Manuel Canseco adapta en los Teatros del Canal la primera obra de teatro de Benito Pérez Galdós que se llevó a escena
El interés por el teatro de Benito Pérez Galdós es bien temprano en su vida, de hecho, antes de Realidad, que se considera la primera de su nómina, escribió otras que no llegaron a representarse. Cuando uno asiste a este tipo de drama, caduco en algunos procedimientos y anticuado en unas convenciones sociales que no quedan tan lejos como para sorprendernos con sus descubrimientos, sino todavía próximas en el tiempo, se pregunta desde qué posición se debe observar. Sinceramente, cuesta encontrar elementos atractivos en obras así, una vez que ciertos esquemas se han desgastado. Entiendo, claro, que el gusto contemporáneo ha trastocado nuestra mirada sobre esas «problemáticas» burguesas decimonónicas, relamidas y romanticonas, novelescas y trasnochadas. No veo otra manera que apreciarla como suvenir; como un estudio arqueológico a una tragedia que Manuel Canseco ha dejado en los huesos. Un hecho conveniente a la hora de aproximarse a este texto, es haber leído antes La incógnita, la novela epistolar precedente, y que contiene una trama mucho más fascinante, compleja y entretenida, y donde aparecen los personajes que luego se aposentarán dramáticamente tanto en la novela dialogada Realidad como en la adaptación teatral del propio autor, donde se sintetizan los acontecimientos decisivos. Es un juego de perspectivismo, pues, en teoría se cuenta lo mismo; pero hay que reconocer que la obra teatral se centra en asuntos de honor, que logran deslavazar el contexto sociológico de la época, que es el terreno en el que Galdós más brilla con sus descripciones. Estrenada el 15 de marzo de 1892 en el Teatro de la Comedia, con María Guerrero en el papel de Augusta. Menéndez Pelayo comparó a don Benito con Ibsen; de hecho, podemos hallar concomitancias tanto con Casa de muñecas, como con Hedda Gabler, que es de 1890. Al fin y al cabo, los burgueses del XIX tenían cuitas y valores similares. Esta propuesta casi alcanza las dos horas, y se pretende trenzar la trama con tan solo cinco personajes en escena, reduciendo los vericuetos secundarios, que el propio Galdós ya había adelgazado. Esa falta de caracteres adyacentes implica una concentración en los diálogos tanto de Augusta con su marido como de aquella con su amante, que, en demasiadas ocasiones, resultan cursis y recargadas gestualmente (insisto en la mirada que podemos lanzar desde nuestro presente); y eso que el lenguaje era bastante natural para aquella época. Aunque lo que más molestan sean los continuos apartes, esos soliloquios dirigidos al público, de frente, que parecen querer dirigir no solo nuestra atención, sino nuestras percepciones. Hay que reconocer que los personajes principales intentan escapar del estereotipo tan manido de la época romántica; pero la falta de interlocutores anquilosa la trascendencia social. Esto se comprueba fácilmente en el inicio, cuando la supuesta algarabía en casa de Orozco queda para nuestra imaginación. La cuestión es que Alejandra Torray, quien ya había trabajado para Canseco en La pechuga de la sardina, hace una Augusta muy pasional y, a la vez, algo maquinadora, pues no quiere sucumbir al atractivo de su amante, Federico. Este es interpretado por Adolfo Pastor con apostura de don Juan decadente, en la elaboración de un carácter algo extravagante, movido por el honor y por el orgullo, pero con dosis de esa ansiedad que bamboleaba a estos tipos de postín venidos a menos. Punto relevante es que Canseco haya decido «envejecer» en exceso a los personajes. Desde luego, algunas ideas del argumento, como la posibilidad de tener hijos o de iniciar una nueva vida con otro hombre, se desvanecen en gran medida, quebrando tensiones e iniciativas dramatúrgicas. Poca relevancia tiene Clotildita, la hermana de Federico (¿cómo va a ser una joven que está enamorada de un muchacho ambicioso, pero sin posibles?). Cristina Palomo resulta graciosa; aunque su presencia no termina de engarzarse con la trama nada más que como una excusa, un subterfugio propio de la ingeniería fiscal de nuestros días, para ajustar deudas. Más consistente parece «La Peri», la amiga de Federico, en cuanto a su energía; aunque se puede afirmar que es un carácter que requeriría unas circunstancias más definidas. Cristina Juan se muestra con soltura y buen hacer. A la postre, el papel más definitorio y controvertido por su actitud es el de Orozco. Juan Carlos Talavera, quiere realiza un trabajo fenomenal, pues no cae plenamente en la ingenuidad del cornudo, sino que recurre con pragmatismo a una especie de concepción complaciente con los devaneos de su mujer. Sus preocupaciones, que son varias, se resuelven con bonhomía, ya sean las personales o las de su amigo Viera. Y eso que el quinto acto, una especie de extenso epílogo, cuando el final abrupto ya se ha cumplido, contiene unas dosis de moralismo que atisban la épica: «Yo también lo soy, más que tú, mucho más, pues tengo ánimo suficiente para poner la verdad sobre todas las cosas, para reducir a la insignificancia los afectos más hondos, cuando contradicen el sentimiento puro de la humanidad y de la vida». Incluso con la presencia fantasmal de Federico Viera. Uno de los aspectos más positivamente destacables es la labor que ha realizado con los figurines (y la consiguiente elaboración Cornejo) José Miguel Ligero; pues, principalmente en las damas, ha logrado con todo detalle una verosimilitud extraordinaria para representar su clase social y sus diferencias; aunque debemos situarlas más en los inicios del siglo XX. Otro asunto es la escenografía de Paloma Canseco, quien constriñe el espacio a un único salón del que debemos imaginar, con tan solo cubrir con algunas sábanas algunos muebles, otras dependencias de otras viviendas. Quizás, en este sentido, se aprovechan poco las posibilidades que ofrece la Sala Negra de los Teatros del Canal. Por otra parte, resulta una decoración demasiado sencilla y, por tanto, alejada del naturalismo. Entendamos, en definitiva, que el Año Galdós pedía recuperar alguna de sus obras dramáticas y que Manuel Canseco, con gran oficio, nos ha entregado un montaje coherente; aunque envejecido a nuestros ojos.
Texto: Benito Pérez Galdós
Dirección y adaptación: Manuel Canseco
Intérpretes: Juan Carlos Talavera, Alejandra Torray, Adolfo Pastor, Cristina Juan y Cristina Palomo
Escenografía: Paloma Canseco
Ayudante de dirección y regiduría: Pedro Forero
Diseño de luces: Jesús Antón/ Manuel Canseco
Figurines: José Miguel Ligero
Vestuario: Sastrería Cornejo
Sastra: Tania Hurtado
Iluminación y sonido: Jesús Antón
Realización de decorado: «El Molino»
Atrezo: Varios
Prensa y comunicación: María Díaz
Producción y distribución: Maribel Mesón
Compañía de Manuel Canseco
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 18 de abril de 2021
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Realidad”