Eduard Fernández se apropia del texto de Santiago Loza en los Teatros del Canal para homenajear a su madre fallecida

Parece que el dramaturgo argentino Santiago Loza empieza a ser constante en los escenarios de nuestro país (Matar cansa, El mal de la montaña). Cuando nos aproximamos a esta nueva propuesta indefectiblemente nos viene a la cabeza He nacido para verte sonreír, que es un drama que igualmente posee una indagación intimista, más profunda si cabe que esta Todas las canciones de amor. Creo que lo que acontece en los Teatros del Canal es más superficial que aquella que dirigió Pablo Messiez, en el sentido de que los aspectos de la cotidianidad apenas poseen interés, y que este procede ante todo de otros elementos espectaculares que se han llevado a cabo con mucho mimo y cuidado.
Porque, ante todo, este montaje se sustenta en la virtuosa actuación de Eduard Fernández, quien no pisaba estos escenarios desde aquel Panorama desde el puente. El guiño del preludio y del desenlace poseen una gran importancia para el público. El actor, él mismo, aparece tras la puerta de la cocina que hallamos encima del escenario de la Sala Verde, y sin que lo veamos, mientras la luz (el trabajo de iluminación de Valentín Álvarez cobra permanente sentido simbólico) nos anuncia el amanecer él se transforma en una señora, en el trasunto, pudiera ser, de su madre, a la que homenajea desde las tablas, ya que no se pudo despedir de ella debido a la pandemia. No es exactamente ella, pero esa mujer podría representar a muchas madres. Y el espectador al que esto va dirigido, fundamentalmente próximos a la edad del intérprete, lo observan a él, desde su celebridad, cambiarse de sexo por la magia del teatro y salir victorioso, sin un ápice de caricatura. Repleto de ternura, de templanza, con el temblor en las manos, inclinado hacia delante, echándose a la espalda el peso de los años, con el paso frágil, tanto como esa memoria que se hace pedazos debido al Alzheimer.
No se puede afirmar que el contenido en sí del texto implique honduras de mayor calado. La pura rutina dentro de esa cocina que ha preparado Beatriz San Juan con todo detalle, las canciones que más le han emocionado como una banda sonora de su vida que se muestran antológicamente como un colofón excepcional (empezando por «No puedo quitar mis ojos de ti», de Matt Monro). Instantáneamente recuerda a su Eduard (así han querido que salga en la obra de Loza), su hijo, enamorado de un «negro», de un afroamericano, a la vez que lo trae al presente cuando era un niño —y el niño aparece, puesto que otro punto fuerte es el mapping que ha dispuesto Emilio Valenzuela para que el tono onírico permee hasta las butacas, para que la realidad y la fábula se imbriquen en la zozobra de esa anciana que empieza a dudar del espacio por el que se mueve—. Luego, la recurrencia un tanto incómoda de su marido, alguien que se evoca con cierta amargura por aquello de que se había quedado un tanto anclado en ciertos posicionamientos morales, en ciertos comportamientos ya inasumibles.
Lo importante no es tanto lo que se relata sino cómo se transmite. La búsqueda del cariño, la entrañable sonrisa que se esboza en ese rostro arrugado con el cabello cano de Ana María, porque su muchacho está con ella, imaginariamente, en esa despedida que ella apenas intuye, mientras nosotros sí que observamos cómo se marcha. Si Fernández se deshace en el epílogo de su personaje, no lo hace de su madre, la auténtica, que termina suspendida como una fantasmagoría genial sobre esa caja escénica; porque él ha conseguido esbozarla para nosotros a través de un personaje de ficción. Sí, claro que todo esto es extrateatral, ¿pero acaso ustedes acuden a los teatros con la mente en blanco sin la persistencia de sus vivencias? Por eso Andrés Lima ha sabido aunar tantos elementos sutiles para exprimir un texto que, expuesto de otra de manera, no tendría por qué llegarnos tanto; puesto que hay un despojamiento de la trama, de las alusiones, de las huellas, para que la presencia del actor transformado y la atmósfera creada impliquen una conflagración de emociones.
Para algunos espectadores esto será más que suficiente. Otros, quizás, no partan de la atracción por el intérprete y se queden con ganas de que algunas ideas, si es que existen, permeen hacia otras direcciones más complejas.
Autor: Santiago Loza
Dirección: Andrés Lima
Dramaturgia: Santiago Loza, Eduard Fernández y Andrés Lima
Intérprete: Eduard Fernández
Productores asociados: Eduard Fernández, Andrés Lima, Joseba Gil y Pepe Iglesias
Ayudante de dirección y fotografías: Laura Ortega
Diseño vídeo creación: Miquel Raiò
Diseño mapping: Emilio Valenzuela
Diseño escenografía y vestuario: Beatriz San Juan
Diseño de iluminación: Valentín Álvarez (AAI)
Diseño de espacio sonoro: Enrique Mingo
Construcción escenografía: Mambo Decorados
Director de producción: Joseba Gil (Check In Producciones S.L)
Ayudante de producción: Celia Hervás
Diseño del cartel: Eduard Fernández
Comunicación: Pepe Iglesias (elNorte Comunicación)
Técnicos en gira:
Director técnico: Juan Luis Moreno
Técnico de iluminación: Manuel Ramírez
Técnico de sonido y vídeo: Enrique Mingo
Maquinista y técnico de sonido: José Peña
Mánager en gira: Laura Ortega y Celia Hervás
Todas las canciones de amor es un proyecto de Eduard Fernández, Check In Producciones, Andrés Lima y Asuntos Culturales, en coproducción con los Teatros del Canal
Agradecimientos a Paquita Molina, Irene Pardo, Greta Fernández, Nicola Petizzi, Universidad Carlos III, Ana Llovet, Caterina Mengs, y muy especialmente a María del Río, por todo su amor en este proceso
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 12 de febrero de 2023
Calificación: ♦♦♦
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