. Globos al aire como metáfora de esos óvulos que volverán a ofrecer oportunidades procreadoras. Si, por un momento, nos situamos en la postura de padre interruptus, quizás también saquemos la hermosa conclusión de observar con qué dificultad muchos hombres necesitan la materialidad, el hecho en proceso, el cuerpo real del futuro bebé que trastornará sus vidas. Ellos no lo llevan dentro y, además, les cuesta imaginárselo; pero cuando está ahí, muerto, uno se hace enteramente consciente de la vinculación imborrable.

Como una perra en un descampado

De Clàudia Cedó

Traducción: Matilde Castillo

Dirección: Sergi Belbel

Reparto: Anna Barrachina, Queralt Casasayas, Vicky Luengo, David Menéndez, Xavi Ricart y Maria Rodríguez

Escenografía: Max Glaenzel

Iluminación: Kiko Planas

Vestuario: Mercè Paloma

Espacio sonoro: Jordi Bonet

Ayudante de dirección: Antonio Calvo

Ayudante de escenografía: Marta Geòrgia

Estudiante en prácticas: Madelaine López

Fotografía: Kiku Piñol

Vídeo: Raquel Barrera

Diseño de cartel: Javier Jaén

Producción: Sala Beckett y Grec 2018 Festival de Barcelona

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 16 de febrero de 2020

Calificación: ♦♦♦

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