Naufragios de Álvar Núñez

Magüi Mira adapta y dirige esta obra de Sanchis Sinisterra en la que se especula con la mirada del otro anónimo

Foto de marcosGpunto

En los últimos años estamos asistiendo a toda una batería de enfrentamientos en relación a la leyenda negra y al revisionismo acerca del Descubrimiento-Encuentro-Holocausto-Conquista de América. Diversos libros convertidos de éxito, alguna estatua derribada y las declaraciones de AMLO en Méjico, generan un contexto propicio para que la obra que José Sanchis Sinisterra comenzó a escribir a finales de los setenta, pero que terminaría en 1991, añada más de esa postura revisionista tan encajada en el multidiscurso posmoderno. Recordemos, para empezar, que el texto lleva como subtítulo La herida del otro. La visión del dramaturgo es cuando menos ingenua y redundante de esa consideración tan uniforme del nosotros y del ellos (no está de más recodar las Leyes de Burgos, de 1512, o los matrimonios mixtos). Pero, ¿quiénes somos nosotros? ¿A qué facción histórica de conquistados o conquistadores, de esclavos o amos, nos podemos adscribir según nuestro árbol genealógico o nuestro genoma? Las víctimas y los verdugos aquí se multiplican realizando una incursión política absolutamente inverosímil y buenista que no se sabe por dónde coger, como vamos a ver. Porque Sinisterra desbroza la línea temporal para posicionarnos en nuestro presente, con la fluctuación onírica de un protagonista que no se encuentra en sí mismo. Sigue leyendo

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El perro del hortelano

Extraordinaria representación de la comedia lopesca a cargo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico

el-perro-del-hortelano-fotoHay que reconocer que en este país, desde que Pilar Miró se la jugó, pero de verdad, llevando El perro del hortelano al cine ─con verso y todo—; logrando un éxito que se extiende hasta nuestros días, esta comedia resulta ser, dentro de las populares de Lope, la mejor acogida por los bachilleres y por el público en general. La obra en cuestión es nombrada por doquier ─junto a otras─ como parte del acervo popular, ya se sabe: «Todos a una como en Fuenteovejuna» y «eres como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer». Además, por esos azares del destino, volvemos a tener delante a Fernando Conde, que, en su madurez, ha cambiado su papel de mercader griego en el film por el de conde Ludovico. Dicho esto, debemos aceptar que el texto del Fénix es todo un zarpazo de ingenios, repleto de discursos veloces, cargados como metralla para que ambos contendientes disparen tanto a discreción como con la máxima pericia. Por momentos, uno parece escuchar a Cyrano cuando en boca de Teodoro surge: «…ese tornasol mudable, / esa veleta, ese vidrio, / ese río junto al mar […] esa Diana, esa luna, / esa mujer, ese hechizo,…». Sigue leyendo

El alcalde de Zalamea

Un elenco de altura representa la obra de Calderón con verdadera profesionalidad

El-alcalde-de-Zalamea-31Ciertamente ha sido una forma inmejorable de recomenzar en el Teatro de la comedia que, aunque se va a quedar pequeño para muchas de las representaciones que se piensan acometer, no hace más que dar un marco a medio camino entre un imposible corral de comedias y un espacio absolutamente contemporáneo en el que abordar las obras de otra manera. El alcalde de Zalamea, por lo tanto, abre la temporada de la Compañía nacional de teatro clásico. La obra, que seguramente, se llamara originalmente El garrote más bien dado, según aparece en una colección de dramas calderonianos de 1651, cuenta, como es sabido, la historia de unos tercios que llegan al pueblo de Zalamea. Entre ellos se encuentra el caballero don Álvaro de Atayde que se encapricha de la hija de un villano de nombre Pedro Crespo, quien ya investido alcalde debe hacer justicia por el trato vejatorio que se le ha dado a la joven, Isabel. En la poco intervencionista versión de Álvaro Tato que dirige Helena Pimenta, observamos una propuesta estética ruda pero efectiva, con momentos espectaculares que aportan un dinamismo y un color extraordinario a un texto que se recrea, en exceso, en el tema de la virtud y el honor: los pelotaris que preludian la función golpeando su pelota imaginaria contra un muro enormemente simbólico; el movimiento coreografiado y ralentizado de las luchas de espada que tan bien ha pergeñado Jesús Esperanza; y los cantes y bailes que van trufando toda la obra, tanto con la cantante Rita Barber, como los barullos del grupo con Clara Sanchis a la cabeza, con La chispa. Sigue leyendo