Yogur | Piano

Gon Ramos ha creado una experiencia teatral destinada a la síntesis de dos mundos a priori antagónicos

Foto de Pablo Bonal
Foto de Pablo Bonal

Partimos de un tema instrumental que posee un nombre parecido al de la obra que nos encontramos en el Espacio Labruc: Fjögur Pianó (quiere decir «cuatro pianos»), que fue compuesto por el grupo de Islandia, Sigur Rós, y que fue incluido dentro de su disco Valtari (2012). Precisamente generó dos videoclips (elegidos dentro de una competición creada a propósito) que, es de suponer, han provocado reacciones en todo el proceso de creación dramatúrgico. Uno es el de Anafelle Liu, que expresa muy bien esa idea de desprenderse de la lava que cubre un cuerpo como si fuera algo accesorio que no nos deja mostrarnos a nosotros mismos; y, luego, la pieza que más éxito tuvo, convirtiéndose en viral, fue la que dirigió Alma Har’el y que protagoniza Shia LaBeouf y Denna Thomsen; todo un producto de arte conceptual lleno de simbolismo y sobre el que merecería la pena detenerse. Así llegamos a Yogur | Piano, donde la presencia del instrumento musical queda clara dentro de la escena y máxime cuando es tocado por Jos Ronda (tanto el susodicho tema como un aria de Dido y Eneas de Purcell). Lo del yogur debe quedar para una metáfora quizás, inicialmente, irónica respecto al islandés «Fjögur» y, luego, como esa sustancia producto de la fermentación bacteriana, es decir, de nuestro propio cuerpo convertido en una masa informe y descompuesta dentro de una sociedad que nos subsume sin llegar a comprenderla. Y es que la función nos lleva por los derroteros del existencialismo, de la angustia y de los ritmos inasumibles a los que somos expuestos; pero todo ello llevado a través del surrealismo en su vertiente más psicoanalítica y onírica, y, también, del happening. Básicamente tenemos a cinco jóvenes que en mayor o en menor medida deben pasar de la confusión a la ordenación de los pensamientos esenciales y constituyentes. Al principio, la sala está oscura, la música club retumba y Daniel Jumillas se entrega en el baile como un bakala de otros tiempos, inspirado, quizás, por algún estupefaciente, se mueve en el desenfreno. Se erige en protagonista y va anclándose, con enorme seguridad expresiva, a la trama. Luego, van surgiendo sus cuatro compañeros. A partir de aquí comienzan las claves que van a desencadenar el resto de la obra. Hablamos de un primer largo acto, lo suficientemente largo como para que vayamos escuchando sus extraños pensamientos, sus diálogos inconexos a la vez que esperan a un amigo que cumple años, pero que no llegará. Es imposible quedarse con todo lo significativo que expresan entre comentarios banales. Se les puede escuchar hablando de cómo una mujer ha dibujado círculos en el cuarto de baño para referirse a la perfección o de un camarero chino que le ha dicho a uno de ellos algo sobre la atención o, más, Itziar Cabello se empeña en recordar a una bailarina que se obcecaba en repetir siempre los mismos pasos de baile (seguramente se refiriera a Pina Bausch) llegando a la monotonía. Pero también se lanzan preguntas sobre el aquí y el ahora, sobre sus propias vidas: Marta Matute cuenta que practica boxeo o se escucha que el trabajo dura de lunes a domingo y que no se tiene tiempo para nada. Y metafísica, mucha metafísica que aumenta el conflicto interior en el lugar menos propicio para resolverlo. ¿Cómo escapar de allí? Parece que la música es una opción y que el piano es el instrumento que puede ofrecerles la coherente armonía que los despierte y los lleve a un mundo de clarividencia, fuera de Maya, diríamos, o aprehendiéndola. ¿Un Simón del desierto buñuelesco pero a la inversa? A partir de entonces descendemos a escenarios más discursivos y dialogantes, más sosegados. Gon Ramos adopta a lo largo de la función una serie de papeles subalternos, como si negara su protagonismo y se dedicara más al resto. Atisbamos la historia personal de Marta Matute, con su actuación tan espontánea, fresca y llena de vigor encetando con sus guantes a su propia ira y luchando por una hija que duerme en el hospital. También de Nora Gehrig conocemos su fantástico deseo de convertirse estrictamente en musa de cantautores, y ella le imprime un carácter entre alucinatorio e ilusionante. En ese reacople parece que surge la vida rural, el reencuentro con el pasado, la memoria de ciertas personas olvidadas, la recuperación de rostros y de humanidad. Se le podría achacar a este acto que pervive con cierta falta de cohesión, que se deslavaza escenográficamente. Y. aunque no puedo desvelar el doble o triple desenlace, digamos que se aproxima al happening y que resulta temporalmente algo excesivo y algo mecánico visualmente en su conjunto, pero que te lleva sin ñoñerías hacia una posible solución frente a los ritmos maquinistas y alienantes en los que estamos inmersos. Un mecanismo de repetición, de ritmo machacón o de mirada fija tras mirada fija es capaz de romper con las rutinas inoperantes y destructivas, cuando uno aprende a prestar atención; son los principios del zen. Son las cadencias que abren los espacios para el desarrollo de la libertad. Gon Ramos y el resto del elenco han logrado expresar, desde una perspectiva fronteriza que permea desde el interior caótico hacia un exterior donde aún existe la humanidad, quebradiza, la resistencia y la esperanza en lo más íntimo de nuestras vidas atacadas.

Yogur | Piano

Dramaturgia y dirección: Gon Ramos

Reparto: Itziar Cabello, Marta Matute, Nora Gehrig, Daniel Jumillas y Gon Ramos

Espacio sonoro: Matías Rubio

Música en vivo: Jos Ronda

Asistencia: Luis Sorolla

Diseño: Daniel Jumillas

Foto: Pablo Bonal

Producción: Compañía Yogur | Piano y Espacio Labruc

Espacio Labruc (Madrid)

Hasta el 24 de junio de 2016

Calificación: ♦♦♦♦

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11 comentarios en “Yogur | Piano

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