Juan Carlos Rubio versiona y dirige la plautina obra de Molière con un espectáculo de inconsecuente aire circense

Si algún escándalo pudo provocar Molière al adaptar —mínimamente— la comedia de Plauto, por unas supuestas críticas entreveradas a los romances de Luis XIV y a los usos amorosos de la corte (bastantes líos tenía ya el dramaturgo con su Tartufo), a nosotros nos deja que ni fu ni fa. Anfitrión es insustancial, y para que suponga un entretenimiento divertido y gozoso, no queda más remedio que infundirle agilidad y chispa. Justo lo que le falta a la dirección de Juan Carlos Rubio. Y eso que la idea de reconfigurar el asunto con la estética del circo, me parece, a priori, excelente; sobre todo, porque uno se imagina a los artistas vibrando con sus habilidades a cada instante. Pero ninguno de los ingredientes que entran a formar parte del pastel, logran aunar un gran postre. Para empezar, este montaje, se nos viene directamente del Festival de Mérida y eso implica, como ya se nos tiene acostumbrados desde los últimos años, los elencos de caras conocidas priman por encima de los elencos caras adecuadas para lo que se necesita. Además, trasladar la minuciosa escenografía de Curt Allen Wilmer, Leticia Gañán y Emilio Valenzuela que nos deja, sobre todo, una caravana que se aprovecha con ganas en la función y que, incluso, se podría haber aprovechado todavía más, pues el número de compuertas, trampillas y ventanas parece no tener fin, a un escenario mucho más reducido como es el de La Latina, implica serios problemas. Claramente, digamos que los actores no tienen espacio suficiente para moverse y que, como se verá, la estrafalaria y confusa escena de los generales buscados por Anfitrión, resulta desastrosa. Los telares que desplazan no se ajustan con firmeza, los focos no propician las sombras como se debiera, y el deslucimiento es completo. Pero, como afirmaba más arriba, lo que no me ha parecido apropiado ha sido el reparto. Desde luego, Chevi Muraday, responsable del movimiento escénico, no puede hacer maravillas. El dinamismo requerido y el ensamblaje de cada escena requiere intérpretes que muestren dotes de bailarines e, incluso, de malabaristas —si Daniel Muriel sabe mover tres pelotas, ¿por qué no se explota con más entereza?—. El propio actor y Toni Acosta, realizan una coreografía que deja un poco que desear —también hay que reconocer que algunas telas que se reparten por el suelo, no ayudan a dar buenos pasos—. Otro ejemplo, ¿de verdad no le pueden poner más gracia y consistencia a la escena del falso espejo? Pepón Nieto y José Troncoso no parecen muy empeñados en que el gag quede más curioso. No, no son Groucho Marx en Sopa de ganso. No obstante, su sketch con el lanzamiento de cuchillos contiene, precisamente, esa mezcla con lo circense que sí funciona y que se echa en falta en el resto de la pieza. Es decir, tal y como promueve el cartel de la obra, si a cada personaje se le dota de unas destrezas espectaculares, qué menos que cada uno tenga su momento para demostrarlo. El payaso triste, el domador, el ventrílocuo, la leona, la jefa de pista y el equilibrista no están ni levemente esbozados. O sea, no me vendas lo que después no me vas a ofrecer; porque será un postureo estético inane. Hablo de desplazamientos, de subidas por el mástil, de entradas y salidas de la caravana. Puesto que en el área lingüística, en la expresión de sus frases, demuestran que son actores con tablas suficientes y el enfoque es distinto. Así queda claro cuando las identidades provocan los errores de reconocimiento y con las palabras es imposible de aclarar. Algo de gracia se encuentra con ello. Pero para una obra de argumento simplón y anodino, se demanda más carne en el asador. Máxime si comenzamos con un anticlímax, con la Aurora y la Noche pidiéndose más tiempo para que los dioses puedan seguir gozando con las humanas. Lo que se hubiera agradecido comenzar in medias res. A Júpiter, un fanfarrón y elegante Daniel Muriel, se ha antojado de Alcmena, una Toni Acosta firme e inteligente, que muestra sin ambages su disfrute sexual. En ella —también, en cierta medida, en la Cleantis que hace María Ordóñez, con bastante altivez y dominio— observamos la innovación que ha querido introducir el versionista, pues si ha de parir mellizos, todo un divino Hércules y un humano Ificles, cada uno, por supuesto, de un padre, qué mejor que proponer el poliamor desde su pragmático empoderamiento. La treta única y que se explota todo lo posible y más son las encarnaciones de Júpiter en Anfitrión, y de Mercurio en el siervo de aquel, Sosia. Un juego de equívocos que aquí debemos aceptar con cierto margen en el convencionalismo, porque las parejas no se parecen tanto como debieran (no da la impresión de que se les haya querido caracterizar para que se pudiera forzar la similitud). Así, inicialmente, Pepón Nieto se queda compuesto, al comprobar que Mercurio, un Troncoso fanfarrón, viene a por Cleantis. Las gracias vienen por la veta de la infidelidad y también, por ejemplo, por el genio que le pone María Ordóñez, quien logra que su papel posea algo de inquina atractiva. Ciertamente, el carácter de Fele Martínez, el verdadero Anfitrión, es de puro pánfilo. Es un general victorioso, pero nos lo desmochan en demasía y así se viene arriba cualquiera. Y es que el actor, que sabe configurar la blandura con sagacidad impotente, no es competencia para el humanizado padre de los dioses. La propuesta podía ser circo más Anfitrión, Anfitrión más algo de circo o, como al final resulta, Anfitrión sin el mayor el espectáculo del mundo.
Autor: Molière
Versión y dirección: Juan Carlos Rubio
Reparto: Pepón Nieto, Toni Acosta, Fele Martínez, José Troncoso, Dani Muriel y María Ordóñez
Movimiento escénico: Chevi Muraday
Diseño de iluminación: José Manuel Guerra
Música: Julio Awad
Diseño de vestuario: Paola Torres
Diseño de escenografía: Curt Allen Wilmer (AAPEE), Leticia Gañan y Emilio Valenzuela.
Una producción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, Mixtolobo y Pentación
Teatro de La Latina (Madrid)
Hasta el 1 de agosto de 2021
Calificación: ♦♦
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La vi ayer en El Espinar, suelo ser fácil de satisfacer con las obras en general, siempre encuentro algún aspecto positivo como poco, pero en este caso el aburrimiento fue absoluto, no la recomiendo.
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Gracias por tu comentario. Un saludo.
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