El enfermo imaginario

El Teatro Fernán Gómez acoge el atractivo espectáculo barroco de Morboria sobre la última obra de Molière

El enfermo imaginario - Ana del Palacio
Foto de Ana del Palacio

Hace un año, también con la excusa de ir preparando los actos conmemorativos por el cuatrocientos aniversario del nacimiento de Jean-Baptiste Poquelin (apenas quedan unos pocos días), Josep Maria Flotats estrenó una nueva versión de El enfermo imaginario en el Teatro de la Comedia. Su montaje tiraba —como en él es habitual— hacia el neoclasicismo del XVIII, con una depuración de las formas (en todos los sentidos estéticos) y un comedimiento auspiciado por la didáctica y una ironía más prudente. Sin embargo, los de Morboria se lanzan, de una forma mucho más coherente, al Barroco. La crítica social, el sarcasmo, los contrastes, un vestuario recargado y expresionista, una escatología desenfrenada (en ambos sentidos, pues la muerte está presente en las ensoñaciones iniciales) y, a la postre, una manifestación farsística de la hipocondría y, sobre todo, del embaucamiento. Sigue leyendo

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Tartufo

Pepe Viyuela protagoniza una propuesta de Ernesto Caballero donde se pretende cuestionar la vigencia de clásico como este de Molière

Pase gráfico de "Tartufo" en el Reina Victoria

A vueltas con las adaptaciones y que si los clásicos esto y aquello. Vayamos por el principio, todos los clásicos han perdido su contexto y muchos de ellos incluso el lugar de representación. Observamos una simulación. Cuando algunos se agarran a la supuesta pureza, prácticamente nunca se hace el esfuerzo por situarse en la piel de los espectadores de entonces. Nosotros estamos aquí y contemplamos, con nuestro bagaje personal, lo que nos ponen por delante. Otra cuestión es confundir al autor clásico con la pretendida creencia de que todo lo que escribió ya es un clásico en el sentido que manejamos hoy en día (calidad y permanencia). Por ejemplo —tal y como se ha podido comprobar no hace mucho—, ¿nos dice algo la versión que realizó el francés del Anfitrión de Plauto? El Tartufo de Ernesto Caballero es una propuesta con varias miradas, y ninguna de ellas desea ajustarse a lo pudo ser. El Teatro Reina Victoria no es Versalles, ni tampoco Felipe VI es Luis XIV, por mucho que compartan linaje. Sigue leyendo

Anfitrión

Juan Carlos Rubio versiona y dirige la plautina obra de Molière con un espectáculo de inconsecuente aire circense

Anfitrión - Foto de Jero Morales
Foto de Jero Morales

Si algún escándalo pudo provocar Molière al adaptar —mínimamente— la comedia de Plauto, por unas supuestas críticas entreveradas a los romances de Luis XIV y a los usos amorosos de la corte (bastantes líos tenía ya el dramaturgo con su Tartufo), a nosotros nos deja que ni fu ni fa. Anfitrión es insustancial, y para que suponga un entretenimiento divertido y gozoso, no queda más remedio que infundirle agilidad y chispa. Justo lo que le falta a la dirección de Juan Carlos Rubio. Y eso que la idea de reconfigurar el asunto con la estética del circo, me parece, a priori, excelente; sobre todo, porque uno se imagina a los artistas vibrando con sus habilidades a cada instante. Pero ninguno de los ingredientes que entran a formar parte del pastel, logran aunar un gran postre. Para empezar, este montaje, se nos viene directamente del Festival de Mérida y eso implica, como ya se nos tiene acostumbrados desde los últimos años, los elencos de caras conocidas priman por encima de los elencos caras adecuadas para lo que se necesita. Sigue leyendo

El enfermo imaginario

Flotats dirige y protagoniza la última obra de Moliére en el Teatro de la Comedia, con un montaje muy cuidado en los detalles

Foto de Sergio Parra

Si la intención del afrancesado Josep Maria Flotats era rendir homenaje a Moliére adelantándose a los fastos del cuatrocientos aniversario de la muerte del dramaturgo francés que se cumplen dentro de poco más de un año, lo cierto es que ha estado muy acertado. Esta afamada obra nos viene muy a cuento ahora que estamos de pandemia y nos hemos vuelto expertos epidemiólogos y otras variedades médicas que ni siquiera conocíamos. Paradójicamente, además, hemos sido cautivados por el «efecto bata», pues hemos confiado con ceguera en todo lo que doctoras y doctores afirmaban sobre cuestiones en las que no estaban duchos. Eso sí, lo de ahora es medicina; mientras que lo del siglo XVII, sencillamente, alcanzaba la creencia o, como máximo, el ensayo-error ridículamente falsable. De ahí que siempre haya dado mucho juego esta obra y que nos sirva, tanto para criticar a los galenos y a los boticarios, como a tipos tan hipocondriacos como este Argán, que representan ―como ocurre también tanto ahora― al claro ejemplo del individuo que busca la seguridad y el cariño a cada segundo de su vida. Si no fuera un anciano, sería toda una muestra de debilidad e inmadurez. Carece de sentido escenificar los prólogos que incluyó el escritor; porque la parte musical y danzística han sido eliminadas. Así que enseguida Flotats adopta gesto y manera de contable para repartir los dineros entre sus médicos y, de esta manera, establecer, además, el conteo de sus lavativas mensuales y otras artes purgatorias para sus dolencias ilusorias. Nuestro actor sabe muy bien esbozar ese punto preciso entre la obsesión del timorato que ve peligros en las corrientes de aire que llegan de las ventanas abiertas, y el hombre que es capaz de imponer un matrimonio a su hija que cumpla con sus deseos, es decir un yerno doctor. Sigue leyendo