El acoso escolar y el suicidio son los temas centrales de esta propuesta de Oriol Puig que se representa en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero

Poco a poco el tema del suicidio —no queda más remedio que reflejar una realidad acuciante— va apareciendo en obras teatrales. En los adolescentes es una causa de muerte absolutamente excepcional; no obstante, catastrófica para las familias. Más lo es en aquellos que se inician en la pubertad, como deja patente la sólida y sutil película de Lukas Dhont, Close (2022). Para la dramaturgia española reciente la obra que antes nos viene a la cabeza es #Malditos16, de Nando López (de alguna manera, también El pequeño poni, de Paco Bezerra, o Amanda T, de Álex Mañas).
Creo que Oriol Puig Grau nos expone una pieza que posee demasiados rasgos de esas series repletas de bachilleres con marcados estereotipos, con esas frases tan acartonadas, donde parece que quieren sentenciar el mundo o que pretenden ser excesivamente modernos. Aquí lo que ocurre es que, aunque no salta a la vista, los protagonistas acuden a un colegio algo pijo. Hablan del pago de cuotas y eso nos da la pista para pensar que los cauces y los protocolos suelen ser un tanto distintos a lo que ocurre en los centros públicos; básicamente porque, entre otras cosas, hay que mantener el negocio a resguardo de la mala prensa. Quizás por eso, además, el modo de hablar no sea el más habitual en esta franja de edad en España. Suena raro que no empleen apenas ningún taco, o que tengan clichés, o se manejen con la jerga tecnofílica que tanto abunda hoy y que viene de las redes sociales, de los videojuegos, etc. Un poco de WhatsApp y nada más. Ellos nos leen los mensajes que deben aparecer en sus móviles, esto nos aleja aún más de sus percepciones; porque evidentemente nadie escribe unos mensajes tan concretos e infalibles como los que escuchamos. Y esto sí que creo que no termina de funcionar en la propuesta, es decir, que hoy más que nunca debemos hacernos a la idea de que los cerebros de estos muchachos están fritos a reels, a vídeos virales, a fotos casi idénticas contempladas mil veces en milésimas de segundo. Sus cuerpos dopamínicos les llevan al nerviosismo, al decaimiento, al sueño inconstante y si, como es el caso, tienen que presentarse a la Selectividad (¿de verdad en Cataluña dicen «nos tenemos que presentar a la ‘selec’») la presión es máxima.
Luego, Oriol Puig, quien además dirige la función, ha decidido soltar a su elenco a la intemperie. Nos deja a los tres actores en el centro y con una cercanía total. Creo que el intento y la entrega de los intérpretes es loable; pero no se ha logrado un ritmo, una pulsión, una dinámica actoral que nos arrastre por un tiempo veloz a través de muchas otras voces de personajes que se van colando. Si de ansiedad, de estrés y de agobio estamos hablando, a veces parece que están tumbados en la hierba viendo la vida pasar. Veamos, por ejemplo, aquel montaje de Iván Morales llamado Wasted, de Kae Tempest, donde se trabajaba de forma similar (con un dinamismo sobresaliente) y con temas en paralelo, aunque aquí los jóvenes rondaban la veintena. El movimiento de aquella es el que no percibimos aquí. Unos chavales de último año o están hiperexcitados o están medio muertos. Sí que, en ocasiones, cuando expresan miedo o estupefacción podemos sentir una atracción por lo que nos cuentan. También cuando cantan, a pesar de que se trate de unas formas bastante ingenuas e infantiles en ese edén que supone el karaoke.
En cualquier caso, parece que Valèria Sorolla, que hace de Anita (se la ha podido ver en esa pertinente cinta titulada La consagración de la primavera), se desenvuelve con mayor soltura. A ella le ha tocado poner más sensatez en aquel trío de amigos y su actitud es creíble. Un poco más dubitativo se muestra Lluís Arruga haciendo de Cristian. Un muchacho con unos cuantos pájaros en la cabeza, con sus ideas sobre músicas y composiciones. Otro asunto bien distinto es el Sam de Biel Montoro. Es un papel escurridizo y eso es bueno para esta dramaturgia; pero no parece que la atmósfera juegue a su favor. No es que debamos reclamar unas explicaciones —desde luego que no—; no obstante, las concatenaciones entre causa y efecto, entre acoso escolar y suicidio parecen dar la sensación de que todo tipo de negligencias, ya sean las familiares (su padre es arquitecto y reacciona sacándolo del colegio) o las escolares o ambas, han favorecido el desenlace fatal. El actor plasma sus dudas a través del gesto. Cuando clava la mirada y está en silencio, o cuando habla, pero no aclara nada solvente, son los momentos que mayor fascinación producen en el espectador. El dibujo de ese punto en el que se abre el abismo y ya solo puedes caer, si no te agarra alguien antes a tiempo, se nos esfuma.
Sí que acierta el dramaturgo cuando en la sala de la discoteca, con toda esa visión retrospectiva y reconstructiva que posee la obra, los tres adolescentes discurren sobre sus vidas, sobre atrapar esos instantes de felicidad y de diversión entre toda esa presión que sienten. Quizás no se terminen de imbricar las canciones («On Melancholy Hill», de Gorillaz; «We Can’t Stop», de Miley Cyrus; y «Papaoutai» de Stromae) tan significativas que cada uno canta con sus propios diálogos o con ese ritmo que se echa en falta como he señalado antes. Esos momentos tienen algo de cándida seducción que se pierde entre esa chabacanería del profesorado intentando escurrir el bulto de lo que ocurre o no tomándose más en serio el agotamiento de sus alumnos.
Karaoke Elusia no aporta una perspectiva peculiar sobre un tema sobre el que cada vez se habla más. No es tanto el suicidio o el acoso, sino las dinámicas sociales que desencadenan una pérdida de control (más allá de las enfermedades mentales). El teatro puede servir para inmiscuirse en lo inasible; por eso creo que en esta ocasión nos quedamos a medias.
Texto y dirección: Oriol Puig Grau
Reparto: Lluís Arruga, Biel Montoro y Valèria Sorolla
Espacio y vestuario: Marc Udina
Iluminación: Agnès Piqué Corbera
Espacio sonoro y música: Arnau Bellido e Iker Rañé
Movimiento: Alba Saez
Maquillaje: Coral Peña
Ayudante de dirección: Rita Molina i Vallicrosa
Asesoría de espacio e iluminación: Paula Miranda
Asesoría de sonido: Joan Misas Castellà
Coro de voces grabadas: Lluís Arruga, Paula Jornet, Pep Molina, Rita Molina i Vallicrosa, Iñaki Mur, Joana Rosselló, Valèria Sorolla, Marc Udina y Teresa Vallicrosa
Fotografía: Kiku Piñol
Vídeos promocionales: Raquel Barrera
Producción: Una producción de la Sala Beckett en el contexto del proyecto Extended Universe
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 12 de febrero de 2023
Calificación: ♦♦
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