Luis Brandoni y Eduardo Blanco se sientan a discutir en un banco para dirimir sus antagónicas posturas de la vida
La vejez y la soledad se dan cita en el banco de un parque a través de dos ancianos que se complementan en la permanente discusión de sus diferencias irreconciliables. Es decir, una reedición del famoso choque y, a la postre, entrañable, que protagonizaron Jack Lemmon y Walter Matthau (este último aparecía en la adaptación cinematografía de esta obra de Herb Gardner, es decir, I’m Not Rappaport, o sea, Dos viejos chiflados) en varias películas. Aquí tenemos a Luis Brandoni, en el papel de León Schwart, un viejo comunista, fantasioso por convicción y mentiroso por supervivencia (síndrome de Walter Mitty). Se muestra pertinaz en sus narraciones, y su impulsividad lo lleva a denostar sus achaques para evidenciar una valentía osada. A la contra, Eduardo Blanco, es Antonio Cardoso, un conserje de finca, especializado en el mantenimiento de la caldera. Este manifiesta en seguida su irritación a flor de piel por los bulos de su compadre. Entre la envidia y su debilidad corporal, y la asunción de la decrepitud y del miedo al despido, resulta un personaje, inicialmente, furioso. Ambos actores manejan un estilo creíble y acompasado; aunque a Blanco le toca impostar más la vejez y, al principio, chirría un poco. Desde luego, el tono general es de comedia; no obstante, por debajo, el trago es acibarado. Sin embargo, es un humor de abuelete, de tipos puntillosos, bastante inocentón y acrítico que nos permite esbozar una constante sonrisa; pero que, salvo con ciertas pullas endiabladas y malintencionadas, no rompe la carcajada. Porque la cuestión fundamental es que las acciones se desarrollan como en las habituales sitcom que pueblan la televisión, con encapsulamiento, en unas coordenadas espaciotemporales que marcan gran distancia con el entorno socioeconómico y político, en este caso de Argentina. El número de parques de países distintos donde estos dos tipos podrían encontrarse es realmente abundante. Por eso, en su universalidad nos conmueve, ya que se plantean cuestiones como la soledad, el declive, la muerte o el desamparo; pero, por otra parte, le falta esa particularidad que nos pudiera llevar a terrenos más concisos, peculiares y trascendentes en cuanto a la coyuntura actual de la realidad bonaerense, por ejemplo. Esta disposición teatral conlleva, además, que los personajes secundarios sean un tanto insignificantes, son meras excusas para que las personalidades de León y Antonio propaguen su visión de la vida, y puedan seguir con sus diálogos desenfrenados. Todo esto lo vemos con los cinco intervinientes que van apareciendo episódicamente. José Emilio Vera sondea al medio pijo que se siente importante por presidir una comunidad de vecinos. Como es habitual en el actor, se maneja con soltura; para acabar dialécticamente zarandeado sin saber cómo. Después, Santiago Linari se enviste de macarra y de ratero con la navaja fácil, un papel con tan poco recorrido como el de Martín Gervasoni o el de Luz Cipriota, como una jovencita que no para de pintar en su bloc. Algo más de sentido posee Ana Belén Beas encarnando a la hija del señor Schwart, pues nos deja ahondar en las cuitas reales del anciano más allá de su estratagema alocada e imaginaria. Por otro lado, habría que echarle en cara a Juan Jóse Campanella, que resulta una función con una estructura «peculiar»; ya que es raro encontrar hoy en día un espectáculo teatral en el que se baje tantas veces el telón. Un recurso poco hábil y hasta torpe para diferenciar más que escenas, episodios (de los que podría haber muchos más). Y es que el argumento ―si es que lo tiene―, no da para dos horas de propuesta. Parece evidente que los actos están desequilibrados en fondo y en forma. Larguísimo preámbulo de discusión y de desenmascaramiento de los protagonistas; para luego concatenar participaciones inocuas del resto del elenco. A pesar de todo lo afirmado, Parque Lezama viene con un envoltorio atractivo; primero por sus actores y, después, por una escenografía realista a cargo de Cecilia Monti. Esta ha plasmado un recoveco que da cuenta del esplendor del paisaje con el templete clásico a lo alto y, a la vez, del descuido a través de los grafitis que afean la gran escalera. Un contraste que es el mejor símbolo, seguramente, de la ciudad. Un espacio alejado, solitario; cuando, en verdad, es un lugar donde habitualmente se pueden descubrir puestecillos y una gran afluencia de gente. Debe quedar claro que, en general, es una función agradable, entretenida y que posee momentos tan gran graciosos como entrañables. Y eso hace que gran parte del público pueda hallar esencialmente lo que había ido a buscar.
Autor: Herb Gardner
Traducción y adaptación: Juan José Campanella
Dirección: Juan José Campanella
Reparto: Luis Brandoni, Eduardo Blanco, Ana Belén Beas, José Emilio Vera, Martín Gervasoni, Luz Cipriota y Santiago Linari
Diseño de escenografía y vestuario: Cecilia Monti
Diseño de luces: Félix Monti / Magdalena Ripa Alsina
Producción general: EL Tío Caracoles, SMEDIA, SEDA Producciones, Daniel Comba.
Teatro Fígaro (Madrid)
Hasta el 12 de enero de 2020
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “Parque Lezama”