La compañía gallega A Panadaría monta una sátira sobre las kellys bastante embarullada y carente de profundidad argumentativa
Que las generales ínfulas pequeñoburguesas que pueblan los teatros españoles (salvo el del Barrio) dejen paso a la reivindicación obrera es ya una buena noticia; pues bajamos a tierra y nos ocupamos de aquello que en su momento se denominó literatura social. Ciertamente, la «sucia» vida de los basureros, de las cajeras, de los transportistas o de las camareras de hotel no nos fascina y nos aburre. A lo peor nos daría envidia, si están un escaloncito por encima de nosotros y, a lo mejor, nos reconforta en nuestra mediocridad si los miramos por encima del hombro. Sin más.
La compañía A Panadaría ha decidido llevar a las tablas las justas reclamaciones laborales de las limpiadoras, las conocidas como kellys, es decir, el escalafón más bajo dentro del organigrama de un hotel, el eslabón más débil, compuesto casi en exclusiva por mujeres, con pocos estudios y, en muchos casos, inmigrantes. Es decir, muy ínfima capacidad de lucha si no es por una unión férrea de todas o por montar el jaleo pertinente, tal y como lo han realizado. A la vieja usanza, demostrando que aún se pueden defender los derechos. La cuestión es que esto está en la base; pero ha quedado ensombrecido por una sátira de poco enjundia intelectual y político, cargado con los gags más simplones y con una ristra de personajes estereotipados y, por lo tanto, planos. Si hubiéramos conocido las historias de las propias trabajadoras; podríamos haber conectado más; ya que tan solo observamos las consecuencias de una tarea asfixiante que provoca lesiones y desesperación.
Es decir, estamos en un entremés, en un paso, que se alarga hasta los ochenta minutos para trazar una caricatura de la realidad, que simplifica el sector turístico y cualquier comprensión mínimamente coherente de los engranajes y, sobre todo, de las contradicciones de nuestro sistema. Porque esta es una propuesta infantilizada de un problema de complejas soluciones, que posee muchos escalones intermedios que, ni por asomo, aparecen. Si de verdad querían hacer otro de esos alegatos altermundistas y ecofeministas, pues no creo que al público le haya llegado ese mensaje. Y ese creo que es el fracaso de esta pieza, la sensación de que como la gente se ríe, y participa y siente la cercanía y hasta cierta empatía por estas trabajadoras (luego a la salida, por supuesto, las gentes bien avenidas del María Guerrero seguirán a lo suyo), pues parece que algo cala. Puesto que las tres artífices han escrito un argumento maniqueo y ridículo, con el que se pretende hacer una pantomima del Gran Hotel de La Toja (reconvertida en «La Jota») poniendo a su histórico responsable, José Riestra, en la picota. Una caricaturización que exprime Noelia Castro con reiteración, como ocurre con la mascarada de ese Rajoy az-narizado, cuando Areta Bolado no para de recurrir a los consabidos y absurdos trabalenguas del expresidente. Me parece un humor, en la mayoría de los casos, demasiado típico y evidente, que busca el chiste fácil. Reconozco, desde luego, que se dan otros momentos de comicidad más sugerente, como en algunas elaboraciones felices donde, a través de los ruidos hechos por ellas mismas, simulan objetos de limpieza. Pero sobre todo se percibe falta de dirección, de una mirada externa que marcase mejor el comienzo y el final de los sketches; porque el barullo constante no permite que las escenas se oxigenen. Esto se comprueba cuando se intercambian las pelucas, para repartirse los personajes; o cuando hacen participar al público con una votación entre populista e ineficaz, pues tampoco nos lleva a nada.
Luego, a falta de un desarrollo de los personajes, sí que encontramos algún instante de emotividad inspiradora que no se potencia todo lo que debiera como para que, al menos, pudiéramos seguir la pista más privada de alguna de las empleadas. Esto lo vemos cuando Ailén Kendelman, quien está bastante graciosa en los primeros embates dando instrucciones de cómo funciona el trabajo en cuestión, manifiesta su ansiedad hasta el sofoco. Ella misma es la encargada de colorear el espectáculo con distintas canciones, metiéndole percusión; pero también cayendo en la batucada cargada con todos esos tópicos, donde se acusa a los hombres de no coger la fregona ni con pinzas, que ya a estas alturas no cuela.
El ansia didáctica se inserta con distintos apartes explicativos que sobrarían si formaran parte de las biografías que desconocemos de las protagonistas. Para intentar apuntalar un relato que apenas sitúa las corruptelas de los mandatarios como razón última del abuso, sin entrar en un mínimo análisis de lo que implica el sector del turismo en España, y para evidenciar, eso sí, los éxitos que han logrado las kellys con distintas huelgas, paros y otras actuaciones de presión. O sea, el contexto se reduce a la mínima expresión y la estructura económica queda como si ahora estuviéramos en el siglo XIX.
En definitiva, Las que limpian es bastante deudora de un estilo que ahora ha aprovechado con éxito la compañía Teatro en Vilo; pero en este montaje falta pericia en todos los ámbitos como para que podamos ir más allá de una mera sátira sin fuste.
Texto y dirección: Areta Bolado, Noelia Castro y Ailén Kendelman
Reparto: Areta Bolado, Noelia Castro y Ailén Kendelman
Escenografía: Beatriz de Vega
Iluminación: Del Ruiz
Caracterización y vestuario: Esther Quintas
Música original: Ailén Kendelman
Apoyo dramatúrgico: Paula Carballeira
Asesoría Lingüística y traducción al castellano: Rosa Moledo
Ayudante de escenografía: Daniela Rodas
Asesoría de movimiento: Clara Ferrão
Realizaciones: Beatriz Novas y Marta Ferrer (Vestuario). Sara Rodríguez (Ojo mágico)
Fotografía: Leticia T. Blanco y Pilar Abades
Diseño de cartel: Equipo SOPA
Coproducción: Centro Dramático Nacional y A Panadaría
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 15 de mayo de 2022
Calificación: ♦
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Un comentario en “Las que limpian”