La importancia de llamarse Ernesto

David Selvas ha realizado un trabajo fenomenal con su mirada impúdica de esta farsa tan ingeniosa de Oscar Wilde

La importancia de llamarse Ernesto - Foto de Pablo Lorente
Foto de Pablo Lorente

Que hoy en día se nos venda una obra, ya clásica, como esta de Oscar Wilde con temas musicales de por medio, echa para atrás; porque uno piensa que se va a suavizar más un asunto de por sí ya muy superficial —si no rascamos un poco y nos lo traemos al presente—. Pues, todo lo contrario. Poquísimas pegas podría poner a un montaje así, donde funciona, en general, todo. Un gran divertimento, una función sobresaliente y una satisfacción para el intelecto, puesto que no se da puntada sin hilo en las múltiples capas que se entreveran en un texto, que es un zurriagazo a esa burguesía, que ya en los finales del XIX se engrandecía en la estulticia (y más estultos somos ahora que ansiamos ascender a no se sabe dónde, para huir de nuestro vacío existencial).

En cualquier caso, el dramaturgo aprovechó un tipo de farsa de larga tradición —podemos rastrear fuentes claras tanto en el Miles Gloriosus o el Anfitrión, de Plauto, como en La comedia de los errores, de Shakespeare— a la que se sumaría el propio teatro burgués de su época, y que él mismo quería ridiculizar con su genuina ironía. Aquí la cuestión es que David Selvas ha logrado una dirección excepcional para una adaptación que ha sabido exprimir todo ese ridículo refinamiento para trasladarnos sus hipocresías y que nos parezcan modernas sin tener que forzar demasiado la ambientación. ¿Estamos en los sesenta? El vestuario de María Armengol posee una distinción fenomenal con unos trajes de inspiración británica con una colección de colores muy variados que fomentan cierta idea de fiesta. Lo cierto es que la escenografía pasaría por retro y por actualísima si nos fijamos en las decoraciones de ciertos restaurantes. En cualquier caso, José Novoa se ha esforzado mucho para que los dos lugares en los que transcurre la acción posean un aire distinguido y hasta glamuroso para que entre plantas y grandes puertas acristaladas no nos parezca algo anticuado. En esto, la iluminación de Mingo Albir es muy propicia porque le ha dado bastante viveza.

Creo que, ante todo, lo mejor es la dirección actoral y que, principalmente, el ritmo, la sagacidad y ese punto que fuerza el dinamismo recae en dos intérpretes. Primero en Ferrán Vilajosana, quien ya desde el inicio muestra su inmersión en la trama, y observaremos cómo en las coreografías se afana por dar lo mejor de sí. Su actuación es directa, chispeante y ágil. Hace de Algernon Moncrief y es quien nos recibe en su hogar para introducirnos musicalmente en ese tono propio del vividor. Él mismo es un bunburista, es decir, otro fingidor más, otro enmascarado. Bunbury es su heterónimo, su personaje para los escarceos que le permitan escapar del corsé de la alta sociedad. Su sirviente, un Albert Triola sarcástico, apuntala varias de las escenas del primer acto con mucha comicidad. El otro pilar del espectáculo es María Pujalte, que vuelve a estar soberbia con el papel de Lady Bracknell. Resulta fantástico escuchar esas frases donde se destilan todos los valores y los defectos que configuran el engranaje de la clase a la que pertenece, y que ella debe engrasar con su altivez y su impostura. Sus principios nos recuerdan a los de Groucho Marx y su capacidad para adaptarse a cualquier inconveniente se resuelve con ingenio lingüístico.

Aunque, claro, el máximo protagonista es Ernesto (recordemos una vez más que en el original es Earnest, un juego de palabras, para referirse a ‘honesto’, ‘serio’, en inglés). Pablo Rivero va cogiendo potencia según avanza la función; pero en los primeros embates está un poco tenso y se deja comer el terreno por su compadre Algernon. Él, en realidad, es Jack, y también tiene su propia invención para largarse de su pueblo y dedicarse al dandismo en Londres. Su falta de pedigrí es un gran impedimento para que se pueda casar con Gwendolen —una Paula Malia que, en el desenlace, demostrará un inmejorable ímpetu—.

De cómo esta comedia cargada de anagnórisis altamente inverosímiles, ridículas, y previstas se resuelven con tal desenfado, debemos intuirlo en la atmósfera de falsa ligereza que crea la música y el baile. Los personajes no se toman a ellos tampoco completamente en serio, no enuncian un sufrimiento indecible —sí, Ernesto está taciturno en varios momentos— y nos ofrecen esa panoplia encantadora que ahora tanto se lleva del distanciamiento de una vida que es puro pasatiempo. En esto, afortunadamente sin excesos, las composiciones de Paula Jornet encajan perfectamente, porque sus letras forman un gran complemento con el propio texto de Wilde. Mientras que la coreografía de Pere Faura, posee ese aire tan juguetón que se suelen dar los ricachones cuando hacen bailecitos modernos hoy en día para acercarse a la plebe (sin caer en el horterismo decadente de La gran belleza, de Sorrentino). Luego, la propia cantante también expresará su encanto encarnando a Cecily, la sobrina de Jack y enamorada de Algernon, que ha ido de visita sorpresa a la casa de campo de su amigo.

El lío se solventa como ya sabemos. Se produce tal bola de nieve, con Gemma Brió aportando su estupefacción con gran solvencia, que maravilla a los espectadores, precisamente porque el elenco está engarzado por la inteligencia que todos subliman, pues todos parecen victoriosos con las revelaciones de las auténticas identidades. El nombre de Ernesto se convierte en un símbolo, en un tótem de misterio y donaire, en un fetiche, que es esencialmente lo que buscaban los dandis, cuando debían buscar el máximo equilibrio con su elegancia. He aquí el poder de la imaginación dispuesto para embriagar al personal.

Si a todo esto le añadimos escenas descacharrantes como contemplar a Jornet y Malia, dolidas con las mentiras de sus amados, cantando el «Rata de dos patas», de Paquita la del Barrio, pues ya tienen ustedes un montaje para disfrutar totalmente y a más niveles de los aparentes entre tanto devaneo superficial.

La importancia de llamarse Ernesto

Autor: Oscar Wilde

Dirección: David Selvas

Traducción: Cristina Genebat

Reparto: María Pujalte, Pablo Rivero, Paula Malia, Ferrán Vilajosana, Paula Jornet, Albert Triola y Gemma Brió

Diseño de espacio escénico: José Novoa

Diseño de iluminación: Mingo Albir

Diseño de sonido: Lucas Ariel Vallejos

Diseño de vestuario: María Armengol

Caracterización: Paula Ayuso

Coreografía y movimiento: Pere Faura

Dirección musical: Pere Jou y Aurora Bauzà (Telemann Rec)

Composición música original: Paula Jornet

Una producción de Teatre Nacional de Catalunya, La Brutal y Bitò Produccions

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 19 de febrero de 2023

Calificación: ♦♦♦♦

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