Amistad

Juan Mayorga nos entrega una comedia sin demasiada gracia sobre tres amigos que dialogan durante sus propios velatorios fingidos. Un planteamiento que inicialmente llama la atención, pero que resulta demasiado repetitivo

Amistad - Foto de Javier Naval
Foto de Javier Naval

Hace unos años echaron un programa en televisión que se llamaba El cielo puede esperar. Era un funeral fingido dedicado a una celebridad de nuestro país. El asunto tenía su gracia; pues los colegas aprovechaban la circunstancia para elaborar algún panegírico entreverado de chanza y amor. Aquí los protagonistas de Mayorga juegan a algo similar; aunque el tema solo da para esbozar alguna sonrisa.

Nuestro más laureado autor teatral vivo ha bajado mucho el pistón desde El Golem de la temporada anterior. ¿Qué falla en Amistad? Pues el planteamiento en sí, cuando la mera repetición del esquema inicial pone sobre aviso al espectador y este se aburre con anticipación. Se percibe que esos personajes no esconden demasiado, que son tan comunes que se va a caer en ese estereotipo de que los hombres no hablan de su intimidad y de que, en realidad, sus amigos están ahí solo para confirmar su propio ego. El narcisismo competitivo del macho. Esto resulta ya bastante desfasado como para atenderlo con cuidado hoy en día. Sigue leyendo

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Reikiavik

Juan Mayorga dirige su último texto sobre el famoso enfrentamiento entre los ajedrecistas Fischer y Spassky

 Foto de Sergio Parra
Foto de Sergio Parra

Cuando el año pasado La uña rota publicó un extenso volumen con las veinte obras teatrales más importantes de Juan Mayorga, descubrimos que al final se incluía un texto titulado Reikiavik, que el autor había finalizado en diciembre de 2013. No teníamos más que aguardar a que la propia obra echara a andar con los actores adecuados y los ensayos pertinentes. Ahora, por fin, en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán podemos desentrañar algunas de las claves de aquellos diálogos fulgurantes y un tanto equívocos que, sobre las tablas, se muestran más clarificadores acerca de un contenido lleno de capas.        Sigue leyendo

Otelo

El Teatro Bellas Artes acoge una de las grandes obras del Shakespeare madurootelo-eduardo-vasco

Una de las obras de Shakespeare más definidas en su argumento, más claras en la construcción y, también, más sencillas en la trama es Otelo. Esto nos debe servir para que fijemos nuestra atención en el cinismo de vaivén que profiere Yago, quien verdaderamente ejerce de antagonista abyecto y persuasivo, además de poseer los mimbres que desencadenan toda la tragedia. La presencia en escena de Daniel Albadalejo (ya lo disfrutamos anteriormente en La lengua en pedazos) como el moro de Venecia y de Arturo Querejeta como Yago en una pulsión de fuerzas memorable, nos puede llevar a imaginar que tan solo ellos llevan la obra, con esa transformación tan dinámica y redonda de sus personalidades. Su energía dramática es tal que, en cierta medida, eclipsan al resto del reparto, entre los que destaca Lorena López como Emilia (mujer de Yago) y Fernando Sendino como Casio. La codicia, el alcohol, la astucia, el impulso por medrar y la envidia se muestran en una escenografía sencilla donde unas enormes puertas a modo de retablo se alzan al cielo desde el mismísimo centro, mientras la música es interpretada al piano con gran coherencia trágica por Ángel Galán. Además, el vestuario de Lorenzo Caprile, en verdad elegante y favorecedor, fundamentalmente en los hombres, pertrechados por casacas negras nada ampulosas. Elementos que favorecen el desenvolvimiento del gran Yago y el enorme Otelo quienes en varias ocasiones se aproximan hacia el público sentados en las escaleras a dictar sus meditaciones, sus verdaderas intenciones, sus miedos, sus tretas, logrando una comunicación superior.  Sigue leyendo

La lengua en pedazos

La lengua en pedazos, obra galardonada con el Premio Nacional de Literatura Dramática 2013, vuelve a los escenarios

La lengua en pedazos

El mejor texto de nuestro dramaturgo en boga, Juan Mayorga, es un diálogo entre un inquisidor y Teresa de Jesús (1515-1582). Podríamos considerar que es un monólogo de la Santa consigo misma o, incluso, que, en realidad, es una pura expresión vacía, un fracaso más, para aquellos que desean encontrar en las palabras una constatación de lo inefable. La mística, evidentemente, se mueve en la impotencia del lenguaje y en el misterio de la fe.  Sigue leyendo