Carlos Hipólito encarna a Gerardo Vera en una pieza que nos sirve para descubrir la infancia y la juventud del fallecido dramaturgo y cineasta
Resultará inevitable para gran parte del público al que va destinado concretamente este espectáculo identificar ipso facto la voz de Carlos Hipólito con la del narrador de Cuentáme cómo pasó. Son demasiadas temporadas y, además, el actor trae a este montaje unas formas que tienen que ver mucho con un contador de historias. Su alocución se recrea con cierto deleite con las frases y con las palabras para que se suspendan en el aire como si esto fuera el radioteatro que tanto abundaba antaño, y que él mismo ha practicado en eventos especiales en los últimos tiempos. Ahora, ¿por qué debería interesarnos un montaje así, donde Gerardo Vera dejó escrito un texto sobre su juventud? Por un lado, porque reproduce parte de esa posguerra de los vencedores, y eso ya conlleva cierta originalidad en nuestra época; y, por otra parte, porque resultan atrayentes algunas de las peculiaridades que lo destinaron al mundo del espectáculo.
Un acierto es que no se vaya más allá de su infancia y su juventud. Es decir, que se nos usurpe voluntariamente el relato de sus obras y de sus éxitos, que podríamos cuestionar apoyándonos en los vestigios periodísticos y que, además, implicaría insinuar diferentes cuestiones sobre la farándula, algo que podría hacer sombra al protagonista. Como ocurre en muchas otras tantas historias, la relación paternofilial vertebra la biografía y la fundamenta. Mientras que la eludida homosexualidad se engarza con un cúmulo de silencios y de requiebros que se van aposentando con el vencimiento de la resistencia. Y sí, se habla del amor. Quizás, en este sentido, nos quedemos con ganas de saber más de la madre, quien tiene una importancia suprema, hasta el punto de tirar del carro en todos los sentidos. Es algo que injustamente suele pasar, cuando uno sencillamente cumple con su deber y con su obligación, mientras otros dan la nota. Esto último siempre es más teatralizable.
Creo que Hipólito se gana al respetable con un par de momentos de verdadera emoción; pero debemos reconocer que el monólogo se sustenta excesivamente en el relato en sí, en contar sin representar, en desaprovechar los elementos escénicos y en exigirnos un esfuerzo imaginativo que va más allá de lo aceptable. No vale la caricatura de alguna tía de esas de misa diaria y mantilla. El árbol genealógico, en algún momento, se nos escapa. Pero sí se dan instantes donde el actor logra con su expresión hacernos creer que ahí está su padre, enjuto, tuberculoso, reintegrado a la vida civil una vez abandonó sus «asuntos de Falange», que lo llevaban a viajar a menudo a Madrid, a la perdición de la vida disoluta. Por otra parte, es fácil que «acontezca» delante de nuestros ojos ese amante, también enfermo con el que convivió y descubrió sus pulsiones eróticas. Luego, esas semblanzas sobre la grabación de Orgullo y pasión (1957), con Cary Grant y Sofía Loren pululando por el pueblo de los Vera, y con set de rodaje en su propia casa, quedan bastante fantasiosas, también cursilonas y algo naífs en ese niño que coleccionaba programas de mano.
Quizás uno pudiera esperar más escenográficamente, máxime cuando nuestro protagonista también tuvo esta ocupación; puesto que Alejandro Andújar ha organizado todo un gran techo sobre el piso para que en él se proyecten algunas de las videoescenas de Álvaro Luna (ayudado por Elvira Ruiz Zurita). Creo que no termina de aprovecharse una estructura tan magna, que cae en el olvido según avanza la función. Por otra parte, aunque se nos explica por qué la propuesta se titula Oceanía, me parece que la metáfora que se puede esconder con el topónimo no se exprime tanto como para sobresacarlo de esa manera, pues queda ahí como algo sin más desarrollo.
En definitiva, pienso que José Luis Collado, haciéndose cargo del texto que dejó hilado el cineasta y dramaturgo fallecido en septiembre de 2020; y José Luis Arellano en la dirección, han ajustado la pieza a un público muy concreto, al que se protege de cualquier estridencia de carácter político, moral o sexual. Porque claro que hemos de valorar que hay un gusto y una cadencia emotiva en el proceder de Carlos Hipólito y en cómo se van repartiendo los hitos vitales; pero también es evidente que lo enteramente biográfico anula en gran medida la crítica al contexto histórico y, además, la tan traída cuestión sobre la homosexualidad. Es decir, entre unas cosas y otras, entre unas anécdotas cargadas de meticulosidad y las distintas catástrofes familiares, se sortean sibilina y acríticamente otros asuntos de calado. Por eso la sensación final de simpatía por el personaje y la persona nos evaden de una mirada más enjuiciadora.
De: Gerardo Vera y José Luis Collado
Dirección: José Luis Arellano
Con: Carlos Hipólito
Diseño espacio escénico y vestuario: Alejandro Andújar
Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo (A.A.I.)
Diseño de videoescena: Álvaro Luna con la colaboración de Elvira Ruiz Zurita
Composición música original: Luis Delgado
Una coproducción de Teatro Español, Carhip5 S.L., Traspasos Kultur S.L. y COART+E
Naves del Español en Matadero (Madrid)
Hasta el 24 de abril de 2022
Calificación: ♦♦♦
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