Fuenteovejuna

Rakel Camacho y María Folguera ofrecen una adaptación de la tragedia lopesca repleta de brutalidad y de feminismo grandilocuentes

Foto de Pablo Lorente

Salirse del falso suvenir debe resultar ineludible si verdaderamente se anhela mantener vivo un clásico. Ya asistimos con frecuencia a montajes más ajustados al paradigma (Fuente Ovejuna, de la propia Compañía); aunque también alguno contemporáneo dirigido, por cierto, por una mujer, Marianella Morena. Habrá que insistir, cada poco, que nosotros no acudimos a un corral de comedias ─ni siquiera en Almagro─, si no a un teatro a la italiana en una ciudad del presente. Somos un público muy distinto, por eso tenemos una mentalidad que nos permite ir más allá de la mirada ofrecida por Lope de Vega, quien era deudor de esas gentes diversas en su estatus, pero ahormadas por una moral mucho más definida que la nuestra. Sigue leyendo

Hysteria

Carla Nyman se pone al frente de un montaje surrealista en el Teatro de La Abadía sobre diversos padecimientos siquiátricos de una paciente

Hysteria - Foto de Vanessa -RabadeNo hará más de unos meses, Lola Blasco, con El teatro de las locas, escenificaba las experimentaciones del neurólogo Jean-Martin Charcot. Me faltó locura en aquella; pero es que a esta de Carla Nyman le falta directamente histeria. No es necesario que acudamos a un mamotreto de siquiatría para descubrir efectos de nerviosismo abruptos y toda una gama de comportamientos extemporáneos. ¿O es suficiente con poner luces estroboscópicas y pinchar musicote? ¿Qué sentirá el espectador si de la autora lee: «El Hospital de la Salpêtrière era un infierno femenino. Cuatro mil mujeres incurables o locas o dementes fueron exploradas y exhibidas para mostrar qué era la histeria. Agustina no es una de esas mujeres, o quizás sí» y, luego, nada, ni remotamente, transcurre de eso modo? Sigue leyendo

Arder y no quemarse

El mismísimo Teatro Español es conmemorado en su 440º aniversario a través de un recorrido por sus grandes hitos en un espectáculo muy emotivo

Arder y no quemarse - Foto de Esmeralda Martín
Foto de Esmeralda Martín

Abarcar todo lo transcurrido en el espacio que hoy llamamos Teatro Español es harto imposible. Lo que sí tengo claro es que el estreno de Arder y no quemarse fue verdaderamente especial e irrepetible. A través de una docuficción, el elenco simula lo acontecido en incendio que se produjo el domingo 19 de octubre de 1975, mientras se estaba ensayando la obra 7000 gallinas y un camello, de Jesús Campos (uno de los asistentes a nuestra representación). Se introducen los reporteros de Televisión Española a indagar sobre las causas. Este, desde luego, no será el único de los estilos que se pondrán en marcha dentro de esta función. Sigue leyendo

La gran Cenobia

Luis Sorolla y David Boceta envuelven a Calderón de la Barca en el contexto de la consabida imposición del relato con una tragedia poco representada

La gran Cenobia - Foto Sergio ParraApenas se ha representado esta tragedia histórica de Calderón de la Barca —una propuesta de la RESAD, donde participó David Boceta, y nada más que se sepa—, que la Compañía Nacional de Teatro Clásico, con esta hornada de jóvenes repescados de diferentes de distintas promociones —reconozcamos que la coyuntura hace de esta idea algo muy conveniente y con sentido—, pretende entroncar el tema romano que vertebra, de algún modo, la temporada (Antonio y Cleopatra, Numancia y Lo fingido verdadero). Sigue leyendo

Sueño de una noche de verano

La nueva adaptación de esta curiosa comedia de Shakespeare entretiene mucho con su aire juvenil

Foto de Sergio Parra

Los aficionados al teatro pueden recordar las últimas adaptaciones que se han podido ver por estos lares: aquella coreana de corte animista y la que dirigió Darío Facal en el Matadero. Quien le mete ahora mano, y mucha, es Carolina África; y hemos de reconocer que ha logrado dejarla no solo en lo esencial, sino con una frescura en el lenguaje que, si bien la aproxima al entorno juvenil; también propicia el dinamismo. Está, además, trufada de ironías, de guiños al presente y al respetable. Resulta bastante desenfadada, incluso entrañablemente dickensiana (sobre todo, al principio, con la entonación del «All I Have to Do is Dream», de The Everly Brothers). A todo ello le pone un ritmo idóneo y atractivo la dirección de Bárbara Lluch. Así que, desde el inicio, nos adentramos en la ensoñación, sabiendo que esta obra de Shakespeare es, como poco, sui géneris. Es más, ¿es una pieza unitaria o es un entreverado de cuentos sin un desarrollo enteramente consistente? Porque ninguna de las tramas profundiza en demasía, y valen más como ejemplos del amor que se imbuye de la magia y de sus contradicciones. Por eso identificamos las influencias de la materia de Bretaña o de Apuleyo o de Ovidio o de la mitología celta. Y si queremos quedarnos con alguna pareja de enamorados, ¿con cuál nos quedamos? Pues con ninguna, porque los dos personajes más atractivos son Puck y Bottom. Ellos son los que mueven el cotarro, los que divierten con sus travesuras o con sus ingenuidades. Y el contraste entre ellos es excepcional. Sigue leyendo

La señora y la criada

Un Calderón apenas conocido en una propuesta escénica de aire italiano que Miguel del Arco promueve con gran desenfado y dinamismo

Foto de Sergio Parra

Llevar una comedia palatina, ingeniosa y tópica a partes iguales, intrascendente en cuanto que todo propende al tradicional desenlace feliz; pero, a la vez, evidenciadora de luchas políticas y amorosas bien sustanciales; de esta forma tan vivaz, demuestra un enorme mérito por parte de todo el grupo y, principalmente, de Miguel del Arco. El director ha demostrado con creces su capacidad para aunar espectacularmente elementos diversos de la cultura y de la dramaturgia para sintetizarlos en montajes llamativos. La versión de Julio Escalada respeta mucho el lenguaje calderoniano (con dobles sentidos altamente jocosos) e interviene el texto reelaborando mínimamente algunas caracterizaciones que, después, Del Arco remata con una acentuación de los gestos, de las carnalidades y de las exageradas intemperancias de varios personajes. Ahora, lo que auténticamente nos entretiene y nos produce atracción es exactamente la criada, Gileta. Sigue leyendo

La vida es sueño

Los jóvenes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico despliegan su buen hacer con la tragedia de Calderón en la despedida de Helena Pimenta como directora

Foto de Sergio Parra

Cada una de las incursiones en la obra magna de nuestra literatura es un recuerdo de su consistencia estructural, de su poética barroca y de esa profusión filosófica sobre las cuitas de la Edad Moderna; desde la duda cartesiana hasta el cuestionamiento del dios todopoderoso (podemos recordar la fantástica propuesta de Carles Alfaro hace un par de temporadas). Vuelve Helena Pimenta con la obra que tanto éxito le dio cuando puso a Segismundo en la piel de Blanca Portillo. Ahora se despide de la Compañía Nacional de Teatro Clásico ―con honores―. Que retome la versión de Juan Mayorga (muy ajustada en los tiempos para lograr un brío enérgico y satisfactorio) con los jóvenes de la Compañía, es una apuesta firme por adentrarse en vericuetos complejos. La función, desde luego, es muy atractiva visualmente, y es debido al espacio escénico que Mónica Teijeiro ha imaginado. Porque la sala Tirso de Molina, en la quinta planta del Teatro de la Comedia, está resultando en estos pocos años que lleva activa como un lugar bien versátil; y así se da muestra de ello en este montaje. Se aprovechan al máximo las alturas: Rosaura corretea en su huida por las pasarelas que permiten colocar los focos a los técnicos, Segismundo aparecerá por un recoveco central y el elenco al completo se adentrará por cualquier esquina sobredimensionando las perspectivas. El conjunto es sencillo, pues los elementos con los que se juega son mínimos: apenas un piano y una cortina de láminas traslúcidas en el fondo. Sigue leyendo

Un cine arde y diez personas arden

La compañía Grumelot, con el lenguaje del teatro contemporáneo, traza un montaje sobre el sentido de la vida

Foto de Álvaro López

Cachivache postdramático de Pablo Gisbert. Panoplia de elementos en juego y la concreción de un concepto de importancia para su desarrollo. El carpe diem. Recurrir al memento mori (recuerda que vas a morir o recuerda morir) para cuestionar el atiborre de las cosas vanas que sustentan nuestra existencia endeble. Vanidad en el consumismo, y en ahogarse en un vaso de agua, y en la finura de esas epidermis de los niños hiperprotegidos. El espectáculo pandea entre las atribuciones complejas que remiten a la filosofía y a la religión, y las chorradas posmodernas que suelen llenar estos montajes para laminar la trascendencia, el posible aburrimiento y para epatar como creador de vanguardia. Los muchachos se quieren divertir y uno aguanta mientras el discurso no redunde en la banalidad. Lo cierto es que se pueden sacar conclusiones importantes y útiles para nuestro actual y absurdo modo de vida. Los espectadores nos colocamos en el escenario mirando a la grada, donde aguardan, sentados en sus butacas, los nueve intervinientes, quienes, a su vez, están viendo una película (nosotros también vemos una pantalla donde se nos lanzarán mensajes y en la que veremos imágenes de algunos exitosos films como Parque Jurásico). Sigue leyendo

El desdén con el desdén

La obra de Agustín Moreto se traslada a los años 60 para recrear el mito de Diana en un espectáculo de diálogos estratégicos

Lo que se lleva haciendo con la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico es sencillamente fenomenal, porque aúna en su haber una buena cantidad de virtudes. Primero el buen hacer, después la frescura de las modernizaciones (sin muchos excesos), un didactismo en el mejor sentido (esto conecta verdaderamente con los adolescentes y nuevos públicos) y, además, un respeto y homenaje a nuestras mejores plumas. Baste recordar, por ejemplo, La villana de Getafe, Pedro de Urdemalas, La dama boba o Los empeños de una casa; para darnos cuenta de que El desdén con el desdén suma un nuevo acierto. Desde luego, la versión de Carolina África no chirría en ningún momento y el verso vuela de principio a fin en ese nuevo contexto de los años 60 del siglo pasado. Y la dirección de Iñaki Rikarte parece inmejorable; puesto que explota al máximo una obra que, desde mi punto de vista, a nuestros ojos actuales, puede resultar un poco cargante al final por falta de subtramas. Eso no quita para sea enormemente divertida y entretenida para los espectadores en general. El argumento es una batalla psicológica donde la estrategia se debe imponer absolutamente a los deseos irrefrenables. Ir de farol hasta el extremo de arriesgarse a perder todo en el último segundo por vencer. Sigue leyendo