Juan Mayorga dirige su último texto sobre el famoso enfrentamiento entre los ajedrecistas Fischer y Spassky

Cuando el año pasado La uña rota publicó un extenso volumen con las veinte obras teatrales más importantes de Juan Mayorga, descubrimos que al final se incluía un texto titulado Reikiavik, que el autor había finalizado en diciembre de 2013. No teníamos más que aguardar a que la propia obra echara a andar con los actores adecuados y los ensayos pertinentes. Ahora, por fin, en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán podemos desentrañar algunas de las claves de aquellos diálogos fulgurantes y un tanto equívocos que, sobre las tablas, se muestran más clarificadores acerca de un contenido lleno de capas. ¿Qué se puede expresar de unos personajes que son en sí mismos personajes jugando a interpretar una historia fascinante sobre el famoso enfrentamiento ajedrecístico entre Bobby Fischer y Boris Spassky? De un tal Waterloo, por lo visto gravemente enfermo, que llega a su parque, como hace habitualmente, y que se encuentra con un muchacho que merodea por ahí; poco podemos elucubrar. Y de su contendiente, un tal Bailén, sabemos que tiene mujer y que por su aspecto puede ser un hombre de negocios. El caso es que van a representar para el muchacho, como una lección de vida, de historia, de política, de psicología, de filosofía, el «Match del siglo». Estados Unidos contra la URSS. Mucho más, muchísimo más que una partida de ajedrez. Y Fischer, evidentemente, uno de los mayores y más genuinos frikis del mundo conocido. Un mito, una leyenda, un fetiche. Cuando los dos actores comienzan a interpretar las biografías de aquellos jugadores y le van sumando otros intervinientes, con sus voces, sus gestos, me marcho rápidamente a Big Boy, la obra que pudimos disfrutar este verano y que aún ronda por España. El movimiento constante, la multiplicación de las perspectivas, se unen a una interminable ida y venida entre un mundo ya de por sí ficticio, medio pactado —esa invención que crean, no se sabe muy bien por qué. Es cierto que no luce en exceso este procedimiento, ya que su duración es un tanto larga para una función que renuncia demasiado a los recursos escenográficos. Digamos que el texto es el más redondo de Mayorga, pero que su propuesta dramatúrgica es un algo timorata; le falta despliegue y modernidad. Cuenta el autor con tres actores de enormes cualidades. Empezando por César Sarachu, del que aún recordamos su actuación en El maestro y Margarita (curiosamente nombran a Bulgákov en varias ocasiones) con la compañía británica Complicité (fue algo extraordinario). Aquí vuelve a favorecerle tanto su físico escuálido y espigado, como esas expresiones entre bonachonas y melancólicas; nunca termina de carcajearse. Enfrente de él, Daniel Albadalejo, que aún mantiene viva esa otra obra de Mayorga sobre Santa Teresa, La lengua en pedazos, y del que también conservamos un buen recuerdo de su Otelo. Aquí nos sorprende la versatilidad de un hombre tan corpulento capaz de ofrecernos toda la gama completa de emociones, desde la alegría exultante hasta el lloro fatídico. Finalmente, Elena Rayos, pulula como un duendecillo, como un punto de fuga, toda una metáfora del porvenir, de la esperanza. En Reikiavik se aprecia cierta continuidad didáctica (ambos contendientes quieren impartir su clase magistral) y filosófica (no hay que olvidar la formación de Mayorga en matemáticas y filosofía. Aquí la concepción del devenir hegeliano de la historia está muy presente) con El arte de la entrevista, su anterior texto. En esta ocasión, su profundidad es mayor y las tendencias moralistas se suavizan. Definitivamente, el dramaturgo madrileño ha conseguido escribir los diálogos más consistentes dentro de un texto repleto de referencias tanto metafísicas como históricas.
Texto y dirección: Juan Mayorga
Reparto: Daniel Albadalejo, Elena Rayos y César Sarachu
Escenografía: Alejandro Andújar
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Imagen: Malou Bergman
Espacio sonoro: Mariano García
Teatro Valle-Inclán – Sala Francisco Nieva (Madrid)
Hasta el 1 de noviembre de 2015
Calificación: ♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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