En el Teatro Español se dramatiza de manera elocuente el discurso que el dramaturgo Juan Mayorga leyó para su ingreso en la RAE titulado Silencio

El metateatro se ha trillado con efusión durante el último siglo y Juan Mayorga ha sido uno de sus practicantes más avisados. Él ha indagado más que el teatro dentro del teatro, el reverso de la ficción o el escorzo de la creación dramatúrgica. Así ha ocurrido, por ejemplo, en Himmelweg, en El chico de la última fila o en El cartógrafo. En esta última, Blanca Portillo fue protagonista. Así que el tímido dramaturgo, que tuvo que exponer dubitativamente su proteico discurso de ingreso a la RAE, tan sagaz, interesante y luminoso, como erudito y elocuente, ha sido astuto, y se ha buscado el mejor alter ego posible. Un texto autorrecursivo («La situación es teatral… Es muy probable, sí, que quien ahora lee o finge leer estas palabras no sea el que las escribió, sino un representante») que se transfigura en escena para recrear la magia del teatro.
El juego acontece delante de nuestros ojos porque la Portillo se enviste de personaje en sí, tan pirandeliano, que, por necesidad primaria para existir, dramatiza a partir de un texto destinado a la escucha atenta. Su aspecto andrógino, además, será una manera de explorar el sexo del personaje y, en aras de la actualidad, el género; desde el genuino gramatical (pincha a los académicos con el «actor»/«actriz», en cuanto tiene ocasión), hasta el sociocultural; para demostrar que el lugar propicio para el enmascaramiento está ahí, en el escenario, con las máscaras ad hoc. A la intérprete hay que verla al menos una vez en la vida, pues es una mujer entregada a su oficio de tal manera que, precisamente, en este papel poliédrico, es cuando mejor demuestra que es cómica integral. Si el espectador está atento descubrirá cómo nuestra protagonista se cuela desde la cafetería al ambigú y se hace la remolona con su chaqué entre los acomodadores del Teatro Español. Merece la pena observarla con el gesto ceñudo antes de adentrarse a la sala para desarbolarnos con los esparajismos que propician los nervios.
El silencio es tiempo y nosotros asistimos a su demostración. Es un texto que se adentra por vericuetos inefables e incluso abstrusos; aunque también deja espacio para que la intérprete humorice el acontecimiento hasta el punto de escapar del estatismo de la alocución. Por eso, el montaje queda partido muy claramente por la teoría y por la práctica. Si la primera está trufada de remisiones fascinantes y evocadoras, la práctica le permite a Portillo desplegar todas sus aptitudes. Inicialmente, con una imitación provocadora de la pieza para piano de John Cage 4’ 33’’; para después incidir en los grandes silencios dramatúrgicos. Desde Antígona hasta La vida es sueño, pasando por Bernarda Alba. Pero aquí viene la pega, y es el abuso de esos ejemplos sin comedimiento, sin freno y, lo que es peor, sin desarrollo. Es evidente que el autor no se puede resistir a la hora de referirse a Chéjov, a Dostoievski, a Beckett o al Woyzeck de Büchner; no obstante, una adaptación teatral requiere un temple que aquí finalmente se echa de menos. En cualquier caso, El diccionario, que interpretó Vicky Peña para encarnar a María Moliner y, recientemente, Conferencia sobre la lluvia, de Juan Villoro, demuestran cómo se puede vigorizar teatralmente un discurso. También Blanca Portillo y Juan Mayorga lo ponen de manifiesto.
Texto y dirección: Juan Mayorga
Reparto: Blanca Portillo
Diseño de espacio escénico y vestuario: Elisa Sanz
Diseño de iluminación: Pedro Yagüe
Diseño de espacio sonoro: Manu Solis
Fotografía: Javier Mantrana
Maquillaje y peluquería: Thomas Mikel Nicolas
Ayudante de dirección: Viviana Porras
Ayudante de escenografía: Sofía Skamtz
Una coproducción de Avance Producciones Teatrales y Entrecajas Producciones Teatrales
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 11 de febrero de 2022
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en La Lectura de El Mundo
Oh, solo para suscriptores de El Mundo.
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