Magüi Mira adapta y dirige esta obra de Sanchis Sinisterra en la que se especula con la mirada del otro anónimo

En los últimos años estamos asistiendo a toda una batería de enfrentamientos en relación a la leyenda negra y al revisionismo acerca del Descubrimiento-Encuentro-Holocausto-Conquista de América. Diversos libros convertidos de éxito, alguna estatua derribada y las declaraciones de AMLO en Méjico, generan un contexto propicio para que la obra que José Sanchis Sinisterra comenzó a escribir a finales de los setenta, pero que terminaría en 1991, añada más de esa postura revisionista tan encajada en el multidiscurso posmoderno. Recordemos, para empezar, que el texto lleva como subtítulo La herida del otro. La visión del dramaturgo es cuando menos ingenua y redundante de esa consideración tan uniforme del nosotros y del ellos (no está de más recodar las Leyes de Burgos, de 1512, o los matrimonios mixtos). Pero, ¿quiénes somos nosotros? ¿A qué facción histórica de conquistados o conquistadores, de esclavos o amos, nos podemos adscribir según nuestro árbol genealógico o nuestro genoma? Las víctimas y los verdugos aquí se multiplican realizando una incursión política absolutamente inverosímil y buenista que no se sabe por dónde coger, como vamos a ver. Porque Sinisterra desbroza la línea temporal para posicionarnos en nuestro presente, con la fluctuación onírica de un protagonista que no se encuentra en sí mismo. Jesús Noguero es el espíritu de Álvar Núñez Cabeza de Vaca encarnándose en un hombre de hoy, como un linaje de aventureros, de tipos contradictorios arrastrados por el devenir. El actor materializa su desesperación y su incomprensión de los sucesos con su habitual gama de gestos esmerados; mientras se prepara para el siguiente viaje, esta vez al Río de la Plata. La verdad es que el contraste entre este mundo de ahora, representado por una vestimenta contemporánea y una cama que desciende desde las alturas con Clara Sanchis encima ―su papel está deshilachado y aporta muy poco― es demasiado grande y nos disuade del acontecimiento más vistoso. Esta rareza, recargada con esas expresiones metateatrales ―luego escucharemos más― que el dramaturgo utiliza para acercarnos en exceso el argumento, es lo más flojo del espectáculo. Muy distinto es cuando nos inmiscuimos en esa aventura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y que debemos tomarla con las cautelas de la ficción; porque ahora mismo diríamos que sus Naufragios son pura autoficción novelística. Diez años (1527-1537) de horrores en la Florida bajo el mando de Pánfilo de Narváez, que interpreta Pepón Nieto con la altivez de un insensato. Hambre y enfermedad (las epidemias fueron las grandes responsables de la mayoría de las muertes tanto de exploradores como de indígenas) como un rastro indeleble. Desnudez y superstición por doquier. Ciertamente, la atmósfera y el deambular que dirige Magüi Mira con verdadera pericia es lo que consigue convencer; ya que da cuenta de las dificultades, del sufrimiento y de ese choque de conceptos que van de la ignorancia al engreimiento. Exploradores inhábiles frente a unos individuos que los miran con asombro. Las indígenas que cruzan la escena con sus rostros de pasmo: Nanda Abella, Olga Díaz, Cruz García y Lula Guedes; a las que se une Shila, esa invención que nos sitúa ante una eventual experiencia amorosa de Álvar. Karina Garantivá irá ganando protagonismo con este personaje hasta convertirse en el emblema del «otro» («otra»), hasta convertirse en la contraparte del espejo. Su hieratismo anhela convencernos de los miedos de aquellas mujeres anónimas. El personaje de Esteban, un norteafricano misterioso al que da vida Jorge Basanta con buen hacer, aunque perfilado con tics estereotipados, es también un símbolo, mucho más cercano a nuestra situación. El emigrante pobre, el paria que llega a las costas con la lengua fuera. Otro «buen salvaje» que se une a ese coro de desastrados que Sinisterra santifica sin pudor moral ni dramatúrgico. Es loable su preocupación del pobre (algo que falta en muchos dramaturgos adalides de cierta perspectiva política); pero no desde el simplismo maniqueo. Lo encaja ahí para cargar bien el segmento entre el XVI y el XXI, y disponernos a la penitencia. Por si no se ajustara suficientemente con el discurso políticamente correcto, otro personaje femenino, como una especie de intrusa, una actriz que se mete en la trama y que servirá de testigo. Esposa de Figueroa, un Alberto Gómez Taboada timorato ante tal empoderada. Muriel Sánchez hace de Claudia para plantarse con auténtico coraje. El punto de humor, picaresco y desencantado, lo ponen Dorantes y Castillo, es decir, David Lorente y Rulo Pardo, pareja de supervivientes que ponen su gracejo aquí y allá para magnificar la endeblez de una cuarta pared que atraviesan con desparpajo. En la expedición no falta el escribiente Jerónimo de Alaniz, interpretado por Kike del Río, quien saca el mismísimo libro de los Naufragios para ajustar su «fidelidad». En realidad, el montaje se va construyendo por piezas, como si no quisiera o no fuera necesario engarzar con el argumento de esos viajes. Procura más generar un paisanaje oscuro del hombre frente a lo desconocido, mientras la muerte los va aniquilando. Porque digamos claro que la estética del espectáculo es grandiosa y que la escenografía de Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán es enormemente atractiva. La lluvia inicial, el caballo de Narváez, la tierra que les hunde los pies y los restos, claro, del naufragio. A ello se suma un vestuario de Gabriela Salaverri cuidado al máximo y una caracterización de Moisés Echevarría que nos devuelve a uno hambrientos zombis, que se mueven al ritmo que les ha marcado María Mesas. El espacio sonoro de Jordi Francés nos atrapa y la iluminación de José Manuel Guerra reproduce los escorzos. Teatro fronterizo que se sustenta sobre una propuesta visualmente inmejorable, con una gran dirección, sobre una crónica de indias que ha traído cola a lo largo de la historia y con unos más que cuestionables enfoques éticos y artísticos de un autor de renombre. Juzguen ustedes.
De José Sanchis Sinisterra
Versión y dirección: Magüi Mira
Reparto: Nanda Abella, Pedro Almagro, Jorge Basanta, Olga Díaz, Karina Garantivá, Cruz García, Alberto Gómez Taboada, Lula Guedes, David Lorente, Pepón Nieto, Jesús Noguero, Rulo Pardo, Kike del Río, Muriel Sánchez, Clara Sanchis y Antonio Sansano
Escenografía: Curt Allen Wilmer (AAPEE) y Leticia Gañán
Iluminación: José Manuel Guerra
Vestuario: Gabriela Salaverri
Música y espacio sonoro: Jordi Francés
Movimiento: María Mesas
Caracterización: Moisés Echevarría
Ayudante de dirección: Dani Llull
Ayudante de escenografía: Laura Ordás
Ayudante de iluminación: Sergio Balsera
Ayudante de vestuario: Mónica Teijeiro
Diseño cartel: Javier Jaén
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 29 de marzo de 2020
Calificación: ♦♦♦
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