Cartas vivas

Las vidas de Carmen Laforet y Elena Fortún saltan al Teatro de La Abadía a través de su correspondencia

Cartas vivas - FotoEn el libro De corazón y alma (1947-1952) se recopilan las cartas que Elena Fortún (1886-1952) y Carmen Laforet (1921-2004) se enviaron. A partir de esos textos, la dramaturga Paula Paz ha sabido afinar un hilo conductor para trasladarnos las cuitas y confidencias de dos mujeres que vivieron avatares comunes en una época realmente dura. Una casi maestra de la otra; y ambas igualmente sinceras a la hora de confesarse.

Es un espectáculo bonito, bien realizado, aparente y atractivo por los elementos escenográficos que se ponen en juego; pero también es cierto que en el último cuarto el montaje no solo decae por la propia expresión melancólica de sus personajes, sobre todo de Fortún, sino porque la propia función no pone más carne en el asador, no trasciende lo particular a lo general, al contexto sociohistórico español, que a lo largo de los setenta minutos de duración queda excesivamente elidido. Quizás sean está las mayores pegas de una pieza que, sin ser demasiada didáctica, sí se empeña en biografiarnos a sus protagonistas. Además, de alguna manera, nos puede recordar a la obra Amor, amor, catástrofe, donde se aprovechaban también las epístolas de Katherine Whitmore para descubrirnos otras aristas del poeta Pedro Salinas.

El corsé que implica la fidelidad a la correspondencia nos puede hacer perder la perspectiva. Por eso, creo que este espectáculo exige del público un bagaje superior de lo que estas autoras han supuesto para literatura y la sociedad española. Por ejemplo, Elena Fortún, en gran medida se está intentando recuperar para los estudios. Así, se adaptó su novela Celia en la revolución (texto que algunos mandamos como lectura a los estudiantes de quince años) a las tablas en el Centro Dramático Nacional, y en la reedición Andrés Trapiello señalaba que era la novela que mejor retrataba la Guerra Civil (recordemos que está sin rematar). Además, una biblioteca madrileña lleva desde hace unos años su nombre. Son gestos que sirven para tenerla presente. Alguien que, como se nos detalla en esta obra, tuvo dos hijos (no cuatro como dice) del que perdió uno cuando era un niño. Y que, aunque estaba bastante distanciada de su marido, el dramaturgo Eusebio de Gorbea, tuvo que vivir su suicidio. También se nos relata su devenir en el exilio bonaerense y su empleo de bibliotecaria.

De Carmen Laforet, de quien se sigue leyendo con entusiasmo su primera novela Nada, con la que ganó el Nadal en 1944, en esa convocatoria que daba inicio a uno de los galardones más prestigiosos (mientras no estuvo en manos de Planeta), reconozcamos que demasiadas veces ha caído en el olvido, aunque se ha querido revitalizar su figura con algunas reediciones de su breve bibliografía novelística.

Proyectos como el de Cartas vivas (y su web cartasvivas.org) se suman a otras iniciativas que por el impulso del más honroso feminismo, han propiciado el redescubrimiento de escritoras que había quedado un tanto tapadas (no siempre debido al machismo). Así ha ocurrido, por ejemplo, con las Sin sombrero o, con propuestas teatrales que han desempolvado obras de autoras olvidadas, como Luisa Carnés y su Tea Rooms. O, por supuesto, reivindicar la importancia de Carmen Martín Gaite o Emilia Pardo Bazán.

Desde luego, ambas actrices son capaces con sus interpretaciones de llevarnos con total credibilidad a esa esfera tan íntima que muestran las dos novelistas. Partimos, peculiarmente, de una investidura del personaje, de una caracterización que brevemente se realiza delante de nosotros para que Paula Rodríguez se «imponga» el embarazo de Laforet con una prótesis bajo el vestido. Esta enseña, desde su escritorio, las dudas propias de alguien perfeccionista; mientras que Fortún, sobre una mesa similar, da cuenta de su genio, de esa fortaleza que atesoraba. Las diferencias de carácter resultan muy positivas para un proyecto que ofrece pocos asideros circunstanciales dentro de la brevedad temporal de la que hablamos. Y aunque, al final, decae algo la fuerza inicial, su paseo por esos montones de folios apilados nos destinan a los equilibrios vitales de cada una para salir adelante. Así funciona excelentemente la escenografía de Elliott Squire quien, desde la sencillez, enmarca a esas dos escritoras entre sus papeles casi como un peso ineludible. Luego, las escenas de la pantalla ilustran la pobreza de aquellos años en ese blanco y negro tan doliente, y la partida de tantos españoles al exilio.

Al final, hallamos una función realizada con gusto y con delicadeza; no obstante, muchos espectadores puede que se queden con la sensación de que no se termina de profundizar suficientemente en el conocimiento de unas autoras que, por distintas razones, no son lo bastante célebres.

Cartas vivas

Dramaturgia y dirección: Paula Paz

Reparto: Paula Rodríguez y Elena Sanz

Música: Yaiza Varona

Vídeo: Enrique Muñoz

Escenografía: Elliott Squire

Vestuario: Elena Lasa y Elliott Squire

Iluminación: Sammy Emmins

Equipo Cervantes Theatre:

Directora artística: Paula Paz

Director artístico: Jorge de Juan

Gerencia: Puerto Baker

Producción: Carina Simões y Eva Collins Alonso

Diseño y web: Jose Luis Hidalgo

Equipo cartasvivas.org: Nuria Capdevila-Argüelles e Isabel Santafé-Aso

Con el apoyo de: Fundación Banco Santander y Universidad de Exeter

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 5 de marzo de 2023

Calificación: ♦♦♦

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