Un dinámico drama sobre cómo nuestro sistema laboral lleva a muchos trabajadores hasta la extenuación

Reconozco que acudía a ver esta segunda parte de la «Trilogía negra» con todas las reticencias posibles, porque su celebrada Nada que perder me había parecido un auténtico mitin. Lo cierto es que Instrucciones para caminar sobre el alambre recoge la temática que ideológicamente asumen sus autores y que la relaciona con su anterior obra; pero desde una perspectiva estética y una construcción textual mucho más concisa y hasta demoledora. Los cuatro dramaturgos que se han unido para continuar la tríada, adoptan una clara reticencia a adentrarse en el naturalismo puro; aunque anhelen seriamente cautivarnos en la crítica de cierta ansiedad generalizada en nuestra sociedad. La fábula se impone, si aceptamos esta como un proceder de personajes que cumplen una función más simbólica que sicológica. O, más bien, diríamos que esa es la base que subyace al argumento, la estructura que sustenta el montaje y que busca el ejemplo, la moraleja suspendida en el aire. Luego, a modo de juego irónico, se procede como si fuera un thriller, una obra de suspense sobre una desaparición; sin embargo, enseguida entendemos que la denuncia no tiene que ver con una desaparición en el sentido delictivo; sino en el sentido laboral. Por lo tanto, esa capa distanciadora, ese cuentecillo macabro, configura una nebulosa cuasionírica, estresante, ansiolítica, despersonalizante; porque la protagonista ha osado auparse al ascensor social. Me parece idóneo y muy significativo que la profesión ambicionada por la joven sea la publicidad. Este hecho provoca una paradoja insondable; pues, como es sabido, es un trabajo realmente exigente en cuanto a la presión mental que se ejerce sobre sus creativos; principalmente, por los plazos que se desean cumplir y por esa exigencia de éxito fulgurante que se evidencia cuando las campañas funcionan o no (está claro que otros muchos empleos sostienen sometimientos parecidos). Valga simplemente de ejemplo Mad Men, para que comprobemos los inicios de los publicistas; o cómo hace un par de años en la serie Cuéntame, se representó el ritmo infernal en una agencia de publicidad. Lo paradójico digo, es que el susodicho publicista gasta todas sus energías para alimentar a la bicha, para crear el lenguaje que ha trastornado el mundo, convirtiendo la sociedad de consumo en una avalancha. El lenguaje publicitario lo inunda absolutamente todo: la política, las relaciones humanas, los medios de comunicación, el periodismo, la educación, la religión, el amor… Ahí tenemos a los youtubers, a los instagrammers, a los influencers y, sobre todo, a los coachs, nuestros sofistas predilectos, recién bajados del púlpito para subirse a un escenario y esputar una conferencia TED. ¿De qué se puede quejar moralmente un publicista? ¿Existe la publicidad ética? O, justamente, sus hacedores deben recibir el castigo que se merecen con sus jornadas maratonianas destinadas a elaborar un eslogan fetén para vender un Satisfyer. No es desde luego un enfoque de autocrítica el que se adopta en esta obra y más parece que se toma la experiencia personal de los Bazo; que como excusa para criticar los mecanismos insolentes del capitalismo. Aquí hablamos de esta carrera sin destino, cada vez más acelerada, hacia el supuesto cumplimiento de «nuestros» sueños (¿nuestros?). Vivimos en una grandísima fábrica de fantasías, donde «si quieres puedes», «si te esfuerzas lograrás lo que te propongas», «si estudias muchos te dedicarás a lo que te gusta», «tener hijos es algo maravilloso», y todos esos etcéteras a los que habría que añadir la oculta cara b del disco. Luego, efectivamente, el mito de la meritocracia impulsando a los de abajo a luchar por unos puestos que prácticamente están dados a los contactos, haciendo sonar la flauta de Hamelín. Quizás falta perder la ingenuidad sobre una estructura que tiene unas reglas y que debemos estudiar antes de lanzarnos a esa búsqueda irrisoria del éxito y de la consecuente felicidad del american way of life de las películas y de las series. No diremos que la conclusión de este proyecto tenga una interpretación evidente y cerrada; no obstante, mucho me temo que si nos fijamos únicamente en la víctima es posible que nos quedemos con lo incuestionable: el sistema te explota. Y sí, el sistema te va a explotar, es su sino; pero tú también debes evitar ser autoexplotado. La mano de Ayn Rand y de todos esos nietzscheanos de derechas se agita por doquier para llamarte fracasado. Javier G. Yagüe dirige (y escribe también) esta pieza con la intención de que sus actores inunden todo ese escenario diáfano de la Sala Cuarta Pared, con los espectadores a tres bandas, circundándolos. En este sentido, la cercanía y la potencia es atractiva; aunque el griterío es demasiado persistente. Se comprende la testosterona que se le quiere infundir al asunto; pero falta temple en algunos instantes. La coralidad hace que las voces, las instrucciones que se deben aplicar cuando alguien ha desparecido, reverberen en estéreo. Monika Ruhle ha traído para la escenografía unas cuantas bicicletas, símbolo actualmente del rider hipertrofiado de pedidos, el emblema del precariado que reparte el fast food en el colmo de la comodidad. Marina Herranz es nuestra heroína, nuestra Sísifo, nuestra Tántalo pedaleando por alcanzar una meta luminosa de orgullo y de satisfacción para una familia ahíta de recursos. La actriz está metidísima en su papel, entre furiosa y atolondrada por un estrés flotante que no cesa. Nos arrastra física y sicológicamente a un mundo en el que parece que no existe más freno que el desmayo o, sencillamente, la muerte. Por su parte, Guillermo Sanjuán, llega a ser agotador por esa imperiosa energía de entrenador maléfico que solamente cree en la victoria al precio que sea. Su papel es mefistofélico y aunque está algo desbordado en revoluciones su resolución es convincente. Por otro lado, Javier Pérez-Acebrón y Rosa Manteiga hacen sobre todo de padres y establecen una extravagante atmósfera familiar que deja clara la ausencia de confort hogareño. Finalmente, Aitor Satrústegui tiene roles más breves que sirven para apuntalar muy necesariamente las diversas escenas. Trabajos temporales mal pagados. La desesperación porque la vida anhelada no se parece en nada a lo que se vive. Decaimiento porque la supervivencia se convierte en una angustia cotidiana. ¿Y si no hay futuro posible para nosotros, para esta generación? ¿Y si no hay premio para el virtuoso? Algunos dirán que tiene que haber ganadores y perdedores; pero hay ganadores que ganan mucho y perdedores que lo pierden todo. QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe vuelven a evidenciar teatralmente las contradicciones a las que nos vemos sometidos a diario con la sensación de que ya no se puede más.
Instrucciones para caminar sobre el alambre
Dramaturgia: QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe
Dirección: Javier G. Yagüe
Intérpretes: Marina Herranz, Rosa Manteiga, Javier Pérez‐Acebrón, Guillermo Sanjuán y Aitor Satrústegui
Diseño de escenografía y vestuario: Monika Ruhle
Diseño de iluminación: Mariano Polo
Realización de escenografía y vestuario: Richard Vázquez, Cuarta Pared
Fotografía: Sandra Nieto, Irene González Lara
Contenidos audiovisuales: Alba Montañés
Producción, Comunicación y Distribución: Cuarta Pared
Producción ejecutiva: Elvira Sorolla
Sala Cuarta Pared (Madrid)
Hasta el 28 de marzo de 2020
Calificación: ♦♦♦♦
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