Inma Cuevas dirige esta obra de Jennifer Haley sobre la oscuridad del pasado a través de una escritora con demencia que protagonizan Mónica Bardem y Carmen Ibeas

A diferencia de lo que pudimos percibir cuando contemplamos los efectos de la demencia (o quizás, Alzheimer) en aquella madre que protagonizaba Todas las canciones de amor; en esta de Jennifer Haley la complejidad es mucho mayor. Y si en la primera la sencillez resultaba algo excesiva, en la dirigida por Inma Cuevas, uno reclama, de vez en cuando, algo de calma. Y es que no solo se plasma la confusión de una escritora solitaria y tópicamente misántropa que interpreta Mónica Bardem con delicadeza, cuando padece más la desorientación; sino que se van insertando circunstancias íntimas de gran calibre que merecerían algo más desarrollo.
Reconozco que la obra de esta dramaturga estadounidense concentra temas de gran interés que se van entreverando con inteligencia mientras nos destinamos contrarreloj hacia el final. Que se conjuga el misterio, con cierto aire de thriller; pero, sobre todo, con esa peculiar sensibilidad que se concierta entre dos mujeres antagónicas. Ambas se necesitan. La célebre novelista Alida; porque evidentemente está perdiendo la retentiva y ya no puede conservar hechos próximos en el tiempo. Y esa joven auxiliar de enfermería que ha acudido a realizar el pertinente test; porque es alguien que requiere confiarse y pegarse como una lapa a todo tipo de seres que le hagan caso. Dadas sus carencias afectivas, no sería capaz de vivir en un apartamento sin la cercanía de un novio.
En cualquier caso, Carmen Ibeas, que es esta chica llamada Beth, lleva mucho el peso de la función. Es la que imprime esa cadencia tremebunda, puesto que es ella la que va al piso de Alida, para hacer de secretaria, ordenar sus papeles y buscarle la etimología a una serie de palabras; mientras ella misma consigue que su historia adquiera verdadera importancia en el transcurso de la pieza. La actriz ofrece afabilidad y también su creíble zozobra, con todo ese pasado que ansía borrar sobreponiendo relaciones tóxicas.
Lo verdaderamente interesante de este montaje es que los espectadores nos llegamos a adentrar en la ficción de la enferma. No sabemos si los términos que repite forman parte de un ejercicio terapéutico, si surgen descolocadamente en su frágil cerebro, porque las ha escuchado (y nosotros con ella) o, debemos, pensar, quizás, que la rememoración va mucho más lejos, a esa infancia que ahora es todo un modo de ser. Y es que, aunque resulte un poco chocante, un tanto ñoño y naíf, el mundo de las cancioncillas y los cuentos para niños, impregna el prólogo y algunas otras escenas, como una remisión, por ejemplo, a Hansel y Gretel con las migas de pan que usaron para recordar el camino y que se comieron los pájaros, es decir, la gran metáfora de la memoria quebrada en los enfermos. Además, claro, esa paradójica actitud, que Mónica Bardem desarrolla mejor —cuando parece más cuerda, su insolencia se percibe algo impostada—, cuando se aniña y solicita un cuidado muy cercano.
Luego, como afirmaba más arriba, los vericuetos del argumento se oscurecen bastante, como si también se quisiera insertar esa estética tenebrosa de los cuentos clásicos que todos conocemos —no tanto como El hombre almohada, de Martin McDonagh—. Y es que la biografía de Beth que vamos conociendo llega hasta honduras francamente angustiosas. Es la inteligente manera que tiene la autora de explicar el comportamiento de la joven, pues su madre fue alguien muy dependiente de los hombres hasta el punto de aguantar asuntos escabrosos. Así que, en este sentido, la obra no deambula por un esperable acontecimiento costumbrista; sino que trabaja en diferentes planos.
Luego, la escenografía de Javier Ruiz de Alegría es bastante sencilla, pues ha dejado casi todo el espacio diáfano, excepto un lateral por el que caen varias cortinillas de hilos para significar las veladuras hacia las que nos adentramos. Diría que el vestuario de Almudena Bautista es acertado en los colores; pues se quiere configurar una especie de llama en la unión del color mostaza de una y el granate de la otra (habría que repensar el tejido de las prendas para favorecer la comodidad de las actrices). Todo ello, junto a una iluminación que resulta muy conveniente para los cambios fulgurantes de tiempos (remarcados con una melodía), configura una factura apreciable.
Aquellas migas de pan es un espectáculo que realmente se apreciaría mejor y se comprendería más profundamente si algunos diálogos y las transiciones tuvieran mayor comedimiento. De todas formas, merece la pena situarse ante los conflictos internos de estas dos protagonistas.
Directora: Inma Cuevas
Autora: Jennifer Haley
Reparto: Mónica Bardem y Carmen Ibeas
Espacio escénico e iluminación: Javier Ruiz de Alegría
Vestuario: Almudena Bautista
Espacio sonoro: Jordi Collet
Ayudante de dirección: Alba Enríquez
Fotografía y cartel: Geraldine Leloutre
Fotografía de escena y vídeo: David Ruiz
Traducción: Carmen Ibeas
Productor creativo: Niko Verona
Productor ejecutivo: Jesús Sala
Técnico de iluminación: Óscar Sáinz
Técnico de sonido: Eduardo Ruiz
Taller de escenografía: Scnik
Distribución: MB DISTRIBUCIÓN
Co-producción: Kendosan Producciones y Varsovia Producciones
Teatro Infanta Isabel (Madrid)
Hasta el 4 de junio de 2023
Calificación: ♦♦♦
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