La batalla de los ausentes

La compañía gaditana sitúa a tres militares veteranos ante la tesitura de darle sentido a una vida sin guerra

La batalla de los ausentes - Foto de Víctor Iglesias
Foto de Víctor Iglesias

Parecía difícil que, después de cuarenta años, La Zaranda pudiera pulir más un estilo genuino y tan deudor de los parámetros valleinclanescos y becketianos que sondean la perspectiva grotesca y absurda. Pero han logrado recoger el testigo conceptual de trabajos anteriores como El grito en el cielo y Ahora todo es noche, donde los espectros de la senectud desesperanzada se sostenían sobre un espacio inasible. La morosidad que solían imprimir a sus espectáculos se ha reducido y se ha ganado en concisión. También, Eusebio Calonge ha trazado toda una serie de símbolos existencialistas que se definen por la circularidad con un interés creciente, algo que se echó de menos en El desguace de las musas. El dramaturgo ha firmado un texto tremendamente ajustado y definido por los persistentes reinicios hasta el final.

En setenta y cinco minutos, los tres protagonistas despliegan una dialéctica de la impotencia, unos militares agarrados a un pasado que consideran honroso y que se plantan ante un desierto de los tártaros inexistente y cochambroso a la espera de nuevos conflictos bélicos que den sentido a sus vidas. Forman una tríada de payasos que dialogan con la sátira de sí mismos en el reconocimiento de su propia paranoia. De ellos, Francisco Sánchez (Paco de La Zaranda) es otra vez un Quijote, un veterano de la guerra huido del geriátrico para cumplir con la fecha señalada para la conmemoración de los caídos en combate. Si él lleva la voz cantante es porque los otros se dejan arrastrar por los gestos patéticos de la decrepitud. Mientras que Gaspar Campuzano se ahoga en su pavor interno para ofrecer unas respuestas inverosímiles y tozudas, pues dejar la corona en el lugar preciso donde perecieron sus compañeros, aunque no haya ningún vestigio que lo indique, es un empeño fundamental. Si bien, Enrique Bustos, más joven, anhela un atisbo de cordura para terminar, como Sancho, empujado por esa fantasía que todavía les da aliento. Puesto que los primeros embates nos descubren un tono cómico bastante ágil, desenvolviéndose en las puntualizaciones ilógicas y risibles para la celebración de un evento que a nadie ya le importa. Ese preludio es paradójicamente un punto de no retorno, puesto que está atrapado por algo que ya fue; pero, a la vez, es un motivo para la recursividad permanente de las viejas glorias, igual que hacen los artistas en su crepúsculo rememorando los éxitos.

Están ahí, sin destino posible, en la soledad de su recuerdo, como unos parias en la cadena de transmisión de un estado. Ellos mismos deben sumar nuevos acólitos, muñecos como los que emplean en la escena, para insertarlos en su atrezo como un juego de batallitas imposibles, para guiñolizarse más. No obstante, ¿qué hacer? Quizás, reconvertirse a través de la política en la farsa que impone un Ministro de Cultura indefinido. Situarse en los albores de un enfrentamiento en ciernes con preparativos propios de unos jubilados que se dejan seducir por el hobby de la guerra.

La escenografía vuelve a incidir en esa estética de la pobreza, del desperdicio con el que inventar la fantasmagoría. Al igual que hacen los niños, cualquier objeto se convierte en un arma sujetada entre ropajes macilentos y mugrosos. La bombilla que cuelga de la escuadra como una horca es la gran metáfora que los sustenta. Encenderla o apagarla depende de sus ansias por mantener la viveza y el impulso lúdico. La mirada es amarga y el espectador neófito debe acostumbrarse a un discurso a veces críptico. Pero su crítica a la creatividad complaciente permanece incólume, y La batalla de los ausentes da muestras de una vigorosidad artística aún deslumbrante.

La batalla de los ausentes

Autor: Eusebio Calonge

Dirección: Paco de La Zaranda

Con: Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez

Dirección de iluminación: Eusebio Calonge

Diseño de espacio escénico: Paco de La Zaranda

Diseño de vestuario: Encarnación Sancho

Efectos militares: Morgan Surplus

Ayudantía de dirección: Andrea Delicado

Una coproducción de La Zaranda – Teatro Inestable de Ninguna Parte y Teatre Romea

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 20 de marzo de 2022

Calificación: ♦♦♦♦

UN EXTRACTO DE ESTE TEXTO FUE PUBLICADO EN LA LECTURA, LA REVISTA CULTURAL DE EL MUNDO

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