La segunda parte de Casa de muñecas ahonda en los conflictos matrimoniales con guiños hacia el presente
Despejada la duda de si era necesario continuar indagando en lo ocurrido tras el famoso portazo de Nora Helmer en Casa de muñecas (para refrescar nuestra memoria, recordemos la versión de Gómez-Friha de la temporada anterior), es justo reconocer que Lucas Hnath ha escrito un drama con varios puntos interesantes y algunos hilos que no encajan demasiado. Si recurrimos a la visión que tenía del matrimonio el filósofo danés Kierkegaard, podemos entender mucho mejor no solo la obra original del noruego Ibsen, tan influido por el protestantismo de su país, sino esta función que tenemos delante. «El matrimonio es y seguirá siendo el más importante viaje de exploración que pueda emprender el hombre; cualquier otro conocimiento de la existencia, comparado al del hombre casado, es superficial, porque él y solo él ha penetrado realmente en la existencia». Es decir, la etapa ética, la etapa del deber y de la responsabilidad. Sin embargo, la paradoja es que la protagonista, encarnada por una Aitana Sánchez-Gijón que sabe rebajar la tensión para sostener al personaje en el esbozo de la estratega, se ha marchado buscando libertad y, en cuando al amor, se ha encontrado con el vacío o, al menos, con la incógnita. Es decir, la etapa estética. Amantes jóvenes y mayores, algún arquitecto, algún banquero. Todo ello en la esfera de lo instantáneo, guardando bien las demarcaciones con el compromiso. Ella consigo misma, refugiada en la escritura. En el desahogo novelístico de la mujer que vuelca ahí su ira; para encontrar la comprensión de las lectoras. Nora no vuelve a su hogar quince años después para estamparle a la cara a su marido el éxito que ha cosechado; en absoluto, se adentra en ese salón huérfano de sus propios recuerdos porque las costumbres, el Estado, la burocracia y, en definitiva, la realidad, mantienen unos límites necesarios para el devenir con los que ella se ha topado. Puesto que ha comprobado que su marido no pidió el divorcio; lo que supone el grave incumplimiento de varias leyes que podrían llevarla a la cárcel. Además, un juez que ha descubierto quién se esconde tras el seudónimo con el que firma sus novelas, va a por nuestra protagonista. El cuestionamiento legal y el juego que se establece con los intereses particulares de cada personaje componen un argumento interesante. No obstante, en el primer acto, la cantidad de información a la que se somete al público es verdaderamente excesiva y demasiado explicativa. Inicialmente se encuentra con Anne Marie, la antigua niñera de Nora, que se ha encargado del cuidado de los tres hijos y, también, del señor, es interpretado por María Isabel Díaz Lago con ese acento cubano que nos retrotrae a esas relaciones clasistas de antaño. Ella reconoce que ha vivido bien en esa casa y que le debe todo al señor. Cierta frialdad se impone en una larga conversación que pretende dejar lanzadas las cuitas que se deben resolver después. Digamos que el meollo comienza cuando aparece de forma sorpresiva Torvald. Creo que Roberto Enríquez resulta algo joven ―además, parece tener menos años de los que efectivamente gasta― para interpretar este papel (Aitana tiene los mismos). El actor logra encontrar una posición intermedia entre el pundonor y la penitencia, una especie de reconsideración de los patrones y, por fin, una exigencia que resulta más contemporánea, el reconocimiento de que el patriarcado del siglo XIX también implicaba un comportamiento masculino (reconcentrado en la negación del dolor, del cansancio, de la tristeza) que sondeaba la angustia de vivir si las cosas no salían bien. Contemplaremos dos rounds, el primero requeriría algo más de moderación, pues el embrollo bosqueja los telenovelesco (demasiada artillería); y el segundo adquiere una tonalidad más madura y reconfortante con lo verosímil. El penúltimo acto se lo lleva Emmy, la hija mayor, quien no tiene reparos en dialogar con su madre, esa desconocida. Elena Rivera demuestra mucha consistencia y seguridad, afortunadamente no cae en el tópico del vástago rencoroso y elabora un discurso pragmático sobre la vigencia del matrimonio, y de cómo ella piensa contraerlo próximamente. Una de las cuestiones que chirrían en esta propuesta de Andrés Lima, es el aire de modernidad inconsecuente con el que se quiere proceder. Ya sea a través del vestuario ―no hay más que fijarse en los vaqueros ceñidos de la hija―, o de un vocabulario que alcanza un punto de soez impropio para esa familia. Qué es eso de repetir varias veces la palabra «mierda», o enunciar «cagada» y «encabronarse». Aunque el asunto, en este sentido, que menos encajaría, sería mantener los aspectos de la legislación noruega de la época con esa intención de diálogo con nuestro presente. Ya sabemos lo injusta que era esa sociedad con las mujeres si lo miramos desde nuestra perspectiva. Desde el punto de vista visual, la escenografía de Beatriz San Juan, un salón central como un cajón pequeño donde se encierran los personajes, y que funciona muy bien en el simbolismo. Asimismo, Lima aprovecha para romper las fronteras y sobredimensionar el espacio en un atisbo de metateatralidad. Acudir en el desenlace al «Woman» de Neneh Cherry me parece un recurso demasiado manido en los últimos tiempos. Hace unas semanas, en El último rinoceronte blanco, la versión de El pequeño Eylof, de Ibsen, asistíamos a esa ruptura femenina de los corsés matrimoniales. Tanto en aquella obra como en esta, comprobamos, más allá de maniqueísmos, que la institución sigue conteniendo una fuerza social inevitable, otra cuestión es cómo se está reconfigurando para el futuro. Al menos, con La vuelta de Nora sacaremos preguntas pertinentes; no es, desde luego, una segunda parte baladí.
Autor: Lucas Hnath
Traducción: Verónica Huerta
Director: Andrés Lima
Reparto: Aitana Sánchez-Gijón, Roberto Enríquez, María Isabel Díaz Lago y Elena Rivera
Ayudante de dirección: Laura Ortega
Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan
Sonido: Jaume Manresa
Iluminación: Valentín Álvarez
Productor: Andrés Belmonte
Productor ejecutivo: Nicolás Belmonte
Teatro Bellas Artes (Madrid)
Hasta el 23 de junio de 2019
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “La vuelta de Nora”