En el reabierto Teatro Galileo se representa esta obra de Nando López sobre cuatro adolescentes que han intentado suicidarse
Necesariamente debemos pensar en los adolescentes, en ese público objetivo al que va destinada esta obra, tanto en el sentido estético como en el pedagógico. De esa manera, #Malditos16 es un montaje propedéutico; por eso podríamos considerar que la chavalería de catorce o quince reflexionará sobre este tabú que arrastramos en España (a diferencia de otros países donde el tema ha irrumpido en la educación); mientras que a los bachilleres quizás se les que un poco superficial. A los adultos, no digamos. Y es que estamos hablando de una cuestión tan peliaguda que siempre se ha rehuido ―ahora se sigue haciendo; pero algo menos―. En esta tesitura, el autor, Nando López, ha sido timorato. Creo que toda la literatura que se tilda de juvenil, todos esos productos que tienen tan claro cómo hay que aproximarse a los adolescentes, primeramente, desdeñan el arte y, seguidamente, buscan un consenso general que termina en el reiterado paternalismo que llevamos aguantando en las últimas décadas. Antes de que un joven tenga un grave problema (para ellos los problemas suelen ser todos graves) es pertinente haber cumplido con lo esperable por parte de los adultos, es decir, poner límites, decir no unas cuantas veces y hablar claramente a los chavales, no rehuir los aspectos incómodos de la vida. Después, cuando ya están inmersos en el mogollón, en esa amalgama de sensaciones desasosegantes o cuando barruntan los miedos, ellos desean que se les digan las cosas con sinceridad. Qué contraproducente es para ellos el buenismo, la falsa esperanza, las soluciones instantáneas. Se les vende la idea de que todo tiene cura, de que para todo hay una pastilla. Es muy sintomático de nuestra sociedad que la obra transcurra en un hospital y que se intente dar un mensaje esperanzador desde la psicología, desde la medicina, desde la institución que llega cuando alguien no ha hecho su trabajo. Si decía que el dramaturgo se ha adentrado con precaución es porque conoce bien el percal de los institutos y si quieres que tu trabajo se represente en los teatros de toda España para acudan miles de alumnos, no te puedes pasar de la raya. Estas son obras autocensuradas, medidas, que no cogen el toro por los cuernos, que parten de la «cura». ¿Pero realmente profundiza en la vida de sus protagonistas? Yo creo que no. Enseguida sabemos de los chicos. Han regresado a la clínica después de varios años para apoyar un proyecto de ayuda a otros jóvenes con tendencias suicidas. A través de flashbacks compuestos con buen manejo de los tiempos por parte del director Quino Falero, vamos a situarnos en el presente y en el pasado para indagar a las biografías de estos malhadados. Un aspecto que choca es la actitud de la mayoría. Pues, si no se nos pusiera en conocimiento el asunto central pensaríamos que estamos ante unos delincuentes encerrados en un reformatorio. Retadores, impulsivos, quejosos, tontorrones. En lugar de decaídos, depresivos, tristes. La configuración de los papeles y sus interpretaciones es bastante desigual (las vocalizaciones no convencen). Tengamos en cuenta que apenas existe un argumento, que esto trata más bien de mostrarnos cuatro ejemplos de muchachos que han intentado suicidarse por diferentes motivos (todo por causas exógenas, nada que tenga que ver con la enfermedad mental, que eso ya es meterse en un jardín demasiado vertiginoso. Aquí hay que dar esperanza). Desde luego, Paula Muñoz, en el papel de Naima, nos lleva con su interpretación y su vaciamiento actoral a un punto más profundo. Conocemos, en distintas etapas, a una chica expuesta a verdaderos carroñeros en el mundo de la fotografía de moda y, después, en la música como cantante (tiene la oportunidad de tomar la guitarra para interpretar un tema creado durante su convalecencia con la letra imprevisible de su compañero). Abusos sexuales y presiones familiares para continuar explotando a la gallina de los huevos de oro. Insisto en que no se incide suficientemente en la importancia que tienen los padres en estos casos. Después, Guillermo de los Santos, en un papel que no parece encajar con el de alguien que flirtea con matarse, se acomoda con chulería en la silla y nos demuestra su energía y su rabia; aunque no conseguimos inmiscuirnos bastante en el proceso que le ha llevado a tal situación. Con Andrea Dueso, lo tenemos más claro, puesto que su Ali es el prototipo de princesa anoréxica de autoimagen descompuesta potenciada por Instagram. El infantilismo y el gesto mohíno que casi no deja adivinar algo más. Finalmente, Dylan es el chico transexual (aunque discursea equívocamente con respuestas propias de un transgénero. Ya sabemos, aquello de elegir ser, de sentirse así o asá, más allá de la biología) que desarrolla con sensibilidad para confiarse a la solución mágica de las hormonas y de los bloqueadores. Con más o menos intensidad, hay que reconocer que cada uno de ellos posee su momento de franqueza y de revelación personal. Por otra parte, los psicólogos me han parecido un poco fuera de lugar, Rocío Vidal porque apenas se deja ver su labor; y David Tortosa porque su personaje está sobredimensionado (y sobreactuado) en su potencia. Ambos se encargan de dejarnos claro que la salud mental no tiene apoyo suficiente de los gobiernos; como si esta fuera la vía fundamental para solucionar el problema. Pero la verdad es que quizás no debamos tomar la cuestión del suicidio como la principal; sino que deberíamos reflexionar con mayor enjundia sobre cómo hemos llegado a esto; puesto que son razones inéditas las que llevan a los adolescentes a una decisión tan drástica (tan pronto). La puerilidad, la falta de responsabilidades, no potenciar la virtud de la fortaleza o la incapacidad de los padres (también mucha negligencia) para atajar dificultades enormes son el caldo de cultivo. Por otra parte, el enfoque de Nando López parece un poco pasado; ya que, a falta de planes institucionales, lo cierto es que los jóvenes se están aproximando al asunto a través de películas o series que van al grano con mayor virulencia de la aceptada hasta ahora (veamos, por ejemplo, Por trece razones). #Malditos16 es una obra demasiado acomodada a lo que pueden aceptar las AMPA de este país, y eso redunda, paradójicamente, en la sobreprotección insensata con la que se está procediendo últimamente. Ya digo, el hospital para curarnos el espíritu; y mientras tanto que siga la fiesta.
Dramaturgia: Nando López
Dirección: Quino Falero
Reparto: Andrea Dueso, Guillermo de los Santos, Juan de Vera, Paula Muñoz, David Tortosa y Rocío Vidal
Escenografía: Arturo Martín Burgos
Vestuario: Rebeca Sanz
Iluminación: Juan Ripoll
Música: Mariano Marín
Ayudante de dirección y entrenamiento corporal: Eva Egido
Fotografía: marcosGpunto y Rubén Vejabalbán
Cartel: ByG / Isidro Ferrer
Asesoría y documentación: Hugo Alonso (Transexualidad e igualdad), Teresa Pacheco (Suicidio y prevención), Borja Rodríguez (Violencia y sexualidad), Sandra Santos (Adolescencia e identidad) María Toro (Suicidio y primeros auxilios).
Producción: COART+E Producciones
Teatro Galileo (Madrid)
Hasta el 8 de febrero de 2020
Calificación: ♦♦
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Muy bueno el blog
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Gracias.
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