Contes et légendes

Joël Pommerat sube unos «robots» a escena para interactuar con unos adolescentes en un espectáculo compuesto por varias piezas de carácter ejemplar

Contes et légendes - Foto de  Pablo Lorente
Foto de Pablo Lorente

Ya casi están aquí, a la vuelta de la esquina, o eso anuncian los japoneses. Los robots forman parte de nuestro imaginario desde que el cine ha propiciado su presencia en múltiples películas; pero el teatro no ha sido tan acogedor (de los pocos ejemplos que tenemos en la dramaturgia española puedo destacar Metálica, de Íñigo Guardamino). Me parece un tema interesantísimo que debería traerse más a colación, sobre todo antes de que llegue la avalancha de los cachivaches y volvamos a cuestionarnos nuestra naturaleza y nuestra posición en el mundo; cuando el eje de coordenadas antropocentrista vuelva a dislocarse. Occidente baja su natalidad, aumenta su esperanza de vida y los robots, en sus múltiples modales, van a irrumpir tarde o temprano generando todo tipo de distorsiones. Quizás el tema no esté tanto en sus capacidades mecánicas, en la imitación de nuestros propios movimientos, en su fortaleza desbordante; sino en su inteligencia (artificial). A lo mejor estamos a punto de llegar a un callejón sin salida donde se evidencie que la hipótesis está equivocada, que nuestro cerebro no funciona como un ordenador y que nuestro pensamiento es tan complejo como inasible o, podemos hacer caso a Judea Pearl, uno de los mayores expertos en IA, quien afirma: «No veo impedimento para que los robots hagan lo mismo que los humanos, incluido sentir». Me pregunto qué haremos con tanto simulacro de nosotros mismos, cuando aún dudamos de nuestro propio ser.

Sea como fuera Joël Pommerat plantea una colección de relatos (convengamos que el título del montaje no es muy atractivo, pues parece más provisional que otra cosa) que, sin ser moralizantes, poseen ejemplaridad. Ahora, me ha resultado un planteamiento algo avejentado. Por un momento, creo que se aplica una mirada levemente retrofuturista. Es decir, es como si se dispusiera que, desde hace diez años, por ejemplo, ya conviviéramos normalmente con robots antropomorfos. Y estos se ajustan a un estereotipo algo pasado, con movimientos robóticos (valga la redundancia) y con un comportamiento, en varios casos, equívoco, como si su funcionamiento fuera precario y muy limitado (por ejemplo, no contestar a lo que se le pregunta). Hoy se ha logrado que las inteligencias artificiales tengan en cuenta el contexto lingüístico y que, incluso, comprendan el lenguaje figurado y las frases hechas. Además, las voces distorsionadas se acogen a parámetros altamente superados por los nuevos sintetizadores. Es como si al espectador se le ofrecieran ciertos guiños para que no dudara de lo que tiene delante. Es cierto que luego, en el cuento del cantante, se evidencia una memoria prodigiosa.

Por otra parte, no me acaba de quedar claro que se presente el espectáculo como «documental de ficción»; porque únicamente en la segunda pieza parecen darse unas instrucciones ensayísticas y poco más. O sea, que más parece una ristra de teselas seguidas unas de las otras con más o menos enjundia. Como siempre ocurre, algunas parece que podrían tener más recorrido y se quedan a medias (véase aquella en la un profesor-entrenador-hermano mayor potencia la masculinidad demediada de unos adolescentes que deben reaccionar ante una sociedad feministada); mientras que otras son demasiado simples en su estructura y valen como ejercicio teatral, como ocurre con el prólogo. Este vale, ante todo, para mostrar la desconfianza de unos adolescentes muy agresivos ante una chica que podría no ser humana; pero sobre todo sirve para que nos deslumbre Angélique Flaugère con su velocidad discursiva. Hay que reconocer que emplear un elenco de jóvenes chicas (quizás no tan jóvenes como parecen) es muy útil para que, al hacer de chicos, den el pego como catorceañeros. Y de verdad que, en general, las interpretaciones son magníficas. Así, nos podemos fijar en el hieratismo tan conseguido de Marion Levesque cuando se metamorfosea en uno de esos robots algo anticuados.

De entre los cuentos más persuasivos encuentro aquel en el que una familia pretende comprar de segunda mano uno de estos androides, porque resulta que la esposa va a morir, pues está enferma, y necesitan un recambio para ella, para que haga las tareas de las que se ocupa en casa, ya que el marido trabaja doce horas y tendrá que cuidar de sus dos hijos. Es enormemente irónica la comparativa servicial de la humana y de la máquina.

Relacionar este montaje con Black Mirror es más que evidente; pero es manifiesto que se busca descubrir situaciones cotidianas en las que encajarán perfectamente los robots y en las que nosotros tendremos que tomar decisiones sobre su lugar dentro de nuestras vidas. Las posibilidades son amplísimas y ya se está debatiendo sobre ello en instituciones del más alto nivel político. Por eso, da la impresión de que Pommerat se queda en las circunstancias de los chavales, de cómo unas nuevas generaciones podrán en el futuro verse acompañadas de seres que dialoguen con ellos sin que sean humanos, sin que sepamos aún cómo van a aprender, cómo se van a hackear, cómo reclamarán sus propios derechos o cómo ganarán poder. Desde luego, como una introducción a esos tiempos que vendrán, este Contes et légendes ha resultado persuasivo y original.

Contes et légendes

Creación: Joël Pommerat

Dramaturgia: Marion Boudier

Reparto: Prescillia Amany Kouamé, Jean-Edouard Bodziak, Elsa Bouchain, Lena Dia, Angélique Flaugère, Lucie Grunstein, Lucie Guien, Marion Levesque, Angeline Pelandakis y Lenni Prezelin

Escenografía y luces: Eric Soyer

Investigación / diseño de vestuario: Isabelle Deffin

Creación de vestuario: Tifenn Morvan, Karelle Durand, Lise Crétiaux

Creación de peluquería y maquillaje: Julie Poulain

Vestuario: Elise Leliard, Manon Denarié

Peluquería: Jean-Sébastien Merle

Sonido: François Leymarie, Philippe Perrin

Creación musical: Antonin Leymarie

Música original grabada por: Eve Rissier, Clément Petit, Isabelle Sorling, Benjamin Bailly, Justine Metral y Hélène Marechaux

Apoyo de dramaturgia: Elodie Muselle

Producción: Roxane Isnard

Espectáculo financiado por la región Ile-de-France

Creación beneficiaria de una ayuda del Ministerio de Cultura francés

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 25 de junio de 2022

Calificación: ♦♦♦

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