Ahora que nos dejan hablar

Anodina propuesta de la compañía Mudanzas López sobre un esbozo de El coloquio de los perros, de Cervantes

Ahora que nos dejan hablar - Foto de Erica M Santos
Foto de Erica

Si las nuevas generaciones vienen para anclarse en la machacona autoficción, entonces hay que batirse en retirada; porque esto es insoportable. El problema máximo de dicho procedimiento literario no radica tanto en las posibles técnicas e intertextualidades posdramáticas que se puedan poner en juego (casi siempre las mismas, esa es la verdad); sino en que hay que pensarse mucho qué se autoficcionaliza, pues la mayoría de las vidas de nuestro presente son enteramente anodinas y, en absoluto, extraordinarias. Aunque, claro, dile tú a la generación más narcisista de la historia que no te hablen de ellos. En este caso, el principiante Adrián Perea se la ha cargado con todo el equipo. El ahora renombrado Teatro Quique San Francisco (antes Galileo), ha sacado el Festival Sala Joven, dirigido por Karina Garantivá, para que, justamente, las nuevas voces tengan una buena oportunidad para mostrar sus trabajos. Ahora que nos dejan hablar iba a ser en un principio un proyecto para adaptar El coloquio de los perros y presentarlo al Festival de Almagro de 2020. De esto nos enteramos con pelos y señales desde el propio inicio del espectáculo. Ya saben, el rollo del work in progress autoficcional donde te dan cuenta de detalles que realmente importan muy poco; pero que están ahí para gritarte, mientras te zarandean, ¡esto fue así, exactamente así! ¡Fue verdad! La importancia de la verdad en la ficción. Así que Olaya López y Andrea M. Santos adoptan el habitual tono coloquial y franco, de cercanía y de complicidad con el respetable, para relatarnos los avatares intrascendentes, aburridos e inocuos tanto del dramaturgo como del director de esta propuesta, Álvaro Nogales. Un lío morrocotudo para el que tienen que recurrir, incluso, a una larga tira de papel a modo de pizarra, para que asumamos que tuvieron que escribir un texto dramático en once días, puesto a los de Almagro no les valía solo con la idea. Y que si Perea está haciendo un máster de guion, y que si trabaja por las mañanas y que si le manda un audio a Nogales, y que si se reúnen, y que si a mí como espectador qué me importa lo que me estáis contando. Me cuesta pensar en un público al que le vaya a atraer lo que cuentan, sino nos imaginamos a la gente del gremio (y ni eso). Es una obra para consumo interno, como esa de instituto donde se habla de los propios profesores con nombre y apellidos. Es una carencia de ideas pasmosa y parece que la pieza está hecha a trozos y para rellenar un tiempo prudencial. Ni cohesión, ni coherencia esperada. Y todo hecho con momentos que se te deshacen dramatúrgicamente en las manos. Que si ristra de fotos de personajes famosos para memetizarlos oralmente. Que si de ahí pasamos a fotos de hombres reales que han sido condenados por matar a sus perros. Todo ello para reflexionar mínimamente sobre la posibilidad del insulto (así están las criaturitas puritanas de hoy). Sí: hijos de puta. ¿Y El coloquio de los perros? Pues, de repente, se convierten en Cipión y en Berganza, colocándose unas máscaras que luego infrautilizan. No obstante, apenas se entra en la obra cervantina. Se picotea con alguna anécdota para traerla a nuestra contemporaneidad desde el punto de vista, además, lingüístico. Y es que la impresión que uno saca es que lo de apelar a esta novela ejemplar es una mera excusa para llamar la atención de los consabidos festivales y su viruta pública. No sé si para proclamar algo consistente (veremos) o para sencillamente expresarse. Pues, al fin y al cabo, los artífices de este engendro han estudiado para ello y se deben sentir obligados a presentar algo propio. Algo bastante común en la generación millennial, como si tener fácilmente medios al alcance de la mano exigiera su uso. El silencio es hoy una virtud. Porque no se entiende que escenifiquen una supuesta charla del guionista de Aquí no hay quien viva o La que se avecina, explicando los conflictos entre los distintos personajes. O, después, una onírica entrevista entre Perea y uno de los también guionistas que mueven el cotarro y que te suelta la típica chapa sobre los escuetos emolumentos (supongo que se habrá quedado a gusto con sus pullitas el dramaturgo). Si esta es la forma de recoger la técnica cervantina de la digresión, estamos listos. Tampoco se comprende que mediante la entrevista radiofónica se le dé cancha a Ángel Aranda, director del Festival Puwerty, dedicado a la creación joven en La casa encendida. Es una mezcla de acciones sin dirección ni concreción que solo pueden dejarnos estupefactos. Si cabe, ya según vamos llegando al final, que no al desenlace, se atisba el verdadero sentido de obra, a saber: la queja infantil de que a la juventud no se le escucha. Me suena a la parecida proclama de las adolescentes chilenas que protagonizaron Paisajes para no colorear, y que estaban hartas del pensamiento «adultocéntrico». ¡Pero si culturalmente el mundo occidental se ha infantilizado y no para de atender a los bretes emocionales, identitarios y vacuos de los chavales de cinco, diez, quince, veinte, treinta y cuarenta años! Lo que ocurre es que anhelan tanto cariño que no damos abasto, y con doscientos mil ‘me gusta’ en su red favorita no les parece suficiente. Ejemplo de momento en que la función encuentra la elipsis apropiada, es cuando el sonido de los aplausos aquellos que profusamente se lanzaban por las ventanas para agasajar a los héroes-sanitarios, cuando íbamos a salir mejores de esta, pues les sirve para dar a entender que su proyecto inicial se fue al traste por la pandemia. Ahí no tienen que darnos explicaciones, como han hecho a lo largo de la hora y media de duración, para que el personal se entere de quién es este o aquel. Si incluso nos dan lecciones de cómo se debería enseñar y hablar a los jóvenes. Y que vale ya de Luces de bohemia. Pues vale. Al menos, parece que las actrices se encuentran cómodas, no obstante, tampoco sus interpretaciones deben ser muy esforzadas y pueden hacer casi lo que quieran —sobre todo, en aras de la espontaneidad—. Olaya López lleva, quizás, un poco más la voz cantante; también porque hace de Berganza y los relatos son sobre todo suyos. A Andrea M. Santos le tocan más las susodichas explicaciones y se la ve un poco más cohibida. Su buen entendimiento es de agradecer y sus ganas consiguen que el asunto sea más afable. Ambas declaran sus propias dudas sobre la profesión, sobre el acto creativo, sobre las inquietudes artísticas. La lástima es que para que esa idea cobre relevancia y comprendamos que es el normal acontecer del inexperto, todo lo anterior debe contribuir a esa zozobra con un andamiaje que posea una potencia discursiva, un argumentario dramático que concite a los espectadores asistentes. Y esto no ocurre, en absoluto. Podríamos ser condescendientes por aquello de que son jóvenes; pero, precisamente, ellos reclaman ser escuchamos. Hecho está. Además, cargan sobre sus espaldas un currículum nada despreciable; así que no se deben poner excusas. Adrián Perea y Álvaro Nogales —pupilo de José Luis Gómez (que andaba por allí entre el público), como bien se nos hace saber, en el repaso de sus hitos vitales— resulta que vienen con todos los vicios de las dramaturgias totum revolutum que nos abotargan en la última década. Como los catalanes José y sus hermanas, con aquello de los «chorizos», los de Mudanzas López parece que también carecen de discurso personal digno de llevarse a escena. A Cervantes y su crítica social, lo dejamos para otro rato.  

 

Ahora que nos dejan hablar

Dramaturgia: Adrián Perea, a partir de El coloquio de los perros, de Miguel de Cervantes

Dirección: Álvaro Nogales

Intérpretes: Olaya López y Andrea M. Santos

Escenografía e iluminación: Victor Longás

Vestuario: Andrea Torrecilla

Ayudante de dirección: Aurora Parrilla

Asesor de dramaturgia: Arsenio Lope Huerta

Fotografía: Erica M. Santos

Producción: Mudanzas López e Interfaz&Eye, con el apoyo del Ayuntamiento de Alcalá de Henares y el Teatro de La Abadía

Teatro Quique San Francisco (antes Galileo) (Madrid)

Hasta el 11 de julio de 2021

Sala Nave 73 (Madrid)

Del 13 al 14 de julio de 2021

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