Los secuestradores el lago Chiemsee

Alberto Iglesias firma un texto meramente anecdótico para un montaje dirigido con torpeza por Mario Gas en los Teatros del Canal

Los secuestradores del lago Chiemsee - Foto Sergio ParraCon todo el respeto para nuestros mayores, esta propuesta cae en el tópico de la complacencia de una manera abrumadora. Es una obra que parece dirigirse con tanto ahínco hacia el estamento provecto, que quiere demostrar su ancianidad desde el minuto uno. Debe ser que cuando uno pasa la frontera de los sesenta y pico pierde el sentido del humor más incisivo y la blandura en las expresiones se asienta, como si uno sufriera un golpe de ingenuidad. Y eso que hablamos de unos jubilados que han encerrado a su asesor fiscal, porque sus «malos» consejos los han dejado secos. Los secuestradores del lago Chiemsee de Alberto Iglesias no tiene fuste, carece de trama, de nudo, y de interés; es lenta y muy larga, y solo puede hacer gracia a las almas cándidas que se ríen de los achaques del prójimo. Alguna ironía encontramos, desde luego, pero no con el ritmo requerido; puesto que las escenas se solapan como cajones estanco, muy propios de los sketches televisivos de las comedias de situación. A estas alturas, no se puede afirmar que no haya ejemplos ingeniosos a nuestro alrededor. No hace tanto ocurría algo parecido con aquel montaje de Campanella titulado Parque Lezama, que igualmente pretendía hacer gracia con punzadas de abuelete cascarrabias. Allí salía el octogenario Luis Brandoni, quien luego protagonizó La odisea de los giles, de Sebastián Borensztein, donde se demostraba una viveza y una astucia a tener en cuenta sobre un tema, en alguna medida, similar al que nos compete. El propio Campanella dirigió El cuento de la comadreja que, si bien no es una gran obra, posee unos diálogos deliciosos proferidos por vejetes enérgicos. En fin, podríamos irnos más atrás, para dejar claro que se puede tener chispa a pesar de los años.

Trasladar la noticia sobre aquellos alemanes que decidieron encerrar a su financiero ya que habían visto frustradas sus ensoñaciones sobre pasar el resto (¿resto?) de sus vidas (¿vidas?) en Florida sin algo de cabreo, sin punch, sin esa furia de quienes consideran que les han usurpado el futuro (¿futuro?), no parece del todo verosímil. Si nos la tomamos por el lado extremadamente cínico, con unos septuagenarios (perdón, octogenarios algunos) que han perdido la empatía y únicamente aceptan la tumbona y la caipiriña; entonces debemos exigir algún requiebro entre tanta linealidad. El costumbrismo se impone en unas escenas que se suceden de forma corriente, intercaladas por otras que muestran al susodicho asesor amordazado en un garaje. Falta, sin duda, dinamismo en la dirección. ¿Cómo Mario Gas puede aceptar que nos vayamos a fundido negro cada diez minutos para que parte de la escenografía gire y nos enseñe el escondrijo? Parece increíble estar así hasta la hora y cincuenta minutos y que encima no pase gran cosa. Y el diseño escénico, que es sobresaliente, tiene algo de culpa indirecta. Claramente, Sebastià Brosa y Silvia de Marta han realizado un trabajo fenomenal de detallismo ocupando la caja escénica al completo para transmitir con solvencia el nivel económico de los protagonistas. Pero situar en un extremo la vivienda, al fondo un vallado y en el otro extremo el cobertizo giratorio es una sobredimensión excesiva para lo que se pretende hacer. Tener que esperar a oscuras para que se sucedan las colocaciones es una inconveniencia injustificable.

Siento decir que es Los secuestradores del lago Chiemsee es un aburrimiento. Debe existir un público para este tipo de funciones, no lo pongo en duda; pero uno intenta encontrarle la gracia al asunto y la conclusión que se saca es que, ante todo, se tiene el freno echado —como tantas veces— para acometer otra comedia de humor blanquérrimo. Solo hay que observar el primer diálogo para aseverar que la mofa sobre las carencias memorísticas de Vicky Peña, ya marcan un terreno abonado a la inocencia. Su compañera, Gloria Muñoz, todavía posee algo de inquina, pues tiene sus propios líos amorosos; aunque no se desarrollen de alguna manera atractiva. Ambas actrices se manejan con su habitual templanza para sacar adelante unos papeles demasiado subalternos. Es Helio Pedregal quien realmente lleva la voz cantante y el que resulta más controvertido, y del que podemos agarrarnos para deducir malas artes (hay sangre aquí; pero, evidentemente, no hay violencia manifiesta. Que nadie se espante). Se encarna en un arquitecto, bastante seguro de sí mismo, engreído, y con una gran capacidad de seducción, y es él quien posee las líneas más consistentes, y quien las expresa con más sagacidad. Luego, Manuel Galiana infunde cordialidad y una leve socarronería que merecería exprimirse. Por su parte, Alberto Iglesias sucumbe a las perrerías de sus clientes con una desesperación creciente. Algunas de sus escenas parecen calcadas; porque no se espera ningún giro. Finalmente, debemos concluir que este espectáculo se enmarca dentro de las comedias burguesas de siempre. Una distracción sin más.

Los secuestradores del lago Chiemsee

Dramaturgia: Alberto Iglesias

Dirección: Mario Gas

Elenco: Juan Calot, Manuel Galiana, Alberto Iglesias, Gloria Muñoz, Helio Pedregal y

Vicky Peña

Diseño de escenografía: Sebastià Brosa y Silvia de Marta

Diseño de iluminación: Paco Ariza

Diseño de vestuario: Antonio Belart

Composición musical y espacio sonoro: Orestes Gas

Ayudante de dirección: Laura Ortega

Ayudante de vestuario: Cristina Martínez

Ayudante diseño iluminación: Daniel Checa

Dirección de producción: Nuria-Cruz Moreno

Adjunto dirección producción: Fabián T. Ojeda

Ayudante de producción: Paco Flor

Administración: Henar Hernández

Producción ejecutiva: Barco Pirata

Fotografía: Sergio Parra

Maquillaje y peluquería de cartel: Chema Noci

Diseño gráfico: Eva Ramón

Jefa de prensa: María Díaz

Dirección técnica: Mister Nilson

Equipo técnico: Íñigo Benítez, Mario Pachón, Bernardo Pedraza y Edu Herrera

Confección vestuario: Rafael Solís

Ambientación vestuario: María Calderón

Asesoramiento caracterización: Sara Álvarez

Construcción escenografía: Readest, SL

Confección y pintura telón: Castells, SL

Distribución: GG Distribución y producción escénica

Coproducción: Teatros del Canal y Producciones Rokamboleskas

Agradecimientos: Nadia Corral y Teatro Municipal Buero Vallejo

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 6 de marzo de 2022

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