Iñigo Guardamino despliega su habitual estilo con esta sátira sobre nuestra sexualidad en el futuro robótico que nos aguarda

El inconfundible estilo de Íñigo Guardamino se plasma ahora en la llegada de los robots a nuestras vidas (él nos traslada al 2044; pero todo llegará mucho antes) y, sobre todo, se centra en las disquisiciones sexuales. Digamos que Metálica posee elementos de sátira descarnada y negra, de pornografía insaciable y mucha carga de deshumanización. Y todo ello sin que los personajes hayan mutado en transhumanos, que es lo que se espera para entonces. Continuando el mismo esquema que empleó en su anterior propuesta, Monta al toro blanco, es decir, una estructura de sketches entreverados en los que vamos a conocer tres ejemplos de relación con robots acompañantes. En los últimos tiempos varias películas han atinado bastante y de forma seria en la cuestión, reformulando la visión que la ciencia-ficción había ofrecido hasta el momento. Si nos fijamos, por ejemplo, en Ex Machina (2015), de Alex Garland o en Eva (2011), de Kike Maíllo, la convivencia con estos androides va a resultar tan conflictiva o placentera, como inevitable. Antes de evidenciar las virtudes de la propuesta, es necesario señalar algunos deméritos que, a pesar de la ironía, restan valor al conjunto. Me refiero a uno de los habituales fallos en toda obra de arte de carácter futurista, y es remarcar la comparativa entre lo que se hacía antes (o sea, nuestro presente) y lo que se hace ahora (o sea, el futuro y tiempo real en la función). Eso hace que se pierda realismo y que se desconfigure el pacto ficcional con el público. Por otra parte, el montaje resulta algo teórico, descriptivo, ensayístico, si se quiere; porque se busca más la certificiación de unos hechos, que la plasmación de las vivencias de unos personajes. Hay que reconocer que hay demasiadas explicaciones, principalmente al final. Creo que la coda que cierra el espectáculo sobra; puesto que a los espectadores nos ha quedado manifiestamente claro adonde quería llevarnos el dramaturgo. Entre las virtudes, desde luego, está el humor. Cada diálogo está trufado de indirectas, de intromisiones llamativas, de provocaciones procaces que incomodan a más de uno en la butaca y que inducen inevitablemente a la risa. El ingenio de Guardamino es incuestionable a la hora de sacarle punta a situaciones ya de por sí estrafalarias. Las escenas de sexo son todo lo explícitas que pueden ser en un teatro público; pero, desde el comienzo hasta el desenlace, no se obvian todo tipo de prácticas (se agradece que se sondeen ciertos límites y tabúes en aras de la demostración de nuestras propias pulsiones contemporáneas; una vez que la tecnología propicia el desenfreno). Aunque encontramos diferentes cruces que unen estos cuentos ejemplares, lo cierto es que fundamentalmente nos topamos con tres historias breves con un recorrido moderado ―insisto que más parece una enseñanza acerca de las perversiones a las que nos veremos abocados―. Todas ellas contienen al menos un cuadro auténticamente impactante por sus revelaciones o por su profundización en asuntos morales de gran calado. Así, en la que me parece la más inhumana de las tres, Marta Guerras, quien posee el cuerpo y el gesto idóneos para representar a una muñeca que nos deja a todo atónitos, «se encarna» en una acompañante dispuesta a ejecutar, sin agotamiento posible, los antojos sexuales de su joven amo. Carlos Luengo hace de Verti, un adolescente que parece un patricio romano con todo el tiempo del mundo para recibir felaciones de su robot y, para sentir, pudor y duda, cuando debe enfrentarse a una chica de carne y hueso. Es imposible no relacionar el capítulo 1 de la segunda temporada de la serie Black Mirror titulado «Ahora mismo vuelvo», con la estratagema que dispone Jana, una ingeniera especializada en inteligencia artificial. Sara Moraleda se enfrenta a su personaje con garra y apostura, como una doctora Frankenstein (una nueva Prometeo), que no puede aceptar que su novio la deje. Así que nada mejor que crear un simulador, un Pablo Béjar que, primeramente, debe encarnar al susodicho novio ―un tipo egoísta y lógicamente antojadizo― y, después, al acompañante robótico en proceso de fabricación. La hilaridad se traza con el juego entre los deseos de ella, las réplicas fallidas de él y la artificiosidad del autoengaño. Finalmente, Pol y Zoe forman un matrimonio verdaderamente longevo para lo que se supone que será entonces. Esther Isla evidencia con su habitual desparpajo la superficialidad de una mujer que tiene claro que el hedonismo debe ser la sábana que cubra cualquier desdicha. Ha comprado un niño-robot para que le chute unas buenas dosis de cariño; además, posee un vibrador supersónico listo para cualquier eventualidad o calentón inesperado. El autor da un paso altamente inquietante cuando su actor fetiche, Rodrigo Sáenz de Heredia, con su flema de siempre y ese quiero y no puedo de los que pretenden tapar sus miserias con la altivez del sabiondo, nos descubre a un pederasta capaz de hackear al robotito de su mujer para dar rienda suelta a sus pulsiones ocultas. Filósofos expertos en bioética ya están estudiando de qué manera se va a gestar nuestra convivencia con los robots; y no dudan en afirmar que realmente adquirirán una categoría superior a la de cualquier máquina. Nos aproximaremos a ellos como a las mascotas e, incluso, conquistarán sus propios derechos. Hasta entonces, las muñecas hiperrealistas que se fabrican en Japón ya se hospedan en algunos prostíbulos para el disfrute de clientes peculiares. Resulta muy alentador que un dramaturgo como Íñigo Guardamino aborde estas cuestiones; pues están muy presentes en nuestra sociedad y es lógico que se conviertan en materia teatral. En los últimos tiempos hemos podido contemplar alguna que otra obra sobre temas similares como la Dis7opía de Esteve Soler. Metálica es un espectáculo que nos prepara para una serie de conflictos que están a la vuelta de la esquina y que ya estamos ensayando a través de las redes sociales, las aplicaciones de contactos y demás páginas web destinadas a desvelar nuestro inconsciente morboso.
Texto y dirección: Íñigo Guardamino
Reparto: Pablo Béjar, Marta Guerras, Esther Isla, Carlos Luengo, Sara Moraleda y Rodrigo Sáenz de Heredia
Escenografía y vestuario: Paola de Diego
Iluminación: Bea Francos Díez
Música y espacio sonoro: Fernando Epelde
Música canciones: David Ordinas
Letra de canciones: Íñigo Guardamino
Ayudante de dirección: Pablo Martínez Bravo
Diseño cartel: Javier Jaén
Fotos: Mario Zamora
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 9 de junio de 2019
Calificación: ♦♦♦
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