La importancia de llamarse Ernesto

David Selvas ha realizado un trabajo fenomenal con su mirada impúdica de esta farsa tan ingeniosa de Oscar Wilde

La importancia de llamarse Ernesto - Foto de Pablo Lorente
Foto de Pablo Lorente

Que hoy en día se nos venda una obra, ya clásica, como esta de Oscar Wilde con temas musicales de por medio, echa para atrás; porque uno piensa que se va a suavizar más un asunto de por sí ya muy superficial —si no rascamos un poco y nos lo traemos al presente—. Pues, todo lo contrario. Poquísimas pegas podría poner a un montaje así, donde funciona, en general, todo. Un gran divertimento, una función sobresaliente y una satisfacción para el intelecto, puesto que no se da puntada sin hilo en las múltiples capas que se entreveran en un texto, que es un zurriagazo a esa burguesía, que ya en los finales del XIX se engrandecía en la estulticia (y más estultos somos ahora que ansiamos ascender a no se sabe dónde, para huir de nuestro vacío existencial). Sigue leyendo

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El sirviente

Una versión desangelada para este drama sicológico sobre las relaciones de dominación entre un mayordomo y su señor

Aumenta sin parar la lista de adaptaciones teatrales que tienen como referente en el imaginario del espectador su versión fílmica. Es imposible no recordar la cinta dirigida por Joseph Losey en 1963, con el guion de Harold Pinter (sobre la novela de Robin Maugham). Y la comparación será inexcusable cuando el público observe la disposición de esos personajes sobre las tablas, en este caso, del Teatro Español. Pero desde el principio uno «huele», «escucha», «palpa» y descubre que el hecho dramático está ausente, de que suena a viejo, a caduco y, sobre todo, a impostado. La palabra es sutileza, característica imprescindible para llevar al teatro El sirviente; y en esta propuesta no solo está lejana, sino que está sustituida por unos diálogos expresados, en la mayoría de los casos, de manera plana. El montaje se adentra en una atmósfera difusa entre la comedia y el thriller sicológico. Que el preludio sea una escena tan simplona, con unos personajes que parecen incapaces de quitarse el corsé en toda la función, no ayuda al despegue. Porque Richard, el amigo editor del protagonista, encargado de buscarle una buena mansión y que encarna Carles Francino, queda disuelto en lo anodino. Casi en la misma línea se mueve Sally, la novia, a quien Lisi Linder interpreta con algo de superficialidad. Sigue leyendo

Fausto

Tomaz Pandur crea una escenografía prodigiosa para representar el clásico de Goethe en el Teatro Valle-Inclán

Foto de Aljoša Rebolj
Foto de Aljoša Rebolj

Fausto es una obra literaria compuesta por dos partes. La primera de ellas fue escrita en 1806 y la segunda en 1832. Mientras que la primera contiene un argumento comprensible (entreverado de todo tipo de alusiones filosóficas y diálogos metafísicos), la segunda es pura alegoría, un viaje en el tiempo en busca de Helena de Troya con múltiples personajes mitológicos. Fausto no está destinada, en principio, a la representación, sino a una lectura sosegada que requiere una amplia cultura, si se espera profundizar en los aspectos profundos que se trabajan en ella. Por lo tanto, presumiblemente, muy pocos espectadores van a entender menos de la mitad si antes no han hecho los deberes. Y ante esta situación, todas las alusiones al público entre complacientes e irónicas sobre las dificultades del libro que sueltan los actores, aparte de instrucciones sobre aquello que se está representando, sobran; puesto que rompen con la atmósfera dramática que se pretende crear, además de no tomar en consideración a unos asistentes que deben saber a lo que van. Sigue leyendo