Camino largo de vuelta a casa

El estilo satírico de Íñigo Guardamino se ve atemperado en esta obra familiar con tres generaciones protagonistas

Camino largo de vuelta a casa - Foto de Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

El recorrido dramatúrgico de Íñigo Guardamino es amplio. Su proceloso deambular por los recovecos off (El año que mi corazón se rompió) lo ha ido derivando con pausa hacia las instituciones públicas (Metálica, en el CDN). Su anterior obra, Amarte es un trabajo sucio, se centró en la vida precaria de unos jóvenes y ahora da un giro radical. Sin embargo, perviven sus señas de identidad, esa mezcla de sátira descarnada y drama costumbrista, que suele tener una carga política sobre hechos acuciantes muy pronunciada. Quizás lo más complejo a la hora de aproximarse a las piezas de este dramaturgo sea aceptar los altibajos que se suelen producir cuando algunas escenas bullen en lo humorístico y otras sondean territorios tenebrosos sin tanto apunte gracioso. Así ocurre en Camino largo de vuelta a casa, donde se recrean las semblanzas de tres mujeres pertenecientes a tres generaciones distintas, demasiado remarcadas como cajones estanco. En cualquier caso, Belén Ponce de León se encarna en Begoña, quien se empeña telefónicamente, como buena «samaritana», en dar esperanza a un hombre que ha llamado para anunciar el inminente asesinato de su hija y su posterior suicidio. La actriz expele ese gracejo natural y deriva la primera escena hacia una situación absolutamente rocambolesca, inmoral y contraintuitiva que termina por ser un aldabonazo tremendo para el espectáculo. Puede que este sketch tan excelente llegue muy pronto y ponga las expectativas demasiado arriba. Otro asunto es si José Emilio Vera, quien se imbuye en la piel de ese tal Carlos, encabronado por sus movidas con su exmujer, y que escuchamos tras un telón, y que intuimos a través de sombras, debiera tener más consideración y formar parte del elenco, no solo ser tomado como «voz». El intérprete se expresa con enjundia.

La segunda subtrama viene encabezada por Luisa, que Helena Ezquerro acoge con gran soltura y con ese lastre de los veinteañeros españoles, perdidos en el lenguaje, las identidades de género, las experiencias sexuales que fluyen por aquí y por allá, y toda esa insolvencia laboral que los devuelve al hogar. La relación de amor-odio con su madre surca moldes prototípicos y seguramente sea lo que más flaquea en esa propuesta. Podemos observarlas más como un borne que sostiene a la abuela, quien también vive en el mismo piso. Filomena es caracterizada por Amparo Pamplona con enorme potencia de nonagenaria destinada a la inmortalidad. Es ella quien nos transmite desde la más pura espontaneidad un recuerdo terrible a nuestro oído, una violación que sufrió en los años treinta, durante la guerra, cuando de chiquilla decidió tomar una vereda poco habitual para regresar a su vivienda, con la mala suerte de que se encontró con tres milicianos y estos la atacaron sexualmente. Esto, aunque esté punteado con algunas ironías mordaces, es un mazazo dentro del argumento. También hay que decir que su alocución posee esas frases de este desnorte de nuestra modernidad, como aquello de que era normal que violaran a las mujeres en aquella época. Vamos que en esta obra descubrimos que todas nuestras abuelas fueron violadas. Ustedes mismos.

Por otra parte, Paola de Diego ha ideado un espacio escénico sugerente, un salón convencional con un trasfondo, velado, donde apreciamos una terraza con jardín. Aporta esa idea del cuidado, del recogimiento y del bienestar. Estos conceptos son los que vertebran toda la pieza, pues los vínculos de las tres mujeres se descubren estrechos, a pesar de que se hallen diferentes enfoques sobre la realidad.

Sí que desde luego destaca, más allá de honduras emotivas que podrían resultar algo manidas, el claro humor de Guardamino, quien desborda con sentencias descacharrantes y totalmente salidas de tono y que, a la postre, configuran una función que nos permite elucubrar con posturas rompedoras. No hay más que ver, insisto, cómo el personaje de Begoña va desbarrando en el funeral que ella misma ha propiciado, hasta el punto de ofrecer un orfidal a la huerfanita de seis años. El ejemplo nos vale para señalar cómo el autor es capaz de insertar vitriolo, además, a través de una señora de mediana edad repleta de gestos bondadosos, preocupada por el poco tiempo que dedica a sus amigas. Son contrastes brutales que nos divierten de manera oxigenante.

Camino largo de vuelta a casa encuentra un equilibrio fértil entre la humorada punk sobre el presente y la remembranza amarga de la historia de nuestro país.

Camino largo de vuelta a casa

Texto y dirección: Íñigo Guardamino

Intérpretes: Amparo Pamplona, Belén Ponce de León y Helena Ezquerro

Diseño de espacio escénico y vestuario: Paola de Diego

Diseño de iluminación: Bea Francos (AAI)

Diseño de espacio sonoro y música: David Ordinas

Dirección de producción (Flexión Teatro): Evaristo Sánchez

Dirección de movimiento y ayudante de iluminación: Inés Narváez

Ayudante de espacio escénico y vestuario: Guillermo Felipe

Ayudante de producción y voz en off: José Emilio Vera

Ayudante de dirección: Pablo M. Bravo

Fotografías: Vanessa Rábade

Ilustración de cartelería: Laura Pérez Granel

Distribución: Zeena Producciones

Una coproducción de Teatro Español y Flexión Producciones

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 4 de mayo de 2024

Calificación: ♦♦♦

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