El mundo metaliterario del novelista Juan José Millás salta a escena a través de una conferencia dramática comandada por Clara Sanchis
Conviene no escuchar este monólogo con el runrún de la Ley Trans de fondo, no vaya a ser que uno llegue incluso a considerar tránsfobo al autor, al especular con este gesto tan pirandelliano como cervantino de autodeterminarse, no ya en un hombre, siendo, en apariencia, Clara Sanchis una mujer, sino en un tipo concreto, es decir, toda una usurpación de la personalidad, sin recurrir al deep face, simplemente acogiéndose al pacto mágico de la ficción. Ya digo, cuidado con los efectos performativos del transformismo y de las patologías de nuestra entidad, no vaya a ser que desviemos el tema.
La gracia está en el marco, en el comienzo, ya que lo demás queda un poco soso dramatúrgicamente hablando. Las anécdotas y las historietas se solapan sin ánimo de avanzar más allá del juego literario, sin desbordar escénicamente en algo que teatralmente sea más fértil que el puro contenido de lo relatado. En este sentido, creo que el autor no ha pensado tanto en la escenificación como en su personal deriva ficcional, en otra más de sus prácticas metaliterarias. O, quizás, el culpable sea Mario Gas por no intervenir en ese libreto y darle más vuelo. Puesto que sí, la actriz está fenomenal, y al adentrarse en el Teatro Quique San Francisco uno cree que ha llegado Bonnie Parker con su revólver del 38. Clara Sanchis toma las riendas del asunto, pega unos cuantos disparos y establece contacto directo con los espectadores con ánimo amedrentador. El hecho de que favorezca un tono rayano en la espontaneidad logra darle verosimilitud a su disertación plenamente paradójica.
Por supuesto que, en cierta medida, se mete en honduras ontológicas acerca de la verdad del ser, incluso de eso tan aristotélico de la potencia y el acto, y especula muy acertadamente con ser «bastante Millás»; pero insisto, falta algo más allá del discurso y del caparazón de la conferencia frente al AMPA de un instituto a punta de pistola. El meollo es autorrecursivo, interesante, motivador filosófica y literariamente, pero mucho menos en lo teatral. Porque los relatos, extraídos del imaginario habitual del novelista, como en una especie de antología para fans, se concatenan por pura yuxtaposición; aunque no fraguan en un proceso que desarrolle la idea inicial. Es gracioso, por ejemplo, que se nos hable, al principio, con que bien podría haberse presentado la actriz como el mismísimo rey Juan Carlos (parece que en el teatro español se ha abierto la veda; aunque no se termine de meter el bisturí al fondo). O que se nos relate una historia de infancia por la cual el padre de un amigo, que era ferretero, a pesar de que, en realidad, trabajaba como espía para la Interpol. Se exprime ciertamente el tema de la verdad y de la mentira, y se juega con las palabras y con las dimensiones posibles. Algo que me recuerda a la obra IF, de la Cía. del Sr. Smith que hace bien poco se pudo ver en la Cuarta Pared, y que especulaba con todas esas vidas que uno no ha tenido porque las cosas han ido por otro lado.
No es que se caiga en la divagación metafísica; aunque se atina bastante con el absurdo de desconfiar no ya de la apariencia, sino de la evidencia. Por eso, resulta muy pertinente que, por momentos, se adentre en una especie de escepticismo catastrófico. Y, por eso, además, el propio Juan José Millás debe aparecer en pantalla en unas cuantas ocasiones para que la usurpadora de su identidad recupere la cordura, como don Quijote, y se deje de fabular con lo que no se es. Ese enfrentamiento se atisba más potente de lo que después resulta, pues el novelista no alcanza a ser un Gran Hermano o un demiurgo unamuniano en la resolución de su nivola.
Si, según lo que ha declarado el propio Millás, la pieza «está montada sobre la pregunta: ¿qué es lo más importante para nosotros en la vida lo que nos ocurre o lo que se nos ocurre?». Bien podríamos responder que la protagonista se «olvida» de esa vivencia concreta en ese salón de actos de instituto, es decir, qué supone para los espectadores-padres-madres que una «loca» no sea «loca», sino alguien que nos viene a plantar un espejo delante de cada uno de nosotros. O sea, ¿son ustedes ustedes? O: ¿son ustedes lo bastante ustedes? Pero esto, que de alguna manera está esbozado, no llega a concretarse más que teóricamente. Puesto que el autor pone por delante de nosotros, con su impronta platónica, el mundo de la imaginación que nos empuja en forma de deseos. Incluso podríamos tomarlo como un canto del cisne que defiende está genuina pulsión humana, ahora que el metaverso anhela ofrecernos un trampantojo fascinante que nos usurpe el poder de nuestra propia capacidad de imaginar.
Dramaturgia: Juan José Millás
Dirección: Mario Gas
Reparto: Clara Sanchis
Videoescena: Isabel de Ocampo
Producción: Entrecaja producciones teatrales y Clara Sanchis
Teatro Quique San Francisco (Madrid)
Hasta el 27 de noviembre de 2022
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Miércoles que parecen jueves”