Con esta obra que dirige Alfredo Sanzol en el Teatro María Guerrero, Juan Mayorga alcanza su cumbre como autor dramático. Su texto se adentra por los meandros de la conciencia y el lenguaje en una atmósfera onírica

Observar cómo un gran dramaturgo se atreve a ir más allá en su concepción artística es fascinante. Juan Mayorga ha escrito un viaje hacia esas áreas del cerebro donde presumimos que se asienta la gramática profunda con la que nacemos, y donde vamos haciéndonos con el lenguaje que nos han hecho aprender y con el que luego alcanzamos el pensamiento de nosotros mismos. Asistimos a una compleja función, donde el espectador se sentirá inerme y saldrá de la sala confuso ante tales parlamentos de carácter filosófico. Pero la clave está en considerar que el dramaturgo nos remite a la propia conciencia de la protagonista y que, por lo tanto, todo lo que ocurra abre diversas posibilidades; pues solo podemos apoyarnos en su onírica manifestación. Otras de las claves que puede emplear el público en su exégesis consisten en tomar lo observado como una alegoría, por un lado; y, por otra parte, en acoger el pensamiento posthumano. A ello, añadamos como referencia inequívoca el mundo borgiano y, concretamente, su poemario El otro, el mismo (1964), donde aparecen los textos «El Golem» y, no lo olvidemos, «Spinoza», un filósofo que debemos tener en cuenta; puesto que la pulsión ateísta y mecanicista está en esta obra, donde un tal Matemático, ha creado todo aquel lugar.
A priori nos encontramos en un extraño hospital —Alejandro Andújar ha organizado todo un dispositivo escenográfico con paneles movibles que nos destinan al laberinto—. Allí está ingresado Ismael por una rara enfermedad, y Elías González lo encarna con medida sobriedad. Su novia, Felicia, acude a diario a visitarlo hasta que se topa con Salinas, la «traductora», una Elena González forzadamente sentenciosa en los inicios. Esta le propone a la visitante que contribuya al remedio de su pareja. Para ello debe aprenderse unas palabras desconocidas dentro de unos manuscritos.
Vicky Luengo impone su agilidad oratoria para declamar unos textos farragosos y largos que terminan por sonar épicos y revolucionarios. La actriz borda su actuación con una seguridad sin igual y una fuerza patente en cada tramo del montaje. Presenciamos la transformación (Kafka sobrevuela la pieza) de una mujer que recibe una nueva conciencia, un nuevo lenguaje, un nuevo discurso mediante unos procedimientos en apariencia artesanales y próximos a la mnemotecnia; aunque nosotros podemos sospechar como alta tecnología (¿cómo no pensar en Elon Musk y su Neuralink?). En definitiva, estamos contemplando el nacimiento de un gólem que venga a salvarnos, o no.
Lo maravilloso del texto es elucubrar cómo de fiable es esta chica, si sería capaz de recurrir al cogito ergo sum cartesiano y, por lo tanto, si es libre o está determinada por el nuevo código que le han inoculado. O si existía antes de entrar en aquel lugar. O si, como se comenta, pudo morir en la habitación 581 (recordemos la obra de Mayorga 581 mapas y que la suma de los dígitos es 14, como los episodios de este vía crucis) de un hotel o si el aleph se oculta en el sótano del hospital, el «Paraíso», que resulta ser una biblioteca. O si Salinas es Felicia u otro gólem o su doppelgänger sometiéndola hacia el autoconocimiento como un demiurgo. Creo que todo está en la función; porque se vertebra a través de la cuentística tradicional y todos sus arcanos, como una experiencia gnóstica.
Alfredo Sanzol lleva su dirección con una coherencia inapelable, tan dinámica como necesariamente morosa en ese juego de transiciones dislocadoras a través del suspense que infunde con su música Fernando Velázquez. Con El Golem, me pregunto: ¿estamos ante la mejor obra teatral escrita en español del siglo XXI? Me atrevo a decir que sí.
Texto: Juan Mayorga
Dirección: Alfredo Sanzol
Reparto: Elena González, Elías González y Vicky Luengo
Movimiento escenográfico: Andrés Bernal, Cecilia Galán, Leonora Lax y Kevin de la Rosa
Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar
Iluminación: Pedro Yagüe
Música: Fernando Velázquez
Agradecimientos musicales: Cesáreo Muñoz (cello), Fátima Sayyad (voz) y Marc Blanes (mezcla)
Diseño de sonido: Sandra Vicente
Movimiento: Amaya Galeote
Ayudante de dirección: Beatriz Jaén
Ayudante de escenografía y vestuario: María Albadalejo
Ayudante de iluminación: Antonio Serrano
Fotografía: Luz Soria
Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel: Equipo SOPA
Realizaciones: May Servicios del Espectáculo y Mambo Decorados (Escenografía), Gerriets (Gasas de la escenografía).
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 17 de abril de 2022
Calificación: ♦♦♦♦♦
UN EXTRACTO DE ESTE TEXTO FUE PUBLICADO EN LA LECTURA, LA REVISTA CULTURAL DE EL MUNDO
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