El suicidio como una de las bellas artes en una performance repleta de discursos antitéticos
Está claro que los dos dramaturgos que aquí presentan este artefacto pretenden plasmar en escena esos procedimientos, esas contaminaciones, que otros géneros literarios como la novela o la poesía ya han empleado o, como ocurre en el arte conceptual, se dejan influenciar por otras disciplinas culturales. De Gon Ramos únicamente conocemos su formidable Yogur / Piano, mientras que de María Velasco, se puede afirmar que es toda una artista asentada en los márgenes (Líbrate de las cosas hermosas que te deseo, La soledad del paseador de perros). Parece que la unión ha resultado desigual, y que ella ha impuesto su estilo, caracterizado, fundamentalmente, por el conceptismo y el abusivo desbarre performativo con toque de humor vitriólico. Debemos acatar Petite mort como acontecimiento, como ensayo, como reflexión caótica acerca del suicidio. El tema es el principal tabú de nuestra sociedad. «No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio», afirma Albert Camus al principio de El mito de Sísifo. Pero aquí no nos hallamos con una obra de corte existencialista, sino con un conglomerado posmoderno que desea tomar distancia irónica y aproximarse, si acaso, tangencialmente, con pudor. Fabia Castro tiene la papeleta de interpretar a la protagonista, a la que quiere dejar de sufrir —más que morir—. En esa faceta de ser-monigote, de ente fluctuando en el purgatorio de la indecisión, se mueve con candidez, como una adolescente aplastada por un mundo exterior que no marida con el interior. Además, la actriz nos entrega su cuerpo desnudo para vivenciar a una especie de monstruo de Frankenstein compuesto por una selección de partes corporales de suicidas famosos, ya se sabe: Virginia Woolf, Sylvia Plath, Violeta Parra (la inclusión de Fernando Pessoa, no tiene sentido ni como heterónimo)… Le acompañan, dos pájaros custodios, que visten, primeramente, camisetas con logos de marcas deportivas tuneados para evidenciar ansiolíticos. El propio Gon Ramos adopta un posicionamiento más suave, tímidamente esputa ocurrencias sobre la cuestión fundamental y después nos deleita —lo cierto es que tiene buena voz— con una versión acústica del «It’s my party and I’ll cry if I want to», de Lesley Gore que encaja perfectamente en esa mirada displicente hacia la muerte. La otra ave consejera es Fernando Valdivieso, que aporta gran energía y fuerza, muy directivo en sus mensajes y explicaciones. Entre los tres van representando toda clase de homenajes culturalistas como destrozar el baile con el que se lucen los protagonistas de la película de Godard (una referencia importante para el espectáculo) Banda aparte (1964). A veces también le quitan hierro al asunto con chistes metateatrales o indirectas personales. Es un error identificar la petite mort —como se hace en este montaje— con el orgasmo, cuando en verdad hace alusión al periodo refractario que viene después, a ese estado de melancolía o decaimiento. Ya lo decían los romanos «post coitum omne animal triste» (excepto las mujeres y los gallos). Por eso pierde un poco el sentido al pergeñar una lista con pequeños placeres que podrían ser un asidero hedonista a la vida. No falta un homenaje a Borges con la entrevista que le hizo en 1976 Soler Serrano. Es un hilo del que se tira, como ha tirado Agustín Fernández Mallo tanto con su Proyecto Nocilla como con su concepto de postpoesía. En sus publicaciones el collage, el uso de todo tipo de textos que pretenden colisionar o fundirse para crear nuevas perspectivas de la realidad; son aspectos de lo que se ha denominado afterpop o literatura mutante. Mucho de esto encontramos en esta escenificación. Así aparecen taxonomías, tops five con los lugares más frecuentados por los suicidas, como el puente de San Francisco; tres historias extrañísimas sobre aves que se cuelan como digresiones dentro de la digresión. De alguna manera se organiza un torbellino en el que uno puede entrar estéticamente o puede ser expulsado bien lejos. El espectador no va a encontrar una historia, una trama a la que agarrarse, aunque bien hubiera estado alguna conexión con lo particular, con la figura concreta de la protagonista, porque se alcanza tal grado de nihilismo que uno se queda sin respuesta y también sin preguntas. Porque igual que se puede tomar a broma la muerte o el propio acto de morir, se gira en torno a la ausencia total de esperanza. Es una especie de enmienda a la totalidad. Es evidente que el lenguaje de los dos dramaturgos se alimenta de aquello que les evite insistir en lo convencional y en lo aceptado; pero ellos mismos caen en la trampa del propio vacío que fundan en el escenario. Es cierto que nos persuaden las metáforas, las rarezas y los guiños culturales; pero también te deja la sensación de que su propuesta artística se fagocita y se deshumaniza (como expuso Ortega en su famoso ensayo, un arte solo para los que entiendan las nuevas formas) para implosionar en el esteticismo.
Dramaturgia y dirección: María Velasco y Gon Ramos
Intérpretes: Fernando Valdivieso, Fabia Castro y Gon Ramos
Diseño de luz: Miguel Ángel Ruz
Diseño de proyecciones: David G. Tesouro
Diseño gráfico: Working Class
Asesoramiento espacio: Marcos Carazo
Colaboración especial: Juan Zamora y Fernando Epelde
Nave 73 (Madrid)
Hasta el 28 de mayo de 2017
Calificación: ♦♦♦
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3 comentarios en “Petite mort”