Tea Rooms

Laila Ripoll adapta la novela de Luisa Carnés para recuperar la memoria de aquel realismo social de los conflictivos años treinta previos a la guerra civil

Tea Rooms - Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

Inadecuado y hasta espurio me parece encajar a la fuerza a Luisa Carnés (1905-1964) en el grupo del 27 y hasta en las Sinsombrero. No diré que su condición de mujer no influyera en su olvido; pero no estaría mal observar lo que le ocurrió a muchos escritores y escritoras de aquellos inicios del «realismo social», allá por 1928. Si observamos la nómina, acordaremos que la práctica totalidad han sido defenestrados. Contemplemos algunos ejemplos: José Díaz Fernández (autor de El blocao), César M. Arconada, Andrés Carranque de Ríos; o Matilde de la Torre y Rosa Arciniega. Si hasta María Teresa León ha caído en el abandono (tampoco intente comprar las obras completas de su ínclito marido). Mucho tuvo que ver, efectivamente, el exilio, por la filiación política de estos autores. Además, en el caso de Carnés, la ausencia de contactos verdaderamente firmes en el mundo intelectual y editorial, su autodidactismo, su clase social (trabajadora) y después la llegada de la guerra, fueron determinantes para que no pudiera desarrollar más ampliamente su carrera literaria y periodística, y así llegar a lograr el reconocimiento merecido.

Por otra parte, que Laila Ripoll haya decido llevar esta novela a las tablas es un acierto, principalmente porque la perspectiva, no solo femenina, sino también de aquellas mujeres que trabajaban en las tiendas, los establecimientos o los restaurantes madrileños —por poner, unos cuantos casos— no abundaba en la literatura. Sí que es cierto que la versionista ha decidido que las féminas sean las únicas que tienen voz y ha dejado fuera de foco a los pocos hombres que salen en ella. De todas formas, no supone ninguna rémora, pues refuerza la sintonía tan positiva que generan esas currantas. El concepto está desarrollado con gran equilibrio y el elenco está dirigido con gusto y sabiduría para aprovechar completamente un espacio que se queda algo escaso en el Fernán Gómez. Desde luego, lo que ha hecho Antonio Martín Burgos con la escenografía es muy meritorio y original, pues todos los ventanales que nos anuncian el ir y el venir de la gente en la calle (proyectados en vídeo) amplifica mucho nuestra visión y nos adentra en cada escena con gran calidez. Sí que pienso que falta algo de ruido del ajetreo que uno imagina, tanto de fuera como del salón que no vemos, y donde deben estar los comensales; aunque el trabajo de Mariano Marín con la música sea exquisito. Todo el atrezo, yo no sé todos esos bollos, esa repostería deliciosa (¡qué menos que haber agasajado al público! ¡No hay derecho a que se paseen esos manjares delante de nuestras narices y dejarnos con las ganas!), provoca el olfato y nos infunde una gran verosimilitud. Ahí está el contraste entre el bienestar, el lujo, el placer y las fatigosas jornadas (hasta diez horas. Poco hemos avanzado o mucho hemos retrocedido) de esas chicas hambrientas. Otro de los grandes aciertos de Ripoll ha sido la configuración de su elenco. Esencialmente por tres actrices protagonistas que demuestran que su formación en el clásico las ha convertido, desde hace tiempo ya, en unas artistas de una garantía incuestionable. De esta manera, Paula Iwasaki se mete en la piel de Matilde, un trasunto de la novelista, que hace, también, de narradora. Las breves narraciones que sirven para cohesionar cada una de las escenas favorecen la melancolía que poco a poco se va apoderando del espectáculo. La actriz ofrece dureza y afabilidad a partes iguales. Ha llegado nueva a ese salón de té, donde las exigencias son tremendas y tiene que sortear los conflictos graves con inteligencia si no quiere ser despedida a la primera de cambio. Por su parte, Elisabet Altube, quien siempre mantiene la elegancia en sus movimientos, se aplica con Trini, una de las chicas más molestas y resentidas con la jefa. Y luego, Carolina Rubio, vuelve a exprimir su indeleble vis cómica para encarnar a Laurita, la salerosa enchufada que se une ya avanzada la obra y que nos adentrará en un tema bastante penoso que no desvelaré. A ellas se suma Silvia de Pé (su éxito ha sido grandioso con El caballero incierto) con toda su potencia y su braveza, hace de encargada para, por un lado, presionar a las empleadas con una insolencia insoportable y así mantener satisfecho al Ogro; y, por otra parte, para demostrarnos cómo es capaz de procurarse un amante y provocar la desesperación de Rosa (una muchacha de clase muy baja), al ver que su matrimonio ha quedado destrozado. María Álvarez es la veterana, lleva trabajando allí un montón de años y ha sabido acoplarse con mucho pragmatismo y hasta docilidad. La intérprete se perfila su papel con curiosa bonhomía. Después, Clara Cabrera, jovencísima, va ganando enteros y confianza, cuando hace de Marta, y logra recrear la candidez de esta necesitada. Porque este es uno de los motores de la función: la precariedad. La falta de trabajo y de ciertos derechos laborales convierte a los trabajadores en auténticos esclavos que apenas pueden alzar la voz. Por eso creo que la propuesta —y la novela, claro— se queda un poco corta en cuanto a su ambición política. Por supuesto que se habla de sindicatos, de manifestaciones y de huelgas; pero no termina de forzarse la máquina con mayor inquina. También, en parte, porque cierto aire de costumbrismo propicia que la historia vaya por vericuetos que terminan por ser terriblemente íntimos, como descubrirá el espectador. Esto no quita para que la mirada teatral y novelística sean satisfactorias. Creo que en Tea Rooms, Luisa Carnés expresa un dominio magnífico del ritmo y del perspectivismo.

Al final, la experiencia es satisfactoria, agradable, con la ambientación y con el vestuario de Almudena Rodríguez Huertas, quien ha hecho concurrir algunas prendas harapientas con algunos trajes más coloridos para manifestar los contrastes. Aun así, la negrura en las trabajadoras predomina; no obstante, sentimos que su solidaridad ofrece un hálito de esperanza. Esto los espectadores lo agradecen.

Tea Rooms

Autora: Luisa Carnés

Versión y dirección: Laila Ripoll

Reparto: Paula Iwasaki, Silvia de Pé, María Álvarez, Carolina Rubio, Elisabet Altube y Clara Cabrera

Ayudante de dirección: Héctor del Saz

Diseño de escenografía: Arturo Martín Burgos

Construcción de escenografía: Scnik Movil S.A y Equipo Técnico Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa

Diseño de vestuario y plástica: Almudena Rodríguez Huertas

Confección de vestuario: Gabriel Besa Sánchez

Ayudante de vestuario: Pablo Porcel Rojas

Diseño espacio sonoro y música original: Mariano Marín

Diseño de videoescena: Emilio Valenzuela

Diseño de iluminación: Luis Perdiguero

Producción:  Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa

Teatro Fernán Gómez (Madrid)

Hasta el 24 de abril de 2022

Calificación: ♦♦♦

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