Fedra y Medea son tamizadas por Las Niñas de Cádiz a través de una propuesta desenfada repleta de guiños chirigoteros
Ahora mismo, existe una dramaturgia reconocible en España (podría ampliarla a lo peninsular, como se verá) que contiene claras fuentes populares y que se muestra con vigor femenino. Podemos contar tres compañías que, desde distintos puntos, confluyen en modos, como son los del teatro físico, aumentado por el folclore, la ironía, las mezcolanzas con el lenguaje más moderno, la sátira no excesivamente descarnada y una expresividad rayana en el esperpento. Así se han manejado hasta ahora la Teatro en Vilo (véanse su Interrupted o Man Up, por ejemplo), A Panadaría (véase Las que limpian) y desde 2018 Las Niñas de Cádiz. Estas últimas, poseen cordón umbilical con La Zaranda por vía Jose Troncoso, que aquí colabora. Si ellas, además, ponen foco en los clásicos grecolatinos, podemos pensar también en los portugueses de Companhia do Chapitô (véanse su Edipo o Electra).
Dicho todo esto, la novedad, como tal, no va a ser significativa; pero el buen hacer es inapelable y en eso nos demos centrar. El espectáculo se disfruta; porque tiene la cadencia precisa y la concisión que se adquiere cuando no se cae ni en excesos narrativos, ni en sobredimensiones de otro cariz, como incluir escenas redundantes, que no es aquí el caso.
Lanzarse con el verso es otro plus para deslizarse —también sin excesos saturantes— por la chirigota. Además, el espectador atento y teatrero encontrará toda clase de intertextos, remisiones literarias y otras alusiones que enriquecen un texto al que se le pueden poner pocas pegas. Quizás, sobre este asunto textual, diría que se le da poca vidilla sexual o, erótica, a la relación entre Mariola y su ahijado, y que mucho menos se da con el marido de su amiga, quien también la ronda. Es decir, o queda algo confuso o no fragua del todo como para que resulte verosímil. Por mucho que los efectos del levante sean sicalípticos me falla esa maduración, principalmente en el esposo. En cualquier caso, la trama principal se sustenta en la Fedra que conocemos a partir de Eurípides, aunque que más se ha popularizado con Séneca, como bien se nos ha dado cuenta no hace muchas temporadas con la versión que protagonizó Lolita. Lo de Medea es más una explosión vengadora que irrumpe al final y que resulta muy graciosa; pero que no es en sí el mito al que estamos acostumbrados.
Un aspecto que destaca enseguida es el movimiento de entrada y de salida, de cómo van al centro para después ocupar las esquinas propiciando un vaivén que no abandonan. En esto la dirección de Ana López Segovia posee un dinamismo que hace sobresalir toda la gracia que subyace a un texto —firmado por ella misma—; pero que no olvida la tragedia, ni el relato. Desde el soneto inicial, el grupo se muestra como un coro chirigotero con sus pitos, que luego va reapareciendo para hacer avanzar la acción con narraciones que dejan detalles absolutamente estrafalarios y exagerados, como el derrumbe de la casa. Pero el asunto corre en octosílabos. Las amigas de la infancia, hermanas de sangre, Mariola y Vero, son las grandes protagonistas. Fedra y Medea. El mal fario y la buena suerte. O viceversa, que todo se andará. La primera, Teresa Quintero se deja llevar por las muecas del payaso triste. Su vida es una concatenación de desgracias y así la actriz hiperboliza su agonía, mientras el pueblo la tiene en la boca con todos los chismes posibles. Su comadre, Alejandra López, sostiene mucho más su personaje, le da tono de seriedad y de mujer responsable, bondadosa hasta la santidad. El contraste entre las dos es un mecanismo que se apuntala con ingenio por la música que permanentemente brota. Es López Segovia quien más se luce, quien posee una voz más potente. La mezcolanza es imparable, pues si suena la chirigota, cómo no, también está Nina Simone con «Wild is the wind», que nos remite directamente al título, pero también hay copla («Las cosas del querer»), versos de Rubén Darío, o episodios (no se relega la tragedia) con el coro dialogando con mucho ritmo. Por otra parte, Rocío Segovia, quien se ocupa del adolescente Juandesito, resulta muy ágil sobre el escenario y tiene mucho empaque cuando se encarna, por ejemplo, en la prima.
La historia avanza de tal manera que se genera la inversión de la suerte. Una vez Mariola, a quien se le ha caído literalmente la casa encima y que se ha librado de la muerte milagrosamente, es auxiliada por su amiga del alma. El levante procede como diablillo cargado de lujuria y no hay quien lo pare. Antes, en el hospital, López Segovia vuelve a hacer una genialidad con el doctor que interpreta, que parece salido de El enfermo imaginario, de Molière con tanto palabro cientificista inventado («la anadiploxis del císter / presenta un cuadro afable»). Esto nos vale como ejemplo de la cantidad de personajes secundarios que sustentan una función que se vertebra a través de un lenguaje ahíto de vulgarismos, de dichos callejeros y otros chascarrillos que nos resultan muy cercanos; y una intencionalidad más trascendente con las insinuaciones que nos sitúan ante las grandes pasiones humanas. Sea como fuere, en el hogar de Vero se encuentra Juan de Dios, su marido, enfrascado en sus artes ornitológicas, para caer en las inocentes redes de Mariola (insisto en que este punto me parece inconsecuente y harto inverosímil según se desarrolla en escena). También se halla Juandesito para hipnotizar a su tita con sus artes pinrélicas y la feromona púber, mientras juega a la Play. Mientras, la susodicha Mariola ya va de suerte en suerte, y Vero, de pena en pena, sin saber cómo. Entre confusiones e infidelidades alcanzamos un final que parece inspirado por Tarantino en Kill Bill, aunque llegue con demasiada elipsis y nos depare una anagnórisis algo precipitada. El colofón, como digo, tiene artes marciales con retranca y un humor desenfadado que termina por cerrar un montaje vivaz y divertido, que se aprovecha de la sencillez de medios y de las habilidades de cuatro actrices dirigidas con sensatez.
Autora: Ana López Segovia
Dirección: Ana López Segovia (con la colaboración de Jose Troncoso)
Actrices: Alejandra López, Teresa Quintero, Rocío Segovia y Ana López Segovia
Ayudante de dirección: Alicia Rodríguez
Vestuario: Miguel A. Milán
Espacio sonoro: Mariano Marín
Diseño de iluminación: Agustín Maza
Imagen: Susana Martín / Isa Vicente
Asistente de producción: Susana Luque
Producción: Las Niñas de Cádiz
Canciones: «Señor de Nervión», de Fran Ortiz Morón; y «Wild is the wind», de Nina Simone.
Agradecimientos: Jose Troncoso y Espacio Guindalera
Sala Cuarta Pared (Madrid)
Hasta el 15 de mayo de 2022
Calificación: ♦♦♦
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:
Un comentario en “El viento es salvaje”