Una historia de emigrantes irlandeses en los años veinte, interpretada con todos los recursos del teatro físico
La historia que han creado José Luis Montiel, Mario Ruz y David Roldán ha sido contada en muchas ocasiones, aunque no de la forma que ellos han pergeñado. Nos situamos en el Dublín previo a la Primera Guerra Mundial, un par de amigos de toda la vida se enrolan en el ejército. A su regreso, la falta de trabajo les abre la posibilidad de viajar a América, ese sueño engañoso en el que tantos irlandeses cayeron. Primero se marcha Jimmy, un muchacho intrépido y ansioso por ganarse la vida de alguna manera. Después seguirá sus mismos pasos Michael, Michael Smith, Big Boy, un joven e inexperto boxeador con unas dotes físicas envidiables, pero que es aún más ingenuo que su amigo del alma. También desembarcará en la tierra prometida en busca de más combates y de un empleo que le permita enviar dinero a casa rápidamente. Allí, una vez reencontrados, descubrirán las maléficas estructuras del mundo gansteril. En definitiva, una historia sencilla sobre emigrantes, boxeo y mafia que huele al cine de Raoul Walsh y su film Los violentos años veinte, época de la Ley seca y de la corrupción. Es cierto que se echa de menos una trama más compleja, algún giro sorpresivo que nos lleve al desenlace de una forma más esperanzadora para el destino de estos dos pobres pichones dublineses. Aún así, las emociones se mantienen firmes durante todo el trayecto. Porque lo que cuenta en Big boy son los procedimientos dramáticos que explotan los dos actores protagonistas. Formados en la Escuela de Mar Navarro y Andrés Hernández, especializados en el teatro físico de Jacques Lecoq, aprovechan todos los recursos aprendidos para interpretar a decenas de personajes que aparecen y desaparecen en los movimientos y en los gestos de José Luis Montiel y Mario Ruz. Cómo juegan con el tiempo, ralentizándolo hasta la cámara lenta en los combates durante la guerra o en las peleas de boxeo. Se esfuerzan con ahínco mediante el mimo en todas sus variedades, mientras, en pequeñas intervenciones, van relatando los diferentes avatares que se van sucediendo y a los que, quizás, habría que dar un tono más teatral, acorde con el desparpajo que demuestran en cada uno de los cientos de escenas que plasman. Además, empastan perfectamente con la música, muy acorde, y con pequeñas canciones y sonidos que ellos mismos realizan. Se vislumbra, desde luego, un trabajo gigantesco de coordinación y compenetración. La panoplia de rostros, voces y disposiciones del cuerpo configuran una coreografía que únicamente finaliza con el aplauso efusivo de un público entregado y en total comunión con una entrañable función. Nos recuerda a la Our Town que montó hace unos meses Gabriel Olivares, también con técnicas similares. Big boy huele a éxito y, si los padres están atentos, es, efectivamente, una obra que podrían disfrutar también espectadores más jóvenes. Esperemos que se animen.
Texto y dirección: José Luis Montiel Chaves, Mario Ruz Martínez y David Roldán Espejo
Reparto: José Luis Montiel Chaves y Mario Ruz Martínez
Supervisión en la dirección y la dramaturgia: María del Mar Navarro y Andrés Hernández
Dirección técnica: David Roldán Espejo
Vestuario: Paloma de Alba Chaves
Escenografía: Encarnación Martínez Cerezo
Fotografía y diseño gráfico: Carmen Reyes Martínez
Teatro Lara (Madrid)
Viernes y sábados – Agosto
Calificación: ♦♦♦♦
Artículo publicado originalmente en El Pulso.
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