La abducción de Luis Guzmán

El Teatro del Barrio recupera una pieza teatral sobre un individuo que vive en la órbita de lo paranormal

La abducciónHace muy pocos meses conocimos la obra de Pablo Remón 40 años de paz, que se presentó con bastante éxito en el Festival de Otoño en Primavera. Ahora tenemos la oportunidad de revisitar su obra anterior en el Teatro del Barrio. La abducción de Luis Guzmán es una pieza caracterizada por el trastorno mental de un individuo que ha creado todo un mundo imaginario alrededor. A Luis nos lo encontramos frente a un televisor visionando programas grabados de Cosmos, la serie documental escrita por Carl Sagan; comiendo pipas con ahínco y comentando sus impresiones mezcladas con ciertas quejas de tipo doméstico. A continuación conocemos a Max, su hermano, recién llegado de Londres; un hombre de negocios en la City. Al principio le sigue la corriente a Luis, sobre sus programas de radio y sus representaciones como locutor frente a un pequeño radiocasete. Antes de que aparezca sorpresivamente la mujer de Max, los problemas familiares de todos los intervinientes han salido a la luz. Es, en definitiva, de lo que trata la obra, de esos choques que se producen en los pasados familiares y de cómo se van agrietando según pasa el tiempo. Sigue leyendo

Anuncio publicitario

Arte Nuevo (un homenaje)

José Luis Garci se estrena como director teatral mostrando una pieza de Alfonso Sastre y otra de Medardo Fraile

Foto de Sergio Parra
Foto de Sergio Parra

Continuando con la honrosa labor de recuperación de autores y obras un tanto olvidados que viene realizando el Teatro Español en esta última etapa (esperemos que así continúe pase lo que pase en el futuro), José Luis Garci se presenta como director dramático con dos textos breves de dos autores que formaron parte de aquel grupo creado en 1945 llamado Arte Nuevo. En aquellos cuarenta de posguerra, el único autor de calidad y que, además, era capaz de concitar al público mayoritario era Jardiel Poncela. Ante situación tan precaria se reúnen, con ánimo renovador, varios dramaturgos: Alfonso Paso, José María de Quinto, Enrique Cerro, Alfonso Sastre y Medardo Fraile, entre otros. De estos dos últimos, podemos admirar Cargamento de sueños y El hermano, respectivamente. Son las dos piezas que más éxito y repercusión han tenido de todas las que escribieron los integrantes del grupo. Cierto es que el contexto ha cambiado y mucho, al menos en cuanto a la estética; y lo que hace setenta años podía parecer rupturista hoy ha perdido esa energía; lo que no quita para que siga manteniendo un interés tanto artístico como histórico y documental del teatro que se hizo en un momento tan difícil. También es cierto que el director nos lo muestra con ese envoltorio tan nostálgico de un mundo que ya no es y que le pega en demasía. Desde luego no existe intención modernizadora. Sigue leyendo

Hamlet

Israel Elejalde hace un virtuoso príncipe de Dinamarca con giros estupefacientes

Foto de Ceferino López
Foto de Ceferino López

Una cama y el sueño se citan en duelo hasta que se transforman en fosa y realidad. El preámbulo a la duda metódica cartesiana y el descubrimiento de la ensoñación calderoniana que hoy contribuyen a que la obra literariamente más rica de Shakespeare se observe en toda su dimensión. Miguel del Arco se ha esforzado en crear un ambiente estrictamente onírico desde el principio, que alcanza mediante proyecciones un tanto psicodélicas sobre las cortinas que nos separan de algunas acciones nubladas. ¿Es locura el fingimiento de Hamlet o es la cuna balanceada por Morfeo la que mece el devenir del príncipe herido en su orgullo y en su honor? Sigue leyendo

Sócrates

El veterano actor José María Pou encarna al insigne filósofo griego en el último episodio de su vida

Foto de Jero Morales
Foto de Jero Morales

El personaje creado, principalmente, por Platón llamado Sócrates, basado en su maestro, ha ofrecido para la historia una vida ejemplar por acometer su sentencia de muerte con tanta entereza. Poco sabemos del hombre real. Que sepamos, no escribió ninguna obra, pero su doctrina basada en la búsqueda de la verdad y del bien ha logrado superar el tiempo. Paradójicamente, el filósofo, que tras el dictamen del oráculo, fue considerado como el más sabio de los hombres, pero que afirmaba tajantemente saber que no sabía nada (aunque lo dijera con otras palabras, según parece), se encarna teatralmente frente a una sociedad satisfecha y orgullosa de su ignorancia, en el culmen de su autoestima, capaz de opinar sobre cualquier tema con una suficiencia pasmosa. Sigue leyendo

Vida de Galileo

Versión de la obra brechtiana estilizada por un vestuario icónico diseñado por Felype de Lima

Foto de David Ruano
Foto de David Ruano

A pesar de que Galileo Galilei es uno de los personajes históricos más populares (1564-1642), se sigue manteniendo el bulo de que fue quemado en la hoguera por contradecir el modelo ptolemaico, como sí lo fue, por razones parecidas, Giordano Bruno. La obra que escribió Bertolt Brecht, quien reescribió en tres ocasiones el texto (aquí tenemos la última versión, de 1955), puede parecer a primera vista demasiado tendente a la fría biografía e, incluso, al documentalismo. Al fin y al cabo, hablamos de un anciano dedicado a sus pesquisas científicas día y noche. La versión y la dirección de Ernesto Caballero permiten dinamizar enormemente la función. Recurre desde el principio al truco metaliterario desde el cual todo se presenta como un ensayo en el que mágicamente el mismo Bertolt Brecht se pone en la piel de Ramon Fontserè para convertirse en Galileo. Así se logra, como bien afirman, que el propio protagonista no envejezca y tampoco el pequeño Andrea, el cual puede mantener siempre el mismo rostro incólume de Tamar Novas. Aunque, desde mi punto de vista, la mejor decisión que ha tomado el director del Centro Dramático Nacional ha sido elegir a Felype de Lima (aún se recuerda su labor en el Fausto de Pandur) como diseñador de vestuario. Es el generador de toda una estética en la que se conjuga la sencilla ropa que cualquier actor puede emplear en un ensayo, con los elementos de atrezo que van a definir su personaje. Combina prendas maltrechas, como las túnicas de fieltro roído que usa Galilei, con complejos cascos-máscara en los que se hibrida el pico del médico de la peste con la protección que cualquier soldado podría llevar en la cabeza durante la Segunda Guerra Mundial. Todo se impregna de negritud, esplendorosa en la vestimenta de las damas de la corte o en el contraste en blanco del Papa, y cómo se recrea en escena todo el proceso de su propio vestir. Encontramos gorgueras, estolas, levitas, pero también pantalones, cinturones, guantes de plástico en una mezcla atemporal y anacrónica que nos sumerge en un mundo oscurantista atenazado por la enfermedad y soportado por el carnaval. Sigue leyendo

Ninette y un señor de Murcia

Vuelve la mejor obra de Miguel Mihura a las tablas del Teatro Fernán Gómez

Ninette FotoSe puede considerar Ninette y un señor de Murcia una de las obras mejor construidas por Miguel Mihura (a diferencia de otras como Maribel y la extraña familia), a la vez que original en su disposición (respecto a Carlota, por ejemplo). Cómo dentro de una comedia que se presenta sencilla y cercana para el público, en la que se despliegan todas las artimañas humorísticas del autor madrileño, se esconde toda una paradoja de tintes políticos y sociológicos. Que un provinciano de aquellos años sesenta, que se considera orgullosamente de derechas, procedente de Murcia, arribe a París con el ánimo de airearse y desfogarse durante quince días, termine felizmente «encerrado» en una casa de huéspedes. Toda una contradicción: venir de un país en plena dictadura a una ciudad caracterizada por la libertad de sus gentes y su moral abierta, y encontrarse en un bucle romántico con una muchacha tranquilona, hogareña, celosa, pero, a la vez, muy echada para adelante. Todo un personaje. O toda una colección de personajes. El primero, lógicamente, Jorge Basanta, Andrés, el señor de Murcia, quien nos anuncia al comienzo sus intenciones con cierta campechanía; se le ve cómodo en su papel de joven un tanto ingenuo y estupefacto ante lo que le ocurre. A su lado está su amigo, que Javier Mora lleva con exageración y con tono bronco que provocan un gran contraste en los diálogos. Julieta Serrano, como Madame Bernarda da rienda suelta a todos esos juegos lingüísticos entre el francés y el castellano. El toque político y reivindicativo lo pone Miguel Rellán, un obrero asturiano, muy particular y que el actor resuelve con medida energía. Finalmente, la Ninette que interpreta Natalia Sánchez posee el justo punto de picardía combinado con su porte de mandona, aderezado con un sensual acento francés. Es toda una virtud la de Mihura construyendo caracteres que permitan el diálogo fluido, pero también el choque constante. Sigue leyendo

La respiración

A Sanzol se le ha ido la mano en esta función y se ha puesto cursi hasta la saciedad

la_respiracion_escena_18Alfredo Sanzol es un dramaturgo perfectamente asentado y reconocido en la escena española. Tras un periodo en el que la estructura basada en sketchs de sus obras era la predominante (Sí, pero no lo soy o Delicadas o En la luna) ha pasado, desde Aventura! (2012), a historias que perviven en una única trama y en un solo argumento. Siempre se ha destacado el escritor navarro por su destreza a la hora de trazar diálogos ingeniosos, sorpresivos y repletos de un humor chocante y paradójico, muy basado en lo inverosímil, sin llegar al absurdo. Diríamos que La respiración y su anterior obra, La calma mágica, forman un díptico de la sanación. En aquella, Sanzol se curaba del fallecimiento de su padre y en esta que nos presenta en el Teatro de La Abadía, de su separación. Hablamos de dolor, angustia y parálisis frente a una vida que necesita recobrar el sentido. En ambas obras recurre al mismo proceso psicoterapéutico: la fantasía como forma de huida hacia lugares inexplorados para dejar que los recuerdos torturadores tomen un acomodo más llevadero. Pero lo que en La calma mágica era un viaje iniciático a través de una seta alucinógena, con tintes surrealistas y un relato vivo y zigzagueante; en esta, en La respiración, la protagonista, el alter ego de Alfredo Sanzol, nos sobrepasa con un discurso verborreico, excesivamente expuesto y tajante en el que apenas deja hueco para el requiebro. La situación es clara: sufre tanto que no puede vivir. Su madre intenta introducirla en otros ambientes para airearla, pero no asistimos a ningún proceso mágico o ritual, sencillamente aparecen unos personajes que la acogen con deseos de amor y sexo. Uno se esperaba, conociendo la trayectoria del autor, sus habilidades y su capacidad para el asunto profundo revestido de irónico circunloquio, algo más fraguado, menos evidente, menos cursi. Desgraciadamente parece que Sanzol ha soltado la espita del artista y se ha abierto en canal y nos ha lanzado todos sus sentimientos sin apenas freno. Sigue leyendo

Cocina

Los avatares de una pareja de clase media volcada en su ascenso social mientras su intimidad fracasa

Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

Resulta patético asistir a una cena de esas en las que el nivel de esnobismo y estupidez asciende en la misma medida que se ingiere alcohol y varios de los contendientes ven peligrar su victoria dialéctica. Escuchar la conversación durante un prólogo extensísimo te lleva a imaginar gestos y miradas de envidia, a generar odios y prejuicios sobre unos directivos, que no vemos, compartiendo mesa con su «querido» jefe, dueño de una editorial de renombre. La experiencia a la que nos someten el director y la autora marca un punto de distorsión dramática y una leve ansiedad por conocer verdaderamente a los invitados que, salvo ciertos gestos premonitorios que únicamente se entienden más adelante, nada nos hace sospechar que algo inverosímil vaya a ocurrir. Pero después lo que tenemos es un thriller, una revisión del Hitchcock más maquiavélico, con esas influencias de las peleas burguesas que suele plantear Yasmina Reza (como en Un dios salvaje) o filmes, sobre todo franceses, como Arcadia, de Costa-Gravas. Y, evidentemente, en Cocina tenemos a una nueva Lady Macbeth sibilina, meticulosa y con una perspicacia estomagante. Sigue leyendo

El grito en el cielo

La Zaranda regresa para representar la vejez en una obra entre alegórica y humorística

El grieto en el cielo - Foto«Tempus fugit». «Memento mori». Se recuerda en un momento de la función, mientras un grupo de ancianos aún ve opciones para revivir, después de haber ingresado en uno de esos geriátricos impelidos por la hiperactividad. La Zaranda envejece, pero se resiste a sucumbir. Su arte se sobrepone a las estupideces de la modernidad, a todas aquellas concepciones cínicas sobre la muerte y ese mal morir lleno de artificios horteras. La compañía ataca la cuestión desde la construcción simbólica de un mundo onírico y, a la vez, épico. Eusebio Calonge ha escrito un texto que se acoge a la leyenda de Tannhauser, entre otros motivos soterrados, para balancear a los personajes entre los placeres de Venus, de la furia natural junto al Fauno, y ese sentimiento de culpa que nos acompaña como católicos, incapaces de justificar los excesos hedonistas. Así son estos viejitos un tanto estresados por la sobre ejercitación, dirigidos por una enfermera que lanza polvos de talco antiséptico cual hisopo bendito, que como los peregrinos de Tannhauser van buscando la piedad en Roma antes de perecer. No tenemos más que escuchar el «Adore te devote», el himno de santo Tomás de Aquino que nos recuerda «Tibi se cor meum totum subiicit» («a ti se somete mi corazón por completo»). No deja de ser una alegoría cosmogónica la que sustenta el impulso de la obra. Sigue leyendo