La nueva adaptación de esta curiosa comedia de Shakespeare entretiene mucho con su aire juvenil

Los aficionados al teatro pueden recordar las últimas adaptaciones que se han podido ver por estos lares: aquella coreana de corte animista y la que dirigió Darío Facal en el Matadero. Quien le mete ahora mano, y mucha, es Carolina África; y hemos de reconocer que ha logrado dejarla no solo en lo esencial, sino con una frescura en el lenguaje que, si bien la aproxima al entorno juvenil; también propicia el dinamismo. Está, además, trufada de ironías, de guiños al presente y al respetable. Resulta bastante desenfadada, incluso entrañablemente dickensiana (sobre todo, al principio, con la entonación del «All I Have to Do is Dream», de The Everly Brothers). A todo ello le pone un ritmo idóneo y atractivo la dirección de Bárbara Lluch. Así que, desde el inicio, nos adentramos en la ensoñación, sabiendo que esta obra de Shakespeare es, como poco, sui géneris. Es más, ¿es una pieza unitaria o es un entreverado de cuentos sin un desarrollo enteramente consistente? Porque ninguna de las tramas profundiza en demasía, y valen más como ejemplos del amor que se imbuye de la magia y de sus contradicciones. Por eso identificamos las influencias de la materia de Bretaña o de Apuleyo o de Ovidio o de la mitología celta. Y si queremos quedarnos con alguna pareja de enamorados, ¿con cuál nos quedamos? Pues con ninguna, porque los dos personajes más atractivos son Puck y Bottom. Ellos son los que mueven el cotarro, los que divierten con sus travesuras o con sus ingenuidades. Y el contraste entre ellos es excepcional. El hada revoltosa es Teresa Lozano quien, con su voz particular, tan tomada de un hilo, nos embarga. Menudo morro le echa, cómo maneja la situación, cómo gesticula con las manos, cómo se desplaza de acá para allá. Bondad y trampa, jugueteo y envidia, se ponen al servicio de su amo Oberón. Este abusa como un Deus ex machina que pone y quita tirando de plantas poderosas; y parece mucho truco y poco ingenio. No hay forma de justificar las tretas, más que como abuso de poder sobre los humanos y otros especímenes del bosque ateniense. José Luis Verguizas ha crecido enormemente como actor en este montaje. Se le ve mucho más suelto y combina muy bien la donosura del rey de las hadas con su papel de Flauta; donde desarrolla una vis cómica sugerente. En este epitalamio, claro, tenemos varias parejas que van destinadas al altar nupcial. Y lo que, en una comedia al uso, implicaría un enredo tremebundo, aquí se resuelve con un giro fugaz y lleno de truco, como ya se ha indicado. Por un lado, tenemos el próximo desposorio de Teseo e Hipólita. Él es Mariano Estudillo, metido en un papel que requeriría a alguien de más edad y que consigue potenciar el aire juvenil de la propuesta ―desde luego, está más lucido como Quince, dirigiendo su peculiar La breve y tediosa historia de Píramo y Tisbe: farsa trágica). Mientras que ella, Aisa Pérez, se multiplica en distintos roles para atraernos con su desenfrenada Grano de mostaza y su guiñolesca Snout. Por otra parte, contamos con Hermia y Lisandro, es decir, Neus Cortès y Alejandro Pau, quienes con buen hacer, transmiten su profundo amor y las dificultades que deben superar, pues Teseo quiere imponer un marido distinto: Demetrio. Y, finalmente, la otra pareja en liza, nos presenta a ese Demetrio, un Víctor Sáinz altivo y enérgico; y a una Alba Recondo, que no puede soportar que este la rechace. La actriz, como ya consiguió en La señora y la criada (anterior obra de los jóvenes de CNTC), saca a relucir sus dotes con esta Elena, que deambula entre la sagacidad, la ñoñería, la ironía y la agilidad verbal. Cierra el elenco, Anna Maruny haciendo de Titania, con elegancia; pero con poco texto, cuando le toca amar a ese Bottom con la cabeza transformada mágicamente en la de un asno, y que Pau Quero transforma en una loca dicharachera, engreída y narcisista. Se entrega absolutamente para ganar protagonismo con sus intervenciones. Diríamos que el desenlace es el que tiene que ser; aunque aquí floten las dudas en los gestos de los amantes que han despertado de su hechizo, de su ensoñación. No obstante, como un estrambote, nos cuelan la susodicha obrilla, aquellos artesanos metidos al teatro amateur. Si no fuera divertida, afirmaríamos que es un pegote. Lo cierto es que da vidilla a un pasatiempo palaciego al que se le han querido buscar reminiscencias ecologistas avant la lettre. Si no fuera por las camisetas que visten los actores al finalizar la función, ni nos habríamos dado cuenta. Dentro de las características admirables de este espectáculo está, qué duda cabe, la escenografía de Carmen Castaño. La plataforma giratoria que se sitúa en el centro y la noche estrellada del fondo, fomenta el dinamismo del que hablaba antes y, también permiten simbolizar los ciclos de la naturaleza. La iluminación de Juanjo Llorens encaja a la perfección, generando todo tipo de claroscuros; mientras que la composición musical de Arnau Vilà nos acompaña en la velada con energía dulcificadora. En lo que no se podía fallar es en el entretenimiento, y, desde luego, se ha logrado que la función nos enganche y nos haga fantasear con otros mundos posibles. Además, este elenco nos augura un gran futuro.
Autor: William Shakespeare
Dirección: Bárbara Lluch
Versión: Carolina África
Reparto: Mariano Estudillo, Aisa Pérez, Neus Cortès, Alba Recondo, Alejandro Pau, Víctor Sáinz, Pau Quero, José Luis Verguizas, Anna Maruny y Teresa Lozano
Escenografía: Carmen Castañón
Vestuario: Clara Peluffo
Iluminación: Juanjo Llorens
Composición musical: Arnau Vilà
Diseño sonoro: Manu Solís
Asesora de voz y verso: Chelo García
Teatro de la Comedia (Madrid)
Hasta el 8 de noviembre de 2020
Calificación: ♦♦♦
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