Variaciones enigmáticas

Una batalla dialéctica sobre el tema del amor romántico entre dos hombres con visiones aparentemente opuestas

Variaciones enigmáticas - FotoSería bastante adecuado discriminar la sustancia filosófica que contiene esta obra de toda esa capacidad para destrozarse cada quince minutos o, incluso, descomponerse según llegamos al final. Porque Variaciones enigmáticas posee un planteamiento dialéctico, tan empleado en Francia desde el siglo XVIII, donde dos visiones aparentemente opuestas sobre el amor descubren sus propias incongruencias. Por ello, los primeros envites resultan sugerentes y te pueden llevar a la reflexión. Sigue leyendo

Anuncio publicitario

Los secuestradores el lago Chiemsee

Alberto Iglesias firma un texto meramente anecdótico para un montaje dirigido con torpeza por Mario Gas en los Teatros del Canal

Los secuestradores del lago Chiemsee - Foto Sergio ParraCon todo el respeto para nuestros mayores, esta propuesta cae en el tópico de la complacencia de una manera abrumadora. Es una obra que parece dirigirse con tanto ahínco hacia el estamento provecto, que quiere demostrar su ancianidad desde el minuto uno. Debe ser que cuando uno pasa la frontera de los sesenta y pico pierde el sentido del humor más incisivo y la blandura en las expresiones se asienta, como si uno sufriera un golpe de ingenuidad. Y eso que hablamos de unos jubilados que han encerrado a su asesor fiscal, porque sus «malos» consejos los han dejado secos. Los secuestradores del lago Chiemsee de Alberto Iglesias no tiene fuste, carece de trama, de nudo, y de interés; es lenta y muy larga, y solo puede hacer gracia a las almas cándidas que se ríen de los achaques del prójimo. Sigue leyendo

El grito

El sufrimiento de una mujer debido a la negligencia de una clínica de fertilidad sube a escena en un montaje altamente maniqueo

Cuando uno quiere defender una idea o una injusticia y se olvida de que existe no solo un lenguaje artístico, dramatúrgico, sino también un espectador adulto y capaz de atar cabos con inteligencia y madurez; entonces se escribe un texto maniqueo e inconsecuente con las loables luchas politicomorales. La obra de Itziar Pascual y Amaranta Osorio, quienes habían demostrado su buen hacer con Mi niña, niña mía, está repleta de hipérboles, omisiones inverosímiles y explicaciones innecesarias. Y si no fuera porque la productora Pilar de Yzaguirre ha configurado un equipo de profesionales de alto nivel, creo que El grito se hubiera quedado en espectáculo fallido. Vaya por delante que esta historia se basa en un hecho real; pero que eso no es razón suficiente como para exigir ni fidelidades ni verosimilitudes forzadas. El caso es que nuestra protagonista, llamada Aina Lóguez Amat, que es interpretada con viveza y muy buena disposición y credibilidad a lo largo de toda la función —su interpretación es la que mejor sostiene toda la trama— por Nuria García, se ha enamorado de su jefe (y viceversa). Trabajan ambos en una tienda de colchones, a ella la han convertido en empleada con contrato fijo y está enormemente ilusionada. El primer disloque brumoso lo hallamos en el personaje de él, llamado Rubén Torres, y en la caracterización que realiza Óscar Codesido, quien no encuentra una posible naturalidad, pues se ve algo constreñido en un papel que no sabemos cómo tomarlo. Sigue leyendo

El hombre y el lienzo

Alberto Iglesias firma y dirige una propuesta cargada con todos los tópicos románticos del artista atormentado

Foto de David Ruiz

El número de películas dedicadas a pintores es ingente (las de Van Gogh se deben llevar la palma) y lo habitual es aproximarse a la figura de estos especímenes desde su biografía. Mucho menos frecuente en la ficción es la indagación teórica sobre el concepto de arte. Si acaso La bella mentirosa, de Jacques Rivette, especula sobre angustia del cuadro terminado; de asir lo bello a través del cuerpo de una mujer espléndida. Más complicado es encontrar de forma más o menos seria el tema sobre las tablas. La temporada anterior pudimos contemplar en Rojo, el acercamiento a Mark Rothko (o tiempo atrás la sátira La autora de Las meninas). O, hará unos meses, una aproximación (muy tangencial) sobre Goya. Con El hombre y el lienzo el atrevimiento ―quizás su único mérito― ha sido llevar la teoría y la práctica en síntesis mediante una trama dramática. Pero el resultado me ha parecido desnortado, caduco e impostado. Es una función que hace aguas por todos los lados y que, además, conlleva una sorpresa parateatral que ahonda en la catástrofe y hasta diríamos que en la acérrima hipocresía ―la posmodernidad es lo que tiene―. El texto que firma Alberto Iglesias dibuja un protagonista con todos los tópicos del pintor maldito; aunque, es más un tipo con mal carácter y con unos cuantos dejes cursilones (emplea algunos aforismos verdaderamente sonrojantes como lecciones zen de usar y tirar). Y se nos vende como un tipo de hoy, de unos cuarenta y tantos años que, pintando autorretratos, de tintes expresionistas en formato de 135 x 90 cm, ha logrado exponer en los museos más importantes del mundo. Sinceramente no sé a qué mundo se refiere. Sigue leyendo

La Strada

Mario Gas dirige esta propuesta excesivamente cándida y melancólica sobre la famosa película de Federico Fellini

Foto de Sergio Parra

A primera vista parece que esta versión de La Strada se ha querido quedar con lo esencial, con estas almas en el conflicto de la supervivencia y de la ignorancia; pero en aquella película de Fellini el contexto de la posguerra en Italia era, si cabe, más esencial todavía. Por lo tanto, ¿quiénes son estos individuos que pueblan este oscuro escenario? El preludio es una presentación desencantada de un ambiente y unos personajes ahítos de melancolía, con su nariz de payaso y la mirada triste; inmersos en la escenografía de Juan Sanz, tan sencilla como notable, tan versátil como efectiva, con esa verticalidad tripartita con cartelones y pantallas donde se proyectan sugerentes imágenes diseñadas por Álvaro Luna. El carromato de Zampanó se aposta en una esquina con su cochambre, como el gran símbolo del nómada que debe desplazarse sin parar en busca de sustento. Sigue leyendo

El concierto de san Ovidio

Mario Gas dirige esta fábula dieciochesca de Buero Vallejo sobre el maltrato insolente a un grupo de ciegos

Foto de marcosGpunto

De vez en cuando es conveniente desempolvar a nuestros clásicos contemporáneos para descubrir si el tiempo los acartona o si permanecen fértiles para aleccionarnos sobre los vicios universales. Si Buero Vallejo quiso zarandear (desde su «posibilismo») al pueblo español en 1962 tomando la prudente distancia de quien nos remite a un acontecimiento ocurrido en París durante 1771; de qué forma debemos observar esta fábula para que nos competa de una manera similar. En este sentido, nuestro mundo actual ha cambiado tanto desde aquellas, que las mofas pueden ser tan brutales como desproporcionadas sus reprimendas. En el presente los extremos se tocan y por ello es necesario superar el plano simbólico de esta función para encontrar asideros fundamentales sobre la bondad, la solidaridad y la búsqueda del conocimiento como camino a la libertad, es decir, la ilustración. Sigue leyendo

Incendios

Mario Gas presenta este clásico contemporáneo sobre el horror de la guerra y la verdad familiar

incendios-fotoIncendies (Incendios) ha logrado en poco tiempo convertirse en una de esas obras con destino al canon, cuando es precisamente una reelaboración sui géneris del Edipo. La estructura y la disposición de los elementos dispares que muestra el texto nos hacen pensar más en una novela o en una película que en una tragedia. La multiplicidad de escenas, el obligado solapamiento de situaciones, las dos principales tramas imbricándose con saltos en el tiempo, requieren un montaje escénico tan ágil como el que nos enseña Mario Gas en el Teatro de La Abadía. A pesar de la parrafada inicial un tanto caótica de Ramón Barea, en la piel del notario Hermile Lebel, pone sobre la mesa algunas claves. El actor, ajustándose equilibradamente a su personaje, por un lado timorato y por otro pundonoroso, se esmera en aproximarnos hacia una cotidianidad que, en realidad, esconde una catástrofe vital. Dos hermanos gemelos aguardan a la entrada del despacho para conocer las últimas voluntades de su madre, una mujer libanesa que llevaba tiempo en absoluto silencio esperando la muerte. Descubrir la biografía de esta mujer es lo que metafóricamente produce esos «incendios» en aquellos afectados por lo ocurrido y, sobre todo, el encargo inaudito: buscar a su hermano (que desconocían tener) y a su padre (del que no sabían nada). Sigue leyendo

Sócrates

El veterano actor José María Pou encarna al insigne filósofo griego en el último episodio de su vida

Foto de Jero Morales
Foto de Jero Morales

El personaje creado, principalmente, por Platón llamado Sócrates, basado en su maestro, ha ofrecido para la historia una vida ejemplar por acometer su sentencia de muerte con tanta entereza. Poco sabemos del hombre real. Que sepamos, no escribió ninguna obra, pero su doctrina basada en la búsqueda de la verdad y del bien ha logrado superar el tiempo. Paradójicamente, el filósofo, que tras el dictamen del oráculo, fue considerado como el más sabio de los hombres, pero que afirmaba tajantemente saber que no sabía nada (aunque lo dijera con otras palabras, según parece), se encarna teatralmente frente a una sociedad satisfecha y orgullosa de su ignorancia, en el culmen de su autoestima, capaz de opinar sobre cualquier tema con una suficiencia pasmosa. Sigue leyendo

Largo viaje del día hacia la noche

Juan José Afonso ofrece una versión del clásico basada en un sólido trabajo actoral

Largo viajeNo hay obra de teatro de Eugene O´Neill que demuestre con mejor tino el proceso de implosión familiar que Largo viaje del día hacia la noche (también conocida como Largo viaje hacia la noche). Es un ejemplo para cualquier escritor de cómo se debe dosificar la información, de cómo el pasado debe ir penetrando en los diálogos evitando que los personajes se conviertan en narradores. Esto, generalmente, implica que la obra dure más, que el ritmo sea más lento y así ocurre con esta función que llega hasta las dos horas y cuarto. La duración es una virtud. Podríamos sentarnos en la butaca sabiendo que lo que vamos a contemplar es una cuasi autobiografía de O´Neill en un día de 1912, aunque escrita en 1940 (considera: «creo que es la mejor obra que he escrito». Considera, también, que no debería representarse hasta que pasaran veinticinco años; algo que no ocurrió), saber cómo fue su vida y, aun así, aceptar que las familias tienen tabúes, códigos y maneras que se pueden revelar de sopetón. Sigue leyendo