José Coronado protagoniza un convencional thriller escrito por Alberto Conejero sobre las heridas del pasado
Las puertas del Teatro Español se le han abierto a Conejero gracias al éxito cosechado con su obra La piedra oscura (2014), la cual, a pesar de su corte clásico, poseía ciertas virtudes estructurales y el interés que suele suscitar la figura de Lorca (más otras cuestiones que ya expuse en su momento). Ahora que se ha lanzado el debate sobre aquello de las «artes vivas», la vanguardia, etc.; sí que sería requerible a una institución como esta que, al menos, lo nuevo representado, fuera contemporáneo, o, si se quiere, que los autores vivos que encuentren allí acomodo sean modernos (tampoco exijo que sean absolutamente rupturistas). ¿Por qué? Pues, sencillamente, porque lo mínimo que se le puede exigir a un artista es que nos ofrezca su peculiar visión, su lenguaje y que nos persuada para observar un mundo a través de su mirada. Ushuaia, el texto escrito por Alberto Conejero en 2013, posee claros errores de escritura dramática; algunos de los cuales intentaré desgranar. El primer problema con el que nos encontramos es que el nazismo ha sido observado desde todos los puntos de vista posibles —salen hasta en Cuéntame—; incluso esta semana hemos conocido el caso de un sanguinario nazi de 98 años que está afincado en Minneapolis. La filmografía sobre el tema es extensísima (podemos recordar para este caso, La caja de música, de Costa-Gavras). ¿Ofrece la función alguna novedad que nos cautive? En absoluto. Es convencional y manida. Además, el esquema en el que se sustenta la obra es el propio de un thriller; un género que, como ya he comentado en otras ocasiones (Veneno para ratones, Windsor), es como la repostería: tiene unas reglas que muy difícilmente se pueden contravenir. Contamos aquí con un hombre aislado en una casa, construida por él mismo, en el extremo sur de Argentina, en el «fin del mundo». Está perdiendo la vista y no le queda más remedio que recurrir a una asistenta para que le haga recados y se responsabilice de otras tareas. José Coronado se ocupa de Mateo (¿qué acento debería tener este alemán?, ¿cómo deberían estar construidas sus frases?), no podemos negar que sabe posicionarse en las tablas, que posee vigor; pero que su personaje pierde credibilidad a medida que su lógica se quiebra. ¿Cómo puede llegar a decirle a su sirvienta, entre otras normas, que no acceda bajo ningún motivo a ciertas habitaciones? Un tipo tan precavido, evidentemente, cierra las puertas con llave y punto; esto no tiene por qué ser una historia de misterio para adolescentes. He de reconocer que los vínculos que encuentra con los libros me agradan más. Cómo se enfrenta un hombre solitario, a la intemperie, a su ceguera, a la distancia con los fragmentos que lo han reconfortado, a los párrafos que recurrentemente han dado entereza a su extensa moribundez: Moby Dick, La Ilíada, la Biblia, etc. Aspecto que nos recuerda al Himmelweg de Mayorga y esa relación protectora de la literatura. Ángela Villar interpreta a Nina, un personaje que directamente está a medias. Primero porque su discurso no tiene la más mínima verosimilitud. ¿Qué hace una chica como ella en un lugar como ese? La respuesta no convence a nadie. Y después, le falta tener personalidad dramática, aspectos en los que imaginar su propio relato más allá de la simple cazanazis de turno. Debemos valorar positivamente la dirección de Julián Fuentes Reta (hasta hace poco ha estado con Demonios), ha logrado buenos ensamblajes entre el presente y la narración en flashback donde vamos a conocer a Matthäus, un coronel alemán destinado a Salónica durante la Segunda Guerra Mundial. Este es el auténtico meollo del texto, en este personaje se concitan el ser y el no ser, el ejemplo moral de la vesania, quien supone para Mateo, el antes y el después en su vida; el símbolo de la irracionalidad. Lo encarna Daniel Jumillas, un actor sobresaliente, alguien a tener muy en cuenta, que ya nos dio una lección interpretativa en Yogur Piano y que aquí se encarga del carácter más redondo, el que tiene más recorrido y el que se lleva las mejores frases: secas, brutales y dolorosas. En la ciudad griega conoce a Rosa, una judía de la que se enamora, y con quien establece una relación dominante. Olivia Delcán ofrece su habitual candidez, pero acaba siendo un poco maniquí, objeto de deseo atemorizado, excusa de amor inconcluso. No contribuye a mejorar las interpretaciones el sonido distorsionante de los micrófonos, ni el rodaje aún necesario (se cuentan varias confusiones). Quizás la anagnórisis usual en todo thriller, aquel momento en el que se revela el secreto arrastrado durante toda la obra, sea el punto crucial para calificar una buena resolución. En este caso, todo estaba a favor. El hecho de jugar en paralelo con el pasado, permitía mostrar qué circunstancia ha sumido en tristeza eterna a Mateo. Hubiéramos visto lo que ocurría y ya está. Extrañamente, el protagonista dilapida al huraño que lleva dentro y concede unas explicaciones a Nina que están de más.
Viene envuelto este montaje por la escenografía de Alessio Meloni que, en términos generales, resulta atrayente. Ocho árboles que representan el bosque umbroso de aquel desdichado, que encierra un gran prisma acristalado en el centro, que difunde auroras australes; la idea es buena, aunque la conjunción de los dos elementos no termina de ensamblarse visualmente. La iluminación de Joseph Mercurio trabaja todo el espectro pertinente para trasladarnos a ese espacio límite.
Representar una obra en el Teatro Español debe ser un privilegio y un reto destinado a unos pocos, por lo tanto, la exigencia con la que debemos juzgar lo que allí se exponga tiene que ser máxima. El mismo Alberto Conejero apunta en una de sus influencias —el cineasta ruso Andréi Tarkoski— las posibles soluciones para el embrollo estético. Únicamente fijándonos en Sacrificio y, sobre todo, en Nostalgia comprobamos cómo se deben emplear los símbolos y, principalmente, el silencio y el propio acontecer. Eso es lo que le falta a Ushuaia: depurar todas aquellas frases que nos disuaden del sentir de un individuo que se hunde en su butaca y dejar que se ahogue interiormente mientras el pasado se aprehende.
Autor: Alberto Conejero
Director: Julián Fuentes Reta
Reparto: Daniel Jumillas, José Coronado, Ángela Villar y Olivia Delcán
Figuración / servidor de escena: Yunis Y. Álvarez
Escenografía: Alessio Meloni
Iluminación: Joseph Mercurio
Vestuario: Berta Grasset
Sistema audiovisual: Néstor Lizalde
Música y espacio sonoro: Iñaki Rubio
Ayudante de dirección: Jorge Muriel
Producción: Teatro Español
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 16 de abril de 2017
Calificación: ♦♦